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« Previous Page Table of Contents Next Page »mos acrecentar por :inedia del imán da Su figU18, el número do prosélitos que había seguido a Fruto Cha– morro a las batallas de la guerra. Hermano de éste vnleroso Capitán fue el hombre a quien hncemos 1 efe–
i~encia, y se llamaba Pedro Joaquín. Digan lo que quieran todos los que se empeñan en aminorat su fi– gura, en el fondo de sus conciencias está la seguri– dad de que aquél ilustre compatriofa, sobre sus equi– vocaciones, que no fueron pocas en políJica, tuvo vir– tudes que el tiempo no podrá hacer olvidar y que ninguna pasión de parlido podrá cubrir de sombras. Pues bien, si ese personaje iuvo admiradores since–
lOS, fieles creyentes de su profesía de fe, Dervidores incondicionales para mantener el pabellón de su doc– trina, entre esos, como el cabecilla de todos ellos, co– mo el más ardienie también, corno el más devoto al mérito de Pedro Joaquín Chamorro, como el más lis– fa a velar 11;)5 ~ropiezos de ésfe en su camino henno– so, Be encuentra colocado don Anselmo H Riva6, a
quien la hisioria juntará como su inseparable com– pañero, con el caudillo conservadot, a quien de tan– ios crímenes acusan SUB contrarios, pero de los cua~
les no le alcanza ninguno porque ninguno ha comen– tido
y hemos proiestado no dejarnos subyugar al es– cribir estas setnblanzas, por el influjo de las circuns– tancias ni por al medio ambiente, ni POI todo aque– llo que conduce a un narrador en varias ocasiones a
no decir ]0 verdad, aunque sean sus intenciones muy sanas al principio Nosotros pennaneceramos iinpasi– bléS conteniéndonos en contra del remolino de las opiniones, y casi tenernos la seguridad de poner fin a nuestra faena sin haber ±ratado de falsear los he~
chos, sin haber escrito nada que desdiga de nuestro
1 aclo proceder La impresión que los acontecimientos nos produzcan sel á la que se debe encontrar en es– tas páginas, limpias da iodo intenio malévolo y de todo esfudiado mecanismo No habremos de mentir
~ sabiendas de que mentimos, no lo haremos jamás Causa con tanto brío ll'\.antenida, como fue la de Chalnorro por el señor Rivas, llevó a este necesaria– ntente a la idolatría, y pasó en inadvertida b ansición, de soldado de un ideal a fanático adorador de una personal entidad. No fue al pahicio en su canera pú– blica, El quien don Anselmo H Rivas apareció liga.. do, sino que cuando aquella personalidad traspasaba los umbrales del hogar, para entregarse al reposo de su hamaca, allí Rivas era siempre más que íntimo GQnsejero del noble republicano, el allegado impres– cindible de su jefe Y de aquella inspiraci6n hacia la entidad moral de Chamorro, se deslizó su arreba– to admirador a cuantos seres esfaban ligados a don Pedro. Esposa, hijos, hennanos de éste, recibieron del Beño~ Rivas no desmentidas pruebas de culto y de pasi6n. Desde el pequeñuelo que agitaba sus ma– nifas en la cuna, desde ese vásfago, nieto adorado de
la ca~a señorial, hasta el viejo sirviente de esa mis~
1na heredad, encontraban en don Anselmo H Rtv5S
un a¡jlauso de amor. Sonreía el infante o se; ponía enfermo, para el señor Rivas eran cuestión de esiado aquella sonrisa o aquel trisie malestar Moría aca– so el ·servidor anliguo que había sido el ayo de tnu~
ehos <iie la familia Chamarra, y como si fuera por cel– cano pariente, el señor RivBs se ponía de duelo y 5US–
pirab~ de verdad. Y cosa extrana, nada de esto en tal hombre implicaba. servilismo, Bino que su írenesi por
la figura de don Pedro Joaquín Chamono había lle.
gado a converlir en grave monomaIlía aquella Vene~
ración que empezó el señor Rivas sintiendo por una
fórmula política y acabó corriendo parejas con la de Sancho por el noble caballero Don Quijote de la Man~
cha
Ya descrépifo el héroe de asta semblanza y lofa
y confundida la ilustre familia que pOI mucho iiem~
po tuvo el podel en Nicaragua, el señor Rivas no pi– sa la morada de un Chamarra sin na sentirse Conmo~
vida por la emoción, al pensar en la gloria que ciñe la frente de los que habitan allí Para él siguen sien. do los descendientes de su cívico capitán, los únicos capaces de empuñar las riendas del gobierno nacio_ nal ¡Digno ejemplo fuera el suyo, si cuanto peca en él de exagerado no pudiera tomarse como egoísmo, como proceder sistemático, o como perenne adula_ ción!
y bien, ¿,qué papel corresponde a Rivas en el e5~
cenario público de su suelo natal'? Bastaría enumerar los hechos en que ha tomado parle o sido actor prin~
cipal, pala que tras algunos latigazos que se merece como pecador c:onscienie en lamentables e inolvida~
bIes desvíos, fuera digno en seguida. de merecer un
pedesfal para su estaiua en las plazas de la Repúbli~
ca POl su descuido, por su engreimiento, sufre Nica~
ragua veján"\enes que la dejan por mucho fiempo he~
rida, acostumbra en parle el corazón popular a Wla
como especie de tutoría, de la cual Rivas se siellf~
dichoso si de ella no ha de salir su pupilo Quiere a.
todo trance que un régimen gastado en mucho, pet ~
manazca con10 un muro que estando en pié, ya pa~
rece desplomarse, quiere, decimos, que ese réghnen yazga eternamente venerado y circundado de incien~
SO, y a cualquier zapador que levania una barra pa–
~ a golpear alguna de las piedras de aquel trémulo ci. miento, Rivas se le vuelve encarado, cual celoso mas– tín de sus ovejas, y le condena en duras voces, y le inclepa como aÍl.ado semi-dios, pala que no profana con ese golpe, según el paladín conservador, la dig~
niq,ad de la pahia Porque para Rívas lJ.e96 u~a ho–
ra en que casi se confunden los intereses comunes de
la nación con los parliculares intereses de los miem· broe de un padido y del bienestar de un sólo fecho. Llegan horas en que ese hombre Jan necesario, hon a de su pecho la idea de que no se pueden personali. zar cierios manejos que corresponden al fado de la vida nacionall en que niega ese polilico, defraudan· d.o así sus dofes de estadista, que la centralización es la ruina segura de la democracia, por ]a cual él mis.. mo había batallado tanto, y se ve como el hombre sin excepción, animal de rara especie, sostiene dog– mas que si no rechaza criminalmente en la práctica, no puede ponerlos en la vía de los hechos Viendo a Rivas por una faz tan decaída en su entidad, esfá uno feniando a sacarlo del gremio de los bienhecho· res de su país; y si no fuera que su honradez subli
A
me, que su pobreza intachable le ponen a cubierlo de cualquier emboscada de la calumnia, se diría que, simple asalariado, este célebre espíritu no 1uvo más misión en los días en que estaba en la fragua de la políiica, que la de forjar cadenas para los siervos cle feudales señores Bajo esta faz, hecha más desa– gradable aún por el encono de enemigos jurados, es que en muchas mentes de hijos del país aparece don Anselmo H. Rivas, pero, como airás dijimos, ningu-
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