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« Previous Page Table of Contents Next Page »de la Presidencia porque el Repl esentante del Gobierno de México le infonnaba que su país
estaba anuente a apoyar una revolución en Ni– caragua.
A esa inforrnación del Sr. Solórzano no le
daba importancia, pues me parecía muy ex– traño que México se entrometiera en nuestros asunios infernos sin lTIofivo alguno especial,
sin embargo, eso fue lo que sucedió, andando
el Hempa, corno verernos más adelante.
Todavía en 1925 esiaba muy viva la esci– sión en el Partido Conservador, escisión que se había creado entre los amigos del docior Carlos Cuadra Pasos y los míos. Seguramente
por esa causa, cuando mis amigos supieron
que el sucesor de don Carlos Solórzano sería don Adolfo Díaz, me hacían presión para que en lugar de don Adolfo recayera en mí la Pre–
sidencia.
Al principio, no dí acogida a tales insinua–
ciones, mas, com.o éstas continuaran apoyán–
dose principalmente en la preponderancia que don Adolfo daría al docior Carlos Cuadra Pa– sos, poco a poco fuí cambiando de parecer.
Sin embargo, no quise tornar la Presiden–
cia para nlí, sino pensé que el sucesor de don
Carlos Solórzano fuera mi padre don Salvador Chamorro.
Conto aquí en Managua había que elegir
a un Senador quise enlonces que el candidafo
fuera mi padre. Contaba para llevar a feliz lérmino esta maniobra política con que don Deogracias Rivas, amigo de mi más absoluta
confianza, era el que dirigía la Convención
Departamental. Mas, aunque don Deogracias
siempre seguía las insinuaciones que yo le hi– ciera, en esa ocasión no quiso cooperar en la
elección de mi padre para Senador por lo que no tuve otra alternaliva que la de ponerme yo mismo de candidato. Así fue cómo adquirí esa posición, la que me dió la oporiunidad de que, cuando don Carlos presentó su renuncia al
Congreso, éste me designara corno su sucesor.
Anies de pedirle la renuncia a don Carlos, -o de obligarlo a renunciar, si se quiere ha–
blar con franqueza-, conversé con don Adol– fo Díaz para ver si dejábamos a don Carlos en
el poder, pero don Adolfo no estuvo de acuer–
do si no era rnedian±e ciertas promesas que
don Carlos debería hacer, y cuando tuve una
conversación con éste $1±irno sobre el particu–
lar ví que no estaba dispuesto a aceptar las condiciones que le pedía por lo que le dije que hablara él mismo con don Adolfo pero que le hablara con loda franqueza confesán– dole su deseo de continuar en el poder y que se arreglara con él ya que yo no tenía incon–
venienie en que él confinuara en la Presiden– cia. Pel~o COlTIO no hubo arreglo entre ambos
no tuve otra disyuntiva que la de obligarlo a poner su renuncia y a tornar yo la Presidencia de la República.
Esio lo hice no obstante que pocos días antes Mr. Eberhardt me mostró un largo ca– blegrama del Departamento de Estado dicien– do que se me advirtiera que yo no podría ser
reconocido con1.O Presidente porque era fir_ mante del Tratado General de Paz y Amistad suscrito en Washington en 1923 y al que ya hi– ce referencia transcribiendo el artícuJ o II de dicho Tratado en el que se establecía que nin_ gún individuo que diera un golpe de estado o que se levantara en armas en contra del poder constituído sería reconocido corno Presidente Constitucional de su país. Pero yo había esta– do, durante varios días, haciendo campaña popular para la torna de posesión de la Presi– dencia, y me pareció indebido esa adverten_ cia de última hora, que ya no estaba de acuer_ do con la realidad política nacional.
Por otra parte, me consideraba seguro del apoyo del Partido y pueblo conservador, corno efeciivamente lo tuve. Pero la hostilidad del Departamento de Estado hacia mi Gobier– no se hizo cada vez más patente hasta el pun– to que el Partido Liberal encontró fácilmente apoyo para hacerme la guerra.
El 16 de Enero de 1926, don Carlos Solór– zano presentó su renuncia al Congreso Nacio– nal, la que le fue aceptada por éste, habiendo
después procedido a escogen:ne COlTIO Presi..
dente Constitucional. Inmediatamenie me de– diqué a organizar mi Gabinete y a hacer los cambios necesarios en las Jefaluras Políticas y Comandancias de Armas de los Departamen– ios de la República.
Mientras tanto, yo veía un peligro serio en la Vice-Presidencia del docior Juan Bautista
Sacasa, y por eso quería conseguir también
su renuncia a cambio del Ministerio en Wash– ington, o cualquier otra cosa que él aceptara. Sin embargo, todas las gestiones que se hicie– ron a este respecto no dieron resuHado algu– no.
En vista de la situación creada por la ne– gativa del Dr. Sacasa, el Jefe Militar de las
fuerzas acantonadas en León, nuestro malo–
grado joven General Rumbarto Pasos Díaz, procedió a tornar medidas un poco enérgicas sobre el asunto, lo que dió por resuHado que el Dr. Sacasa resolvió abandonar el país, corno efeciivamente lo hizo.
Corno es natural suponer, el Dr. Sacasa, con su investidura de Vice-Presidente, se dedi–
có a buscar cómo derrocar a mi Gobierno, pa–
ra lo cual se trasladó primeramente a los Es– tados Unidos y después a México, donde en– contró amplio apoyo en armas y dinero.
Mientras el Dr. Sacasa preparaba en Mé– xico la revolución que había de ensangrentar a Nicaragua, un amigo que estaba cerca de él me escribió diciéndome que si yo le enviaba
cinco mil dólares, él, rni amigo, haría fracasar
el movimiento. Pero esta persona me descri– bía la ayuda de México en tan grandes pro– porciones -corno realmente lo fUe- que yo no le quise dar crédito, pensand,o que sólo se trataba de una estratagema para explotanne, por lo que sólo le envié quinientos dólares.
Esa sutna, apenas, sirvió para que esa per–
sona me avisara el día de la salida de la ex– pedición y todos los demás planes q:ue tenían
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