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despierto de doña Elena semejante escena familiar, fue

profundísima. No se borró de su memoria durante su ¡u..

ventud y determin6 su resolución de consagrarse a Jesu– cristo, en un renunciamiento del mundo que le despejara

el camino de perfecdlón. Hizo votos de virginidad y de pobreza. A medida que florecía en juventud, doña Ele·

na se afirmaba más en la convicción de que debía renun..

ciar al mundo. No tenia convento a la vista, como las

patricias romanas de la época del ascetismo del siglo

cuarto, para refugiarse en él contra las seducciones de la

sociedad. Pensó entonces en resguardar su consagraCión

en una forma individual, y dentro de una disciplina pro~

pi., mantenida por la oración y el constante ejercicio de

la caridad. Era rica, agradíada y por lo tanto solicitada.

Pero su resolución inquebrantable fue de estar libre y

lista a seguir a Jesucristo. Había leído en San Juan Cri·

sóstomo que la virginidad, como solo tributo rendido a Dios, no tenía mayor valor, cuando no la seguía la prác...

tica de la misericordia y de la limosna. El mundo difícil· mente comprende esta <;tase dEl desprendimiento., Su

plan consistía, como aconse¡aba San Jerónimo a ~na pa~

tricia romana, en contraer alianza con la señora pobreza,

y procurar envejecer en sabiduría. Doña Elena recogió el consejo de San Jerónimo. Resolvió vivir como pobre, pe..

ro no abandonó la administración de su capital, que tuvo como propiedad de Dios confiada a su dirección, pero no para su propio gozo.

Vivía como pobre, vestía humildemente, procedía COn suma sencillez, no adornaba con galas y alhaias, su juventud. Estudiaba, insistía diariamente en la lectura

espiritual, y procuraba entender el senildo recto de la ca–

ridad, para servir al prójimo, protegiéndolo contra la mi– seria, y defendiéndolo contra la ignorancia, que es mise· ria del entendimiento.

Su amor a Dios y al prójimo encendran su corazón,

y no le permitían reposo. En donde estaba el dolor con· curría enseguida doña Elena al saberlo. Las puertas de

$U casa nunca se cerraban para los pobres, y su mano tra–

ginaba de su bolsa a la mano tendida del necesitado. Pe–

ro lo que más preocupaba a su caridad encendida, era el combate en contra de la ~gnorancia que amenazaba el rei–

nado de Jesucristo sobre su patria. Pensaba que debía

instruirse a la muier nicaragüense para el meior cumpli–

miento de la misión salvadora que Dios le había confia·

do, y que había visto desempeñar a su madre y a su abuela como tesoreras hogareñas de la cultura tradicio–

naL En Granada. en aquella época, era la enseñanza ocu–

paci6n ordinaria y misionera de las señoritas de buena

familia. En cad. casa de lo que se denominaba El Centro,

existra una escuelita, en donde se impartra gra·tuitamen– te una rudimentatiia instrucción a los niños pobres y ri–

COs que eran allegados a la familia, por cualquier clase

de relación social. Se les enseñaba a leer, a escribir, ru– dimentos de aritmética y el catecismo. Doña Elena que habr·a practicado esos ejercidos, sinti6 la vocación de maestra y quiso encauzar aquella corriente por una pre– paraci6n más elevada y sustanciosa de las muieres gra–

nadinas. De su propio peculio abrió un colegio de seña·

ritas en su casa, conve"tida en aula, y siendo ella mlrsma

la directora. Formó el cuadro de sus profesoras con al· gUnas que conocía por más adelantadas, y se entregó a

la tarea educadora con entusiasmo. Ella duró algunos años y se obtuvieron resultados satisfactorios. Una gene–

ración de damas granadinas fue formada en ese colegio

y desempeñó gran papel en la cultura de la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX.

Pero doña Elena no estaba tranquila con respecto a la perduración de su obra y quiso asegurarla de manera estable, entregándola a una Institución Religiosa. Al ser·

vicio de ese pensamiento realizó su primer viaje a Euro· pa en donde estaban 'as fuentes vivas de nuestra civiliza–

ción y Roma, capital del orbe católico. Sus relaciones con la Compañía de Jesús, le facilitaron las gestiones que debía hacer.

Visitó a su Santidad el Papa Pío IX, el entristecido Pontífice, prisionero del Vaticano. El la bendijo y la ani· m6. Conoció personalmente a don Basca, y le fue dado

encender su vela en aquella antorcha de la enseñanza cristiana. No le fue posible a doña Elena coronar sus es– fuerzos en ese primer via¡e. Se desconfiaba de Latino– américa que estaba entregada a las convulsiones revolu– cionarias, y en donde dominaba un laicismo agresivo.

Pero ella aprendió mucho en cuanto a los procedimien–

tos que se debían seguir para hacer eficaz los esfuerzos

en pro de la buena causa que la animaba. Años después

volvió otra vez a Europa con el mismo prop6sito, y con una djrección más segura. Nicaragua habla entrado en

largo período de paz, y de gobiernos serenos que hacían posible la venida de una instituqlón religiosa para hacer· se cargo de la enseñanza de la mujer. Se había progre–

sado en este sentido en el país por la creación de un

colegio de señoritas de los padres de familias, que fue fundado "ajo la direcci6n de profesoras extranjeras en

un sentido laico. Pero no satisfada ese instituto las as ... piraciones de las madres católicas, por dos razones, por..

que se dudaba de su estabilidad, y porque no se le po· nía como médula de la educación a la Religi6n, que ha·

bía sido luz de nuestra cultura.

Doña Elena volvi6 a Europa y pudo conseguir tratar

COn las Mh.ioneras Salesas del Sagrado Corazón, que

aceptaron venir para abrir un Colegio en Granada. Do– ña Elena sufragó todos los gastos, dio una de sus casas

y el Colegio de señoritas fue abierto, despertando gran· des esperanzas. Pero el período de tranquilidad en Ni·

caragua había terminado, y se había reproducido la agre–

oi6n del I,.icismo. En el año de 1894 fue clausurado in– tempestivamente por mano de la autoridad el Colegio, y

expulsadas violentamente las misioneras salesas. fue

grande el sufrimiento de doña Elena por este fracaso.

Dio muchas carreras, y arrostr6 peligros para proteger a

las expulsadas. Pero el ánimo de aquella mujer superior

no se anonadaba ante obstáculos, e inmediatamente reac.. cionó su espírHu para buscar la manera de salvar la edu–

cación religiosa de la mujer, ante el porfiado ataque del laicismo.

Convencida de que el Gobierno de Nicaragua no

permitiría la entrada de nTnguna Orden Religiosa, reali– zó un nuevo viaie a Roma para estudiar el procedimien.. to que debía seguir en su lucha. Le aconseiaron buscar maestras seglares de raigado catolicismo, para que pu– dieran entrar al pars y dedicarse a fa enseñanza. Pero,

dice un testigo presen~ial de aquellos afanes de doña

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