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IV

LA TEMPESTAD

Empezaban las sombras de la noche a apagar la melancólica luz del crepúsculo La espesa bruma, que ¡¡emejándose a una gaza de pardo color se divisaba a lo lejos, condensábase rápidamente aumentando la oscuridad Una que otra estrella enviaba a la tierra sus débiles rayos, cual si fuesen pavesas lanzadas en desorden al caos del mundo El cielo se cargaba cada vez más de negras nubes que oscilantes arnenazaban desatar furiosa tempestad El viento que arreciaba continuarnente, era frío como el hálito de las tumbas De cuando en cuando la fosfórica lu:;; del relánlpago contorneaba las nubes,c uvas orlas sOnlbrías rozaban la tielra Por fin, el aquilón branló. y torrentes de lluvia se desplomaron, la pavorosa tempestad des– plegando sus innlensas ala$ y cOll.1noviendo la natu– raleza eniera, parecía desiruirlo todo: el agua invadía por todas partes: las ramas de los árboles crujían 11.0'

rriblemenie a inlpulsos del huracán, tronchándose a veces heridas por el rayo que COnlO culebra de fuego acompañada de tremendos estallidos cruzaba el ho– rizonte Aquel temblar y retenlblar de la naturaleza era imponente al par que 11.01'1'01 oso, COnlO todas las gral1.des conmociones que ella experimenta

Adán y Eva que despertaron al ruido de las pri– meras ráfagas del torbellino, en1.pezaron a tener gran– dísimo miedo, mas cuando la tempestad se desató, sobrecogiéronEe de pavor Viendo todo el castigo de su prevaricación, atribuían a la justa cólera del cielo tan fatidicas dernostraciones Aquella noche les pa– recía la última Llenos de un dolOl y arrepentimiento inmensos. imploraban de Dios misericordia y perdón, y sus angustiadas voces eran absorbidas por los es– truéndosos bramidos de la tempestad!

Todo era espanto en aquella noche infernal: el ronco mugido del viento, las ranlas tronchándose el

1 ugido de las fieras que junto a ellos pasaban busc'an– do donde guarecerse de los azotes del vendabal, los retumbantes estallidos de los truenos. todo. todo pa– recía indicar que se había apoderado de la natu~ale_

za el más furioso vértigo: parecía que llena de fUror se conjuraba contra aquellos dos seres desgraciados solos en medio de tan horrísono fragor! '

Pero, basta ya de sufrir tanto.

No quiero describir más sus angustias y dolores

Vivieron muchos años que pasaron en un arre– pentimiento continuo

Adán, condenado al trabajo, sufrió toda su vida con heroica resignación el castigo de su culpa

Eva fue madre en el dolor y para el dolor

Dios les perdonó

Cl.latro mil años más tarde daba cumplimiento a su promesa en la cumbre del Calvario

Hoy están junio a su trono

Concluyo aquí?

No¡ algunas palabras más.

CAPITULO III

El. MUNDO 11 LA SOMBRA DEL VICIO

Aquella ruda tempestad que Adán y Eva sufrieron la primera noche que pasaron fuera del Paraíso, no era rnás que una inlagen pálida de todas las que, más :.loberbias aun. debían desatarse para la pobre huma– nidad

El corazón del hombre, pleparado ya por el pri– mer pecado a todos los vicios, fonnaría de todo sen– timiento. una pasión, de toda pasión un incendio y der incendio un volcán, que vomilando ardiente mor– ±ifera lava, más funesta que los brulales movimientos de la materia, había de cubrir su fatídica huella de tenor y de espanto, de muerte y desolación Aun el exierminio causado por el Diluvio, poco significa com– parado con el que ha producido la sola pasión de la gloria en eSos titanes de le. muerte que se llaman Ale– jandros, Afilas, Césares y Napoleones. cuyas espadas destrucloras han denamado tanta sangre, que han trasmitido el pavor de generación en generación! La humanidad tendrá que vivir presa de las más furiosas tempestades. El odio, la venganza, el orgullo, la envidia, el amor, la gloria, ¿qué son? Tempestades que rugen en el mundo interno de nuestro ser, y que, no hallando espacio suficiente en nuestra mísera pe– queñez, se desatan, se desbordan soberbias para for– mar de la humanidad un inmenso hervidero de dolo– res, mezclados a veces con ligeros tintes de ese fuego fátuo que llamanlos alegría

El hombre no solamente luchará con las ciegas fuerzas de la lTlateria ruda, no; tiene que luchar ade– más consigo mismo; tiene que luchar con sus seme– jantes, sel es que como él, tienen inteligencia para pro– curar mayores males, y libertad para engolfarse más y nlás en el crimen Y son estas, por cierto, las más terribles; las más sangrientas de las batallas Ved sus efectos: la guerra destructora la oprobiosa conquista, y la esclavitud sacrílega! Hay más, ese mar de críme– nes llamados homicidio, robo, incendio, parricidio,

calumnia, incesto, traición, fanatismo, etc Y sobre lanta maldad. agregad aun el Inayor de los crímenes. aquel que carece en todos los idiomas de una palabra con que excecrarlo bastante: el horribilísimo crimen del asesinato de un Dios, el crimen del "Deicidio"!

Nada, nada ha dejado por consumar el hombre en brazos ya del satánico delirio de sus vicios ¿Y to– do para qué? Para redoblar su infelicidad y miseria, para aumentar sus trabajos, sus angustias y dolores I Qué cuadro tan horroroso I Y todavía se convierte en desespel ante, cuando Vemos destacarse de su fondo sombrío una imagen, cuya actitud dolorosísima mues– tra que es ella quien más ha sl.tfrido las fatales con– secuencias de la primera culpa

Vosotros preguntaréis, ¿quién es ese ser que ha s\tfrido más dolores que todos los demás? ¿Quién es? Vedlo, contempladlo ahí en ese inmenso cuadro que representa las miserias de la humanidad: así está su inlagen Vedla en el mundo antiguo, las leyes, o pa– la nada la mencionan, o la ultrajan quitándole todo derecho. aun aquel que pudiera ostentar con orgullo. porque la naturaleza Se lo ha concedido: el derecho augusto de "madre" Vedla en la Illdia, su nacimien– to es consideTado corno un motivo de duelo para la familia. Los Hebreos la hacen permanecer impuro 40 días si ha dado a luz a un varón, y 80 si es de sú sexo En Roma y Grecia no toma parte en los esponsales, que los padres arreglan sin que ella conozca al hom– bre a quien va a entregar su corazón

Destituída de todo derecho, que entonces se ad– quiría sólo por la fuerza de las arn1.as, ella, débil, in– defensa, vive condenada a la más abominable abyec– ción. Casi sienlpre saclificando aun el pudor, la más grande, la más hermosa de las virtudes. ,Vedla pros– tituída hasta en los templos! Antes de Jesucristo, Pla– tón eS el único que llevado de un gran sentimiento

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