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Tanto el General Rodríguez como el General Miguel Angel Ramírez trataron de disuadirme de esa idea en un gesto de simpatía por mi

causa.

Le manifesté mi determinaci6n a mi bueno y recordado amigo y deudo el Dr. Gustavo Manzanares, a don Raúl Arana Mon–

±alván y oiros amigos quienes se vinieron

para Nicaragua primero que yo

Me fuí enseguida a la Oficina de la Pan American para que me vendiera el boleto de pasaje de mi señora y mío para Nicaragua. Esta Oficina se negaba a dicha venta porque, alegaba, no tenía pasaporte con la Visa del C6nsul de Nicaragua. Al principio mis alega– tos de que ese requisito no era indispensable por ser nicaragüense a quien la Constituci6n le daba derecho a regresar, no les parecían

ser muy convincentes, sin embargo, resolvie–

ron al fin venderme los pasajes para El Sal– vador.

A nuestra llegada al aeropuerto de El Sal– vador no tuve dificultad alguna por parte de las autoridades salvadoreñas, sin embargo, el Gobierno del Presidente Carías prohibi6 que el avi6n de pasajeros en que yo viajaba ate–

rrizara en el aereopuerto de Tocontin, en Te–

gucigalpa, y ni aun sobrevolara en territorio hondureño, por lo que me ví precisado a fle–

tar un avión que en viaje expreso nos trasla–

dara a mi señora y a mí a Nicaragua. Nos

acom.pañaba en este viaje mi buen amigo don

Gilberto Morales Bolaños quien expresamen– te había llegado de Nicaragua para acompa–

ñarnos en nuestro regreso.

El pasaporte con el que yo viajaba no ha– bía sido extendido por el Gobierno de Nicara– gua, sino que lo había conseguido del Gobier– no de México. Este ilustrado Gobierno acos" tumbra extender un pasaporte especial a aquellas personas que por dificultades con sus gobiernos se les niega el derecho al citado documento. Así fue como, usando esa forma de pasaporte, hice uno o dos viajes a los Es–

tados Unidos, lo que irénicaIllente, dio motivo

-a la caída del Embajador de Nicaragua ante el Gobierno de México, Docior don Roberto González, pues el General Somoza, al saber que yo estaba en los Estados Unidos, le hizo fuertes cargos a su Embajador de haberme ex– tendido la Visa para el viaje.

·El Docior Oonzález, que ni siquiera sabía que yo hubiese salido de la ciudad de México, fue sorprendido por el mensaje del Presidente Somoza, a quien primeramente neg6 el que yo estuviera fuera de México, y luego, al sa– ber la realidad, tuvo que admitir su equivo–

cación, reiterando sin embargo, la negativa

de que su Embajada me hubiese extendido Vi– sa alj:luna. El General Somoza, empero, no quedo sa:lisfecho y el Docior González :luvo que poner su renuncia por la desconfianza que en su eficiencia le demostró el Presidente

Som.oza.

Este incidente dio origen a que mi amis– tad, antes fría con el Docior González, se vol-

Fue entonces que el dócto"l Cuadra Pasos

tomó su lugal como mediadol.

viera desde entonces hasta su muerte, en una amistad franca y sincera.

Durante esta época a que me he venido

refiriendo, es decir, durante mi perm.anencia en México, hice buena amistad con varias fa– milias, tanto mexicanas COmo nicaragüenses.

Entre estas deseo mencionar a la de don Ama– deo So16rzano, la familia Zamora, la del In– geniero Andrés García, la del Profesor Roberto Barrios, la del Docior Pedro José Zepeda, la del Licenciado don José Arana, la familia Ci– fuentes, y muchas otras que sería largo enu– merar. Así también a las familias mexicanas del Licenciado Ociavio Reyes Spíndola, donde

siempre fuí muy bien recibido, así como en

la del Licenciado don Gabino Vázquez. A to– das ellas, en esta ocasi6n de escribir mis Me-¡

morias, dedico un cariñoso recuerdo.

Por este iíempo llegaron a México varios emigrados nicaragüenses, entre ellos el Gene– ral Robedo Hurtado, quienes por razón de

economía, se acomodaron a vivir juntos en

una casa de modestas condiciones. También se apareci6 un norteamericano llamado W.

Gardon, revolucionario de profesión, según

decía él mismo y quien llegó a convivir tam–

bién en esa misma casa.

Es probable que el hecho de estar vivien– do juntos varios de los emigrados, que naiu-

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