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« Previous Page Table of Contents Next Page »nO de sus falsos dilemas alcanza las proporciones de maldad que quieren atribuirle varios de mis compa– triotas Y hasta muchos exh anjeros, entre esios úHitnos algunos que para. dar documenio de seguridad, insu1~
tan la hennosa presencia del señor Rivas, en momen–
tos en que ésie, ídolo tumbado de los aliares del po– der, puede ofrecer al que lo pisa una ocasión de bienestar.
Por otra parle, hagamos un alto en el cam.po que pertenece a las buenas acciones de don Ansehno H Rivas Veám.osle llevar por esiandarle la moderación, que no le abandona ni un sólo insiante¡ veárnosle buscar con el alma el bien de sus dominios patrios, veámosle llorar con ellos en los días de tribulación,
y aún exponerse a bastante peligros cuando la inde– pendencia de sus lares penates se ve amenazada por
el acero del tétrico invasar, veám.osle levantar su voz
autorizada en fodo instaníe en que el desorden de la familia nicaragüense, provocado por la ambición, despierta su inconsulia grifería y desconoce pO! al– gunos znomenfos los principios de la concordia y de
la paz
aQué le importan entonces al gran hombre ni su propia tranquilidad, ni su salud, ni sus haberes ian escasos, ni el amor de los suyos, ni aun el encierro ni el os:tracismo? De su propia vida no se acuerda cuando esa otra gran vida de la República se halla en garras de una periurbación general Enionces, como la madre que a la orilla de una cuna adorada ve gemh' al pequeñuelo, y comprende que está grave,
y se desvela noche iras noche, la mujer amorosa, con– templando a su hijo y atendiendo al m.enor de sus rnovimientos o suspiros, entonces, sí entonces, el de~
cano pafricio se cónvierie en algo así como esa Inadre solícita y no se aparfa del lugar que le señalan su co– razón y su deber Entonces, quisieran los que así lo recuerdan, ir a ofrecerle una silla de senador roma– no pala seniarle en presencia de la posieridad. Contemplemos a Rivas salir para el deslierro Su semblanfe va iluminado por un sincero resplandor; en su boca hay una sonrisa desde el insiante en que pone el pié en el carruaje que se lo lleva de su CBsa, hasta cuando el vapor que lo arrebaia de sus riberas, saila sobre las olas, conduciendo a eX±raño clima, al venerable viejo, que ignora si volverá con la llama de la exisiencia a desembarcar aquí donde fiene sus esperanzas y su amor Acaso algo le ha dicho mu– chas veces al ver borrarse la playa en donde quedan sus hijos: sólo ius frías cenizas vendrán de nuevo a estos silias a recibir el homenaje del respeto y del ca~
riño. y cuantas veces sus ojos nublados por una lá– grima en la ausencia, dejaron conocer a su Dios la enormidad de su am.argural ¿,Y fado por qué? por_
que iodos los apósioles están condenados a llevar, co~
mo el Maestro, aunque esa alguna espina de la coro–
na del Calvario Pero don Anselmo H Rivas ha re– gresado de sus obligadas excursiones con el alma siempre nueva, que en él, como en el escaso número de los seres superiores, la dureza de la suerie no al~
canza a poder aguar el espíritu, que siempre es un Cordial que sirve para vivo alimento de su dueño, a la Vez que de bálsamo para iodos los heridos o en– fennos, desesperanzados o afligidos, que tienen fija la mirada en una Herra de prom.isión hacia la cual carn.inan como el Moisés de La Escritura.
Ya queda ligeramente bosquejado el señor Rivas,
en su calidad de estadista, de personaje p{1blico y pa– trioia, y sin pretender nosoiros haber hecho un aca– bado esbozo de nuestro héroe, creemos haber podi–
do presentar a la vista de los ledores de ésta sem– blanza, una aunque sea mediana demarcación que separa el exagerado fallo de los eniusiasias sin fre
d
no del señor Rivas, del no n1enos deforme rehato que de él hacen sus deiraofores Ni completo eu absolu~
to cuando la virlud pone su escalpelo sobre su oon–
duda, ni fatídico en demasía cuando el odio le de9~
cuarliza
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Ahora vamos a oduparnos de este noiable hom– bre en su calidad de escritor, en su genio de periodis~
la Tarea más difícil sin duda de ser deselnpeñada por nosoiros, pero a la cual nos arrojamos con ciedo grado de confianza que nos da la juveniud
En la prensa de Nical agua, don Anselmo H Ri–
vas ocupa uno de los principales lugares Sin ser ero– dilo, sus ariículos revisten un ropaje bien elegante, que hace que sean aceptados con agrado por los gus~
tos más finos de estas regiones No eS un escritor a:l:il–
dado, no es el pulcro torneador de frases que deja suspenso el ánimo con giros atrevidos y perfecios, ni
el innovador valeroso que pasando sobre muchas va·
llas que las reglas del idioma levanian en el camino del pensador, se lanza con alas sobre los obstáculos
y responde con el éxito a BUS afrevidos arranques Ri– vas se confenta con ir hasta donde puede, no preten– de lucir más galas de las que corresponden a su je rarquía. Los escritores que son muy medianos por
10 c.otnún hablan en un lenguaje que quiere codear– se con el del genio, y se quedan haciendo de paya· sos o de reyes de comedia. A este propósito vaInaS a ilusirar con un ejemplo lo que parecen esos tipos que preienden hablar mejol de lo que se les alcan–
za; que nos dan a probar en copa de oro un vino de grosella Paseábamos un día por una calle de Wash– ingion en compañía de un caballero, que había vi– vido por veinte años en los Estados Unidos. A poco vimos venir cerca de nosoiros a un hombre con paso de soberano, recorría las aceras. Su vestido era como sigue: pantalón de finisimo casimir blanco, bofas de un charol esplendente, casaca de paño rojo, y el pe~
cho cubierlo como por diez colgajos de oro, gruesos entorchados que parliendo del cuello, ondeaban so~
bre el busio y se prendían en los hombres, adama– dos por enormes charreterasJ sobre la cabeza llevaba nuesiro conocido un sombrero de :tres picos, como ja~
más un general austríaco en un día de gala, lo ha lucido mejor Quédeme asombrado y entusiasmado al ver aquella figura, y dije a mi compañero: por Dios, ~quién es ese hombre, es el comandanfe en je– fe de las fuerzas navales y terrestres de la Unión? Mi amigo quedóme viendo con sarcasmo y Ine dijo, poniéndose el pomo de su bastón sobre los labios: "es un pobre m.antequillero que se disfraza de ese modo para anunciar su mercancía" Tal sucede con Inuchos aufares, que engañan con sus concepios, con sus oropeles a los que no saben apreciar sus cosium~
bres ni sus menfiras, pero que a fodo aquel que les iiene conocidos, lo que le causan es solamente risa Desde el título de sus composiciones hasta el último párrafo de ellas parecen giganfescos, pero son cOl::nd esos enonnes muñecos fonnados de zacata, que ni en pié pl.leden tenerse, ni sirven para nada La pluma
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