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« Previous Page Table of Contents Next Page »padido monárquico realista, que era anies el parlido de los Barbones, Y que se halla a.hora refundido en el arlido de Orleans, proclama corno rey al conde de
~arís y se compone de la antigua nobleza del barrio de S~n Germán, de varios viejos reirógrados, del clero de alta araduación y de la rnayor palie de los agri-ul±ores;:oly campesinos Por ú1±imo, el parfido Íl"npe– e'alista o de los Bonaparfes, que proclama a Vícior Bonaparte, hijo de Jerónirno, compuesto de algunos rnbieiosos de talento, de la nobleza recienie, de los aondes, duques y marqueses del primer Irnperio, de e 19uno s militares desocupados y de las ciarnas galan– fes, de la~ cortesanas, de los cómicos, aclores, cantan–
teS y actnces
Napoleón I tuvo lBzón de ser Fue el Hércules que vino a sofocar la hidra de la revolución¡ fue un rneíeOIO cuyo lUluinoso rastro alumbró por un mo– mento al mundo, a manera de cen±el~~, destruyendo e incend,iando cuanto encuentra Su hl]O, conoCl,do en la histona con el nombre de rey d~ Rorna! habna lle_ gado sin duda a llamarse Napoleon II Sl ,l.os recelos del Austria y de la Europa toda no le hubleran ence– lrado en el castillo de Schornrnbrunn, donde pereció de un modo misterioso cuando apenas contaba veinte años
Napoleón III tuvo todavía razón de ser, porque el pueblo francés, deslumbrado con las glorias del pri– mer Ilnperio, descontento de su situación, soñando aún con batallas y viciorias, creyó que el 3ólo nom– bre de Bonaparfe era suficiente para devolverle la su– premacía en1re las naciones de Europa. No sospecha– ba entonces que deirás del nornbre de Bonaparre ven– dría algo peor que Waiel1oo, vendría Sedán
El que debió llalTIarse Napoleón IV, el príncipe impelÍal, hijo de Napoleón III y de Eugenia MonHjo de Guzmán, iba quizá en el cantino de la gloria, pe– ro ansioso de adquirir laureles y prestigios para ornar sus sienes con la aUleola de victorias obtenidas en re– motos países, rnuere en su primera juvenfud a ma– nos de los bárbaros, en salvajes tierras africanas, cuando su juvenil cabeza soñaba con un trono y su
corazó:u ardiente enireveía por recompensa de sus afanes la m.ano de una princesa británica
Pero Napoleón V, esto es, Vícior Bonaparie, el hi– jo de J erónirno y de una princesa italiana, no tendría en las actuales circunstancias razón de ser Ni las glorias de sus antepasados ni sus esfuerzos persona– les parecen llarnarle a ocupar el trono de Francia Pa– seando en buenos caballos y en elegantes coches en el Bosque de Boulogne, seduciendo hermosas damas, dando banquetes y bailes, podrá llegarse al imperio de Venus, pero de ningún modo a conquistar el frono de una nación guerrera y entusiasta El destierro itn– puesto a Víctor por el Gobierno del Sr Brevy puede ayudarle Inucho para llegar a ser emperador¡ le ha dado los prestigios de la desgracia, le presenta ya co– rno rnárfir de una idea; pero esio no basia para obte– ner tan glandes resuHados si su alma no se templa en el inforfunio, si su cuerpo, abandonando el siba– ritismo de la vida parisiense, no se lanza en esas arriesgadas aventuras que dan por consecuencia la vida o la muerte El 18 BrulTIario y el 2 de Diciembre son aC±os de aventureros 'audaces, ambiciosos, terri– bles, pela de ningún modo vulgares Antes de llegar a ser jefe de una cuadrilla¡ antes de poder lanzarse, arma en mano, al cuello de una nación y decirle: "El trono o la vida", es preciso haber dado pruebas de gran valOl, haberse distinguido en los cornbates de la existencia o de los campos de batalla, y haber sabido inspirar confianza a sus secuaces
Napoleón I Y Napoleón III pudieron alTIetrallar al pueblo de París, arrojar en cárceles y rnazmorras in– mundas a los representanies del pueblo y escalar irn– punernente el trono de Francia, porque se sentían apo_ yados por un ejérci±o a quien habían inspÍl ado con– fianza con actos de audacia y de valor, y, a pesar de esto, ni el uno ni el otro habría fal vez realizado sus intentos sin la presencia de ánimo de Luciano Bona– parie y la fría resolución del duque de Morny
Mucho dudamos que la historia pueda algún día consignar en sus páginas el golpe de Estado de Napo– león V.
CAPITULO X
LA I1LClUIUETA
Una nl.ujer gorda, pequeña, como de cincuenta años de edad, de traje negro de lana ordinaria, de bonete negro con cintas pasando por la barba, de cara colorada, maliciosa y satisfecha, se presentó delante de Em,n1.a con gran desenvoliut a
--Buenos días, señorita Ernma lle dijo con alTIa– ble sonrisa 1
-Buenos días, señora Escoray
-Vengo por un rnornenio a saber si J:l.abéis lo-mado alguna delermínación sobre el negOCIO de que os hablé en días pasados Ya sobéis que el señor ba– rón del Ciervo está siernpre en la lTIisma disposición: de vos depende el ser rica de un día a airo
-Ya os he dicho, señora, que no quiero volver a oír una palabra de sernejante proposición¡ dirigíos a otras rnujeres cuya educación y antecedentes les per– tnitan escucharos.
-¡Pero, hija rnía, si 10 que yo os propongo en nada puede ofenderos ni perjudicaros 1 ¿Qué ofensa es el amor, sobre todo cuando el caballero de quien se trata es un buen rnozo, elegante, agradable y dis– puesto a ser muy geniil y bondadoso?
-Os repito, señora, que no hablemos de eso Si no fenéis airo objeto en vuesÍ1a visifu, 00 declaro que habéis perdido el tiempo
-No m.e puedo convencer, hija n1Ía, que haya gente tan sencilla y poco avisada que deje pasar así la ocasión de salir de apuros, de gozar de la vida y
hasta de vengarse de necias e itnperiinen.±es criaturas
COlTIO las que acaban de salir de aquí, que se imagi– nan que sólo ellas tienen derecho a los halagos de los buenos mozos, a los paseos, bailes y fiestas, corno si todas las mujeres no fuésemos iguales I Qué lástima, hija mía, qué lástima sería que dejaseis perde.c vues– iros encantos sin que nadie los goce, solalTIeníe por preocupaciones y absurdas ideas que os han metido en la cabeza 1
-Señora Esc:oray, perdéis vuestro :l::iempo 'en va– no Jamás TIle convenceréis de que en la deshonra puede haber felicidad. Soy pobre, :muy pobre, des– pués de haber sido millonaria, lTIi -orgullo, lTIi digni– dad, :mi arnor propio se encuenfran horriblemente maltratados¡ pero creo que antes moriría lTIil veces de lTIiseria y de rabia que dejarme rebajar hasta el punto de vender por dinero lo que sólo debe darse por amor
-Pero, hija lTIía, qué nlna sois! ¿Quién os in1.pi– de que améis con iodo vuestro corazón al joven de que os hablo? aCreéis acaso que iodas esas señoras que vienen a mi casa, vienen solarnente por el dine– ro'? ¡Cuántas hay que, lejos de recibir, dan constan– ±elTIente a sus a1TIantes cuanfo pueden quiiar a sus maridos! Aquí no Inás tenéis un ejemplo en esas da– rnas que os acaban. de _visitar Es verdad que la ge– nerala sólo consiente en ser alTIable con mis parro-
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