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del señor Rivas es como abierla llanura donde la na– turaleza deja ver muchos de sus atractivos, y en dona de algunas irrigaciones del arie y del estudio, han contribuido a fecundar aquel paisaje, a ma1izarlo con las flores de una sana poesía y a poblarlo con los frufos de sólidos pensamientos El estilo de sus es~

crilos, ya lo hemos dicho, no resplandece C01:nO un diamante, pero es variado y sostenido, vibra como

una campanilla, haciéndose percibir enire el '\rocerío destemplado de la cchorle de escritorzuelos de que están llenos nuestros huerlos. Con su pluma tan maciza como su carácter ha sabido grabar sobre el corazón de la patria imágenes inolvidables, y sus ar– tículos políficos, si han de ser barridos por la escoba del Hempo, en muchas de sus paries dejarán siempre en el puchero una dosis regular de pariótica sustan– cia

Tal es Rivas escritor, en la acepción general de esta palabra, pero si se le analiza como diarista, hay que convenir en que no es muy a propósito para el combate del brazo arremangado, para el cotidiano ejercicio de puñetazos a que sin tregua fiene que ver– se somefido ese terrible boxeador que se llama perio– dista Le falfa mucho del cinismo que debé tener ese a.fleta encargado de atender a muchos acometedores, le

falfa bastante desenfado y cierla dosis de audacia especial, que forman la base del genio de la polémi– ca, de esa polémica en que no hay más tiempo para el estudio de la causa, que brevísimas horas llenas de agifaciones y de grandes desengaños Es preciso que al desperiar cada mañana ya esté arreglado el plan de campaña, es como si dijéramos que hasta donnido debe el periodista alistar sus disposiciones, poner en línea sus soldados, ordenarlos para la car– ga, y que al primer rayo del día solo haga falta su voz de mando, para que se precipiten sus pensamien–

tos sobre el enemigo y lo arrollen con su empuje y 10

anonaden con su violencia. Quedamos, pues, en que el señor Rivas es enfre nosotros un escritor de mérito elevado, un pensador de considerable fuerza, pero que en la arena de la prensa, si ha sido galano en la apostura como desnudo gladiador, sus golpes no fueron, sino n1.uy pocas veces, puñaladas decisivas o mandobles de muerie. Bueno para la esgrin1.a del sa– lón donde el florete fiene la punta embotada, airoso en ella, y elegante, en los encuentros de la caballería bajo el sol de la llanura, en los choques contra el cuadro de los infantes que presentan la bayoneta, siempre ha sido desmontado de su corcel de guerra. Como un general que confiado en la victoria de sus tropas, las mira desde la eminencia donde se ha colocado, perder terreno, desordenarse y ser vencidas y luego las contempla diezmadas en torno suyo y compl ende que rehacerlas es imposible ya, de igual modo el señor Rivas ha tenido ante sus miradas, por vivir muchos años, el dolor de ser iesfigo de la in– mensa ca±ásirofe Ha contemplado a los hijos no po– nerse a la altura de los padres, ha visto degenerado el espíritu fuerle de los muerlos queridos, ha presen– ciado el apocamiento de las almas y de las inteligen– cias rendidas a discreción, y coriadas por el centro las columnas del conservafismo, y arrojadas en vano fodas las reservas al campo de batalla, se ha encon

J

trado el pobre anciano en medio de un escenario de ruina y de castigo Ante estos acontecinlientos que

h~n empujado la bandera de la aristocracia a la hon

A

donada del camino, cuando se ve en el cenfro d 1

naufragio al inspirado paladín, cubierla la frente: tristeza y el corazón herido por el desengaño, n~

puede uno menos de pensar en que Dios, por inespe~

radas senderos, se presenta aplicando la pena a le. falfas que los hombres \Tan comefiendo en su can-e~

ra Sufre don Ansehno H, Rivas una parle de la aIna A gura que le corresponde, el cielo jusfo pero inexor~A

bIe impone a esa ancianidad su penitencia, y S6 1 impone bajo la forma que podía ser más dura para el señor Rivas, en la de conducirle hasta los días de~

presente, para que sus pupilas conocieran hasta qué profundidad se había despeñado el ideal que él qU6 A ría sostener sobre la cumbre Eso es lo qUe le Con es–

ponde de ese lado, del lado de sus grandes err()res en política, ese el tormento a que no puede esquivar. se, ése el verdugo que 10 lleva al cadalso de una in– mensa expiación. El señor Rivas ya no combate ni quiere, ni puede combatir, se cruza de brazos re'sig_ nado, y sin esperanza de una reacción en los miem_ bros de su gremio, se sienta entre los escombros, co– mo lo hizo Mario sobre los de Carlago, y comprende aunque tarde que el númen republicano sólo quiere para su servicio el concurso de los buenos, pero que no entresaca solamente los trabajadores para su obra de un círculo especial ni de una sola asociación To. do egoismo es funesto, y cuamos intenten probarlo verán el resultado

Pero si para el hombre de las equivocaciones es– tá ose panorama de pesares, si para eSe que bajará a la tumba sin romper de nuevo el silencio a que él mi.smo se condena, así se ha cubierio de espinas la senda de la postrer etapa de su vida, en cambio para ese rnísIno hOInbre cuando presenta el documento de sus virfudes, de su conducia preclara en la mayor parle del iiempo que estuvo ocupado en el bienesiar de su pueblo, hay algo que cuando ese personaje re– cuerda lo que es, debe llenarle de orgullo merecido y

de alegría sin igual La sociedad y la historia descarM lan bien pronto lo sano de lo enfenno y condenan a esto último al infierno de su cólera, y a lo primero le conceden su laurel

Ya vimos cuál es la pena que se ha impuesto B

la parle viciada de la existencia política del señor Ri. vas; ¿cuál es el galardón que le ha focado en recom– pensa por cuanto llevó a efecto de grande y durade

ro~ Es el amor de la juvenfud que le consuUa, vaniA dosa de tener un mentor corno él, es ella que se ufa–

na de quilarse el sombrero cuando le ve pasar, como ante una imperecedera gloria de la patria. Recom– pensa de don Anselmo H Rivas por sus preclaras lides, recompensa fueron los pueslos públicos que su mano dirigió, recompensa son los tributos de ve neración y de afedo enfrañable que el señor Rivas

no puede negar que recibe del núcleo de la sociedad de Nicaragua, y habrán de ser recompensa para 109

bellos afribufos del señor Rivas, el llanio de nosotros cuando nos diga adiós en la pariida etelns, el af~n

con que nuesiros brazos se habrán de disputar la ios~

te dicha de llevar al grande hombre al cementerio, porque ya no es posible dudar de que el destino ,le perrnilirá que rinda su aliento en este suelo, y .sera~

recompensa también para la memoria de tan VIva fI–

guro. lo que digan de ella el día de mañana las gene· raciones que recojan su nombre para ponerlo en S11

bandera

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