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« Previous Page Table of Contents Next Page »Mi celda era un Inmenso galillo. El techo de zinc
sin cielo raso, tenfa una altura que variaba entre unos 4.50
metros y S metros (el suelo iba en desnivel). No tenie
absolutamente ninguna ventana por donde entrara luz ni aire, y la única comunicación que 'enfa con el exterior, era
por medio de la puerta que daba hacia el dormitorio de los Guardias. En el techo hablan dos bujías, pero esta– ben fundídas, por lo que en esos primeros dias de reclu–
sión y abandono completo, en que nadie me veta ni me
hablaba, el día era muy oscuro, y la noche ya no se diga. En realidad tanto el día como la noche eran igualmente oscuros, pues de dia me penetraba un poco del resplandor que enlrabe a la cuadra, y en la noche las luces del dor–
mitorio, iluminaban un poco con sus refleios la inmensi·
dad de mi celdá. Después que apagaban estas luces, na– turalmente quedaba en una oscuridad absoluta.
A los pocos dlas ya había establecido comunicoci6n
con mi esposa. Hasta nos era posible intercambiar carti·
taso Uno de los guardias que dormía cerca de mi puerta, se prest6 para ello. Es verdad que mi esposo le regala–
ba dinero, pero e:rB bien merecido, pues el guardia, des–
pués de todo, eorria algún riesgo.
Este soldado, y otros, me fueron contando que como
ellos no conseguían permiso para ir a la ciudad, se esca..
paban de noche. Poco a poco comencé a preguntarles las
rutas que ellos usaban para escaparse... y lIsf poco a poco,
y desde los primeros dias comen.6 a coger forma en mi mente la ídea de hacer lo mismo.
La idea de fugarme era una obsesión.
Segul haciéndoles preguntas veladas a los guardia.
rasos, a los sargentos y a los oficiales, y así pude averi. guar poco a poco cuántos IIpuestosll habían, d6nde esta·
ban colocados, a qué horas haclan cambio de turno, por
d6nde salían para ir a pasear a Managua sin permiso, a
qué horas se íban, a qué horas volvían y cuáles eran los días más apropiados; si los puestos detenían a los oficiales cuando éstos sallan del cuartel, si los soldados conoelan a todos los oficiales, etc., etc. Muy pronto hobia hecho
yo centenares de preguntas a docenas de guardias. Mu–
chas rospuestas eran contradictorias, pero otras cosas iban saliendo a luz y coincidían completamente.
De toda esta maraña de respuestas fui sacando mis conclusiones bien claras, y las iba anotando en mi cerebro.
Descubrí un hoyito como de 4 pulgadas de diámetro,
por donde pasaban las aguas sucias de mi celda hacia un
albañal que había en la celda contigua de Pedro, (Pedro Joaquín Chamorro), en donde se recogian todas antes de
salir a un sumidero. Acostándonos en el inmundo suelo
que protegíamos con papeles y cartones, podíamos plati–
car por el hoyo. Esto era un consuelo, pues a determi. nadas horas Pedro y yo podíamos reunirnos en ese lugar
y conversar. la prisión solitaria ya no era tan solitaria, pues aunque no pudiéramos vernos y aunque platicáramos con dificultad, al menos podíamos cambiar impresiones, recordar hechos de la montaña, intercambiar la poca in· formación que oíamos en el cuartel, etc. Además le pu.
de pasar a Pedro cigarrillos y o'"ras cosas que yo recibla de contrabando. Por último le puse a la orden Uno de los "mensaleros", y desde ese día en adelante él también
tenía comunicación clandestina con su casa.
Medí mi celda. Lo hacía con paso.. A veces cami-
naba hasta 8 kil6metros. Cada cien vueltas eran dos kl.
lómetros. Era mi única diversi6n y mi único e¡ercicio. Así fueron transcurriendo los días, las semanas.
La vida transcUl ria aburrida .. más que todo, aburri– da. V sin embargo, a veces me daba vergüenza recono–
cerlo, me estaba acostumbrando a ella.
Dormía casi hasta medio dra, me bañabn, malcomía cualquier cosa, caminaba cien, doscientas o más vueltas,
y luego me dormía otro rato. En la noche no tenía sue–
ño, pero tfii!rminaba durmiéndome de todos modos. Qué
desperdicio de vida humana, de hombres, horas, pensa– ba yo; pero no tenía otra cosa que hace'!'. Rezar, eso sr,
por lo menos un rosario todos los días.
La idea de fugarme era mi obsesión. Mi obsesión y
al mismo tiempo mi distracción, mi única distl acción, y
también mi tormento. iMe estaba volviendo locol Sólo en eso pensaba, sólo eso planeaba, s610 de eso hablaba con Pedro. Va me habla vuelto insoportable; Pedro se
oponía y trató de quitarme la idea, de tranquilizarme, de hacerme pensar en otras cosas. i
Pero, con excepci6n de unos dras al principio del Con– sejo de Guerra, yo no dejé de pensar ni un solo día en
escaparme. Seguí haciendo preguntas disimuladas y ob–
teniendo respuestas. A veces hasta el mismo Pedro les
hacía preguntas a otros guardias para así obtener mayor número de respuestas de donde sacár mis conclusiones.
Al mes de estar encerrado ya tenra el esbo.o de mi plan.
Por lo menos una cosa era segura: tenc.fría que escaparme
por el techo. No había otra ..Iida, pues no habían ven·
tanas, y salli'se por la puorta que daba al dormitorio de los guardias era totalmente imposible, aún en el dudosísimo
~aso de que la lograra abrir. Después de salír pelr el te– cho, no sabia exactamente qué harra, pero tenra algunas
ideas. Lo más importante, por lo tanto, era buscar c6mo
salir del techo.
Medí la altura de la pared. Poniendo un camarote
de "pie ll en vez de acostado, podra escalar casi dos me· tros de altura. Con unas tablas arrancadas de otro C3–
marote (lo que fue fácil pues no e.taban c1avadas/, cons– truí una plataforma sobre lo cual pararme y trabajar. Me
subi a esta "torre" y noté que aún asr no tocaba el techo
ni con la punta de los dedos. Tendrla que elevar más la
torre. Discurri largo rato. Pensé en varias soluciones (pues al menos me elevaba como 30 centímetros más) fue la de hacer una especie de banco con otros pedazos de
camarote, que deshice como pude. Sin embargo esta to– rre era muy difícil de levantar y desarmar y no tenía mu–
cha estabilidad.
Como ya recibia visita. de mi ca.. y acababa de llegar la Cruz Roja, le pedí una silla a mi esposa. Me la lIev6
y me la dejaron pasar. Ahora ya s610 ,ponía el camarote
de pie, las tablas y la silla encima. En cuestión de segun–
dos aprendí a hacer esta operación qve tendría que rea ..
li..r infinidad de veces.
Parándome sobre la silla podla ya tocar el techo y trabajar en él. Subiéndome al espalda,', llegaba ea.i o
tocar el techo con mi cabeza.
Al llegar a estas alturas me encontré con dos serios
problemas: 1) Como la parte superíor de la pared inte– rior de mi celda había sido construida para que sirviera de ventilaci6n, estaba completamente abierta y, aunque fo-
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