Page 94 - lista_historica_magistrados

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ía cuaÍ mbs de clento cincuenta m.il rusos con se– en ieuios cañones aiacaron a los franceses, que éra–

ie~s solamente ciento treinta mil con quinientas pie– III s de arlillería, Y de cuyos resul±ados quedaron en za can1.pO de batalla, entre :muertos y heridos, :más de el henia mil ho:mbres, enire ellos cuarenta o cincuenta

OC neral es Después de aquella jornada :me:morable,

g~ que pereció al frente de sus escuadrones hasta el e ran general ruso Bragaiión, enirarnos vencedores, g'doreando a nuesho emperador, en la orgullosa ciu_

d~d de las doradas cúpulas, en la opulenta y soberbia :Mosco w El em.perador y el ejército esfaban. ufanos y ontenios de verse victoriosos y tranquilos en aquella c ran ciudad, donde pensába:rnos pasar el invierno pa– ga confinuar nuestra tnarcha sobre San Petersburgo,

~uando de repenle se anuncia que una parte de la ciudad está ardiendo Danse al instante las órdenes necesarias para apagar el incendio, los soldados se a resuran a buscar las bombas de apagar, pero no

l~ había, el infame gobernador Rostopchino, al dar la orden de incendiar la ciudad, se había llevado con~

sigo todas las bOlTIbas Logramos, no obstanl:e, apa– gar el primer fuego, que se declaró en uno de los ba– nios más irnporlantes de la población, y que afribuí– n1.0S a la casualidad, pero pronfo virnos aparecer el incendio en diez puntos diferentes a la vez. En vano se daban órdenes, se tornaban medidas, se hacían es– fuelzoS para contrarresfar aquel elenlenfo devorador: el fuego se declaraba por fodas parles; el ejército en– tero no era bastante para contener aquel horror, los ricos palacios, las doradas cúpulas, los grandes ahna– cenes llenos de lTIercaderías, todo venía al suelo, todo parecía abrasado por aquel fuego devasiador¡ los hos– pilales de sangl e, los asilos de pobres, las casas de huérfanos, fodo ardía a un tiempo, y con gran dificul– lad lográbarnos sacar a los heridos y enferlTIos, que iban a rnorir, afuera Cuando volvíamos fatigados, abrumados, sedientos y sin fuerza de fanto apagar fuego, encon±rábarnos que nuesiros nüslnos cuarteles esfaban reducidos a carbón: toda la ciudad se volvió una inrnensa hoguera con que habría podido ilumi– narse la rnitad de la Europa ¡Qué horror, señorl ¡Qué horror! Es imposible ilTIaginar lo que era aquella ciudad en llamas. Todo el ejércifo iuvo que acampar entre carbones y cenizas, en medio de pantanos for– mados por las lluvias Hacíarnos el fuego para calen– farnos y para preparar los alirnentos Gon los objetos más preciosos de los ahnacenes de Moscow, con mag– nificas cuadros, con ricas cornisas y con santos de las iglesias; y en nuestros vivaques, los oficiales, llenos de quemaduras, de cardenales y contusiones, se echaban fatigados sobre ricas pieles de Siberia, sobre cojines de Persia, sobre todas las riquezas de aquella gran capital, arnonfonadas en desorden. Los soldados, al ver que todo iba a perecer, se daban a saquear lo que podían¡ cada uno cogía lo que le vertía a las :manos: no había tiernpo para salvar tanios objetos preciosos de las casas y almacenes: todo lo devoraban las lla– mas cuando no lo sacaban precipiiadamente los sol– dados Aquél incendio causó naturahnente, alguna desmoralización en el ejército; parecía aquello el fin del mundo, y cada soldado creía que se acercaba el juicio final

-Es verdaderarnente horrible la descripción que nos hacéis del incendio de Moscow

-Pues aun no os he dicho la lTIifad de los horro– res por que tuvimos que pasar Después de aquella espantosa catásfrofe, no había más rernedio que em– prender la retirada Ir hasfa San Petersburgo con el ejército que nos quedaba, con la desrnoralización que había, con el frío que empezaba a sentilse, era impo– sible El e:rnperador ordenó la refirada, y elTIpezamos nuestra lTIarcha en orden; pero un frío penefranfe, ho– rrible, sin tregua, sobrevino a principios de Noviem_ bre La nieve, que caía sin interrupción, borró com– plel:amente los caminos; andábamos al acaso, en tne– dio de un desierio de hielo, sin vel siquiera dónde poníamos los pies, porque los grandes copos de nie– Ve nos cegaban los ojos; a veces los soldaods caían

en ios pantanos ateridos de irio, acosarlos por ei vien– fa, mal alimenta.dos y sin fuerzas; el que caía no vol– vía a levantarse y quedaba sepul±ado en la nieve; te– níamos las manos despedazadas, llenas de grietas, y eran pocos los que conservaban el fusil La división del rnariscal Davousi era la única que conservaba la disciplina; os lo digo con orgullo, señor: pertenecía yo a aquella famosa división, y jamás un soldado sol– ió el arma de sus lTIanos sino para pasar a la otra vida A los pocos días de nuestra marcha no era ya una refirada lo que hacíarnos, sino una desbandada sin orden ni disciplina: la mayor parle de los solda– dos huían, abandonando el fusil y buscando cada uno cómo salvar su personal los pobres caballos iban que– dando muertos enfre la nieve por falla de forraje, cau– saba lástima verlos roer cualquier palo que encontra– ban, por duro y seco que esfuviera Yo vi lTIorir a varios de uds compañeros helados y arnorafados por el frío: era aquello lo rnás hisie y desconsolador del mundo: no enconfrábamos un pueblo donde refugiar– nos, un lugar abrigado donde encender lUlTIbre y ha– cer nuestro lancho: ¡sielTIpre el desiedo de nieve in– ielminable, frío, horrible! Algunos que se apartaban por los carninos que les parecían más practicables eran aco:rnetidos por los cosacos, que en veloces caba– llos venían constante:tnente en nuesfra persecución¡ los afravesaban sin piedad al filo de la espada; los pi– soteaban con S'l1S caballos y los dejaban medio muer– fas entre la nieve, de donde salían con frecuencia gri– tos y aves desgarradores Nos comíamos los caballos que caían lTIuerios de inanición, nos comíamos las cO

w rreas de las monturas, las botas de los soldados, y si alguno había conservado un poco de trigo o de carne, lo guardaba cuidadosalTIente para sí, sin querer par_ tirlo, como antes, con los otros: entre los soldados, que son siernpre generosos, se había declarado el egoísrno Era un horror ver el aspecto que ofrecía– rnos los que nos llamába:rnos todavía el Grande Ejér– crlo: no pasaría.mos de cinco o seis mil hombres, fla– cos, exfenuados, sin fuerzas, con las caras y manos llenas de griefas, sin uniformes, con las botas hechas pedazos y enteramente desmoralizados. El vivac que hacíarnos en la noche, se convertía al día siguiente en cemenl:erio, donde quedaban sepul±ados muchos de los que habían perdido toda esperanza y preferían de– jarse morir a seguir adelanie en aquella marcha es– panfosa. En la división del general Davousi era donde conservába:mos todavía alguna disciplina Los que te– níamos más energía hacÍarnos los alilTIentos, que con– sisiían en carne de los caballos rnuerfos y en algunos pocos de harina de centeno, que conditnen±ábamos con pólvora pOI fal±a de sal, y que cocinábamos en al– gunas marmifas que guardábamos como reliquias¡ el que caía por fierra era seguro que no volvía a levan– tarse: entonces, el único favor que se le podía hacer era darle planto un tiro para que no viniesen los co– sacos a hacerle sufrir más Desgarraba el alma oír los lastimeros quejidos de los estropeados y heridos, que imploraban de rodillas les diesen un ±ira si no podíamos llevarlos a su patria Recuerdo aún el grito desgarrador de un cornpañelo de armas que lTIe su– plicaba, llorando, llevase un mechón de sus cabellos a su esposa y a su madre, que habían quedado afli– gidas en la patria aguardando siempre noticias del Grande Ejército El pobre joven, pues no ienía más de veintisiete años, se arrasfraba difícilmente, herido en la pierna por una bala cosaca, y suplicaba con lágri– mas en los ojos que no le abandonásemos; pero, ¿quién podía en aquella sifuación hacerse cargo de lleval un herido? Apenas si podía cada uno con su propio cuerpo, Los cosacos venían a nuestra reta– guardia, y era preciso llegar pronfo a algún lugar donde pudiésemos resistirlos y rechazarlos: nos virnos en la triste necesidad de disparar cuairo balazos sobre aquel desgraciado No puedo recordar sin lágrimas aquel triste suceso

Y, en efedo, el anciano que nos refería con tanfa exacfitud aquel episodio de las guerras napoleónicas, se vió obligado a suspender su relación, coriada súbi– tamente por copiosísimo llanio

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