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com,,'elo l. fe en la dencia y la economla como salvación

del hombre, pensaban por lo menos que tales cosas no

eran suficienes. Suele decirse que el modernismo fue me·

ramente esteticista. Aunque así fuera -pues no resulta

del lodo cierlo-, lo que buscaban aquellos poetas hispa·

n03111ericanos era restablecer, redescubrir el sentido ipoé–

tico de la vida. Creían, "literalmente", que no sólo de pan vive el hombte, sino de toda palabra que sale de la boca del poeta. Con esa fe

III

redescubrían", desde su sensibili.. dad hispanoamericana, la Europa de la poesía, o "la poe· sía de Europa ll

Buscaban en el hombre hispanoamerici\–

110, al mismo tiempo Su raíz americana y su raíz europea

_y nutrían el tallo mestizo de savia hTspánica y latina. De

esa manera se situaba simultáneamente en el punto de vista hispanoamericano y en el punto de vista europeo-, dos actitudes IIcomplementariasll que en los poetas mo~

<lamistas se confundían en una sola Desde esa posición trataron de mir(:l,r lo que había detrás del punto de vista norteamericano, o mejor dicho, tratiilron de "interrogar al hombre noreameiicano". No tengo tiempo para

lI esp igru lI

lo que ,pensaban al respecto, en l>rosa y verso, los poetas modernistas, como Rubén Daría, Amado Nervo, Blanco Fombona, Chocano, Lugones, y los demás que todos

COn

nocemos. UPaiO lo que no podemos pasar por alioli es el

"libro" en que las juventudes modernistas de Hispa~

noamérica enconttaron su breviario, casi diría su Evange~

Iia, para librarse do la seducción ele NOI teamérica: trie re~

fiero al

11 Ariel" de Rodó.

11 Ariel" se publicaba -si no me equivoco- el primer tiño de este si91o, el ~ño 1900, y el éxito que obtenía no

s610 era inmediato en toda Hispanoamérica, sino extenso

y profundo entre los IIjóvenes de aspil aciones desintere~

.sadas", tomo lo ertm entonces, y espero que lo sean toda~

vía, la mayoría de 105 jóvenes hispanoamericanos. No

si IIAriel 1l ha conservado su popularidad para la juventud

de ahora, pero n'lel ete tonsel'varla, pues a pesar de su

idenlismo, un PO(O vago, es uno de los libros hispalloame~

,iconos que no ho pe,dido su octualidod. Rodó co,nbolío

en IIAriel 1l -con la exquisita ui'banidad que lo djsiill"

gu~ el utilitarismo de Calibán, que amenaza transfor..

milI' en barbal'ie la civilización moderna. P,evenía a los ióvenes contra el sentido meramente utUitario de la edu cación, que no produce más que especialistas, hacienclo

ver que lila especialización ll

, como él decía, "forma espí~

ritus estrechos, incapaces de considerar más que el único aspecto de la realidad con que estén en inmediato contilc– to". Para IIlibertarnos ll de la prisión de 1110 inmecliato lf

-que es la prisión natural del hombre americi'lno- y de

la actividad puramente utilitaria a la que nos induce nues· tro vivir americano, Rodó nos invitilba a redescubrir el sentido del ocio clásico, es decir, el sentido que tuvo el ocio para los griegos y que la Europa clásica no ha perdi"

do del todo. II~I ocio noble ll -Ie¡íamos en IIAriel

ll _

era

la inversión del tiempo, que (los antiguos) oponían, como eX!!lresión de la vida superior, a la actividad económica ll

y dirigiéndose a los jóvenes, les decía: liNo tratéis de jus· tificar, por la absorción del trabajo o el combate, la escla..

vitud de vuestro espíritu". La libertad del hombre, o me' jor dicho, el hombre mismo, no se realizaría plenamente,

no alcanzaría su plena humanidad en la producción de las riquozas materiales, ni en la lucha política. La civilización

-se hacía necesario rec:ordarlo- no consistía en 01 uso de lo libertad paro la odquisición de dinero; no consistro en el progreso matedal. liLa civilización de un pueblo -se leía en IIAriel ll

_ adquiere su carácter, no de las Ola..

nifestaeiones de su pros.peridad o de su 9\ antleza mate– rial, sino de las superiores maneras de pensar y sentir que dentro de ellas son posibles" Desde esa posición Rodó mirabo el panoroma de los Estados Unidos a p'incipios del siglo. Encontraba que la cultUl'a norteamericana IItendía

a convertir el trabaio utilitario en fin y objeto supremo de la vida ll

los Estados Unidos te parecían -son sus pro.. pias palabras- lila encarnación del verbo utHitarío ll

Pero la gran pregunta que Rodó nos hacía, que le hacía a los mismos Estados Unidos, a sus enormes ciudades como Chi .. cago y Nueva York, era ésta:

IlEsa febricitante inquietud que parece centuplicarse en su seno el movimiento y la intensidad de la vida

r

¿tiene

UI1 objeto capaz de merecerla y un estímulo capaz de jus

o

tificarla?1I

No enconlroba Rodó en los Eslodos Unidos de entono ces una respuesta positiva a esa pregunta. Descubría f;}n

el seno de su IIcolosalismo material ll la misma deficiencia de humanidad americana a la que el hombre de Hispano... américa es incapaz de conformarse, y contra la cual -co~

mo vimos en el altículo pasado- ha venido luchando violentamente, trágicamente si se quiere, desde el prin~

cipo de su historia. IIEn resumidas cuenta Sil, Rodó nos presentaba a los Estados Unidos como un expel imento, como " un intento de vivir" humanamente insuficiente. "Es indudable -escribía en "Arie1"- qua aquella ch,iJj.. zación produce en su conjunto una singular impresión de

insuficiencia y de vacío ll .

Nada más significativo, a mi juicio, que algunos de los primeros en dar la voz de alerta sobre lo que hoy se llama Ilcivilizaci6n de masas" y sobre la aparición del ti ..

po de hombre que ésta ,produce: el"hornbre~masall -que hoy predomino en los "slados Unidos- hoyan sido escri· tores hispanoamericanos y españoles. El plimer traductor nOiteamericano de IIAríel", míster J J. Stimson, entonces embojador de los Eslados Unidos en lo Argenlina, ya lo hacía natat' en 1922. "Ha habido voces, "desde Rusldn ll

-escribía en el prólogo de su traduccióll-, que han ha– blado contra fodo esto. En Italia, Ferrero¡ Rodó, en el Uruguay¡ Amado Narvo, en México; los poetas de eolom~

bio y los poetas y escrilores cle la A,genl;no. ¿Por qué

-se preguntaba el embajador nOiteamericailo~ ocUlTe que lo moyoría de ellos seon de Sudamérica y lodos de raza latina?" Pero el libro que ha tocado lo más vivo del problema y el que ha tenido, por añadidut'a, mayor in~

fluencia entre los intelectuales norteamericanos, ha sido fILa rebelión de las masas u

, de Ortega y Gasset. El gran libro de Ortega no sólo ha influído ¡profundamente en 109

poetas, escritores y artistas contemporáneos de los Estados Unidos, sino también y más especialmente, en los soció' logos. Sin "La rebelión de las masas" no se habrían escri·

to libros tan reveladores de la situación del hombre con· temporáneo en Norteamérica como 'IThe Lonely Crowd", de Reissmon, o "The While Collar", de Wriglh·Mills. A lo luz de esos libros -mejor que por elleslimoni" de mi propia experiencia- podemos examinar, aunque soa rápidamente, al hombre norteamericano en su propio

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