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« Previous Page Table of Contents Next Page »La Iglesia de Subtiava: líneas sobrias, militares, de templo-fortaleza.
rrota nicaragüense, sin un solo adorno, sin una sola Hnea
c¡u~ decore su chillante mueble, es más seca y más prími.. tiva que '05 carros de Io:s filisteos o de los ninivistas. ¡Qué golpe de contraste, para comparar el estilo de dos pue. blos, es colocar una carreta nicaragüense al lado de una carreta costarricensel Durante cuatro siglos o más ha sido el carro del pueblo, Ipero jamás ha creído el nicaragüense que sea necesario adornar su casa peregrina y caminera. En ella va a sus peregrinaciones, en ella 'raslllda a su fa .. milia ba¡o toldo, en ella va a sus paseos y fiestas: y es como el esqueleto, pesado y huesudo de un carro. ¡No en valde de ell,:" de sus chillantes ruedas y de sus sonoras maderas, nació bajo la noche la leyenda de la Carreta. nahua conducida por esqueletos de bueyes!
DE LA MUSICA y
SU SIMPLICIDAD
La misma voluntad eliminativa, en línea recta a la sencillez (dijéramos que ha hecho voto de pobreza) mues– tra el pueblo nicaragüense en su canto.
Nuestra música popular era ya simple hace unos si· glos, y a medida que pasa el tiempo parece que in~isti
,"01 en empobrecerla. Las partes musicales que recogió Brinton de nuestra obra de teatro colonial -"EI Güe-– güence O Macho Ratón"- eran más ricas que las recogi-
das hace pocos años por el Taller San Lucas. Nuestros ro– mances y corridos antiguos -de un desarrollo más per· fecto- decaen al avanzar el tiempo extremando su senci·
lIez musical. Nuestro corrjdo ciñe su música a la cuarteta, que es la estrofa popular y tradicional de América. La
música Va pegada al verso, y el verso es desnudo y lim–
pio pero frecuentemente sorprende por su directa expre– sión o su lírica ingenuidad.
Respecto al canto, respecto a la voz humana en la canción, nuestra tradición -reafirmando su tendencia– no usa el duo, ni falsetes u otras galas que enriquecen, por ejemplo, el canto popular mexicano. Salvo en las Purísimas (en cuyos cantos la estrofa se lleva a dúo y lue·
go contesta el "co·ro ll
),
nunca hacen dúo nuestros cantores populares salvo alguna excepción que comprueba la cos– tumbre. Si hay varios, cantan uno después de otro en su propia soledad.
Salvador Cardenal me hada notar, dentro de esta no· ta típica de sobriedad musical, el misterio de Monimbó, cuya marimba rompe la norma. Piezas tan populares COa
rno "El Garañón" o "005 Bolillos" tienen una riqueza enor· me de ritmo. Sin embargo, a su lado, en Njndiyj, en Ca– tarina, en Granada las músic:as m's hondamente nicas de nuestros bailes populares contienen únicamente tres o
.~uatro frases y su "riqueza" es repetirlas 'infatigable– Inente.
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