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pocO de vista los detalles, para coAtémplar los vastos lineamientos. Seleccionados ya los colaboradores en atenci6n a sus méritos y capacidades, encomiéndeseles la ejecución cuidadosa, sin intervenir en minucias; pues s610 así es posible conservar la libertad ideológica, la necesaria alacridad que permita las apreciaciones de con– junto. La vigilancia que sobre los subalternos recaiga no ha de ser tal que mutile su iniciativa, transformándo– los en máquinas que realicen monótonamente su tarea; antes bien, prudente es concederles determinada ampli– tud, dejando que se ¡muevan con relativa independ~ncia.

No basta ordenar atinadamente: es indispensable pro– mover el surgimiento de personalidades nuevas, reve– lándolas al mundo y tal vez a sí mismas; es decir, hay que preparar nuevos .jefes para el mañana, dándoles oportunidades para que se formen y multipliquen. Un oficial de la Guerra Europea, escribía en su diario esta nota decisiva: "Me gusta mandar soldados que gruñan, por que esto me obliga a mantenerme sobre mí mismo, y a olvidarme de mí para ocuparme de las necesidades y deseos de mis hombres". Una sujeción demasiado ce– ñida, esteriliza la espontaneidad en el trabajo y acaso la intrusi6n genial. Esto no excluye la energía, que el gran Corzo catalogaba entre las virtudes imperiales. Todo el que aspire a una jefatura necesita audacia, valor de IlIs responsabilidades, imaginación creadora, sentido práctico, el arte de persuadir y el de hacerse se– guir. Para ello, apártese de [a ancha carretera por don– de va la rutina, y no tema seguir la inexplorada senda de las novedades necesarias; olvídese de sí mismo, bus– que el bien de los otros, y ahogando [as voces del egoís– mo, tienda siempre su mano en actitud fraterna; y, es– pecialmen.te, no abandone jamás a los suyos. Antaine Redier, en su bello Iíbro titulado Le Capitaine (ediciones Payot), escribe: "Un verdadero jefe demuestra su fuer. za, ante tQdo, defendiendo a sus inferiores. Alma de esclavo, alma de señor. ¿Cuál va a triunfar? Si la pri– mera; inmolará 11 los humildes para hacer la corte a los poderosos. Si la segunda, gobernará a sus subordinados y les defenderá, como un padre a sus hijos, hasta in~

molarse por ellos".

Escollo del que debe huir el líder es la arrogancia, pues le enajena inevitablemente el afecto de cuantos le rodean. "Un verdadero jefe, dice un escritor contempo– ráneo, no es jamás arrogante. Al contrario, son arro– gantes los descalificados, el que asciende rápidameste, los señores en disponibilídild ... " Nada causa tan des· favorable impresión como la actitud petulante de quien,

colocado en la altura, quizá no tanto por merecimientos, como por su obsequiosidad con Io,s poderosos o por ca· prichos del azar, se conduce inconsideradamente con sus inferiores o amigos. Semeiantes equivocados deberían recordar diariamente el proloquio galo: El hombre tiene más hambre de respeto que de pan.

Nada tan eficaz para hacer prosélitos como la in. violable fidelidad a la palabra empeñada. Los conduc. tores de multitudes deben ostentar un solo perfil, estable· ciendo un estrecho paralelismo entre sus palabras y sus hechos, haciendo que las primeras sean tan definitivas

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imborrables, como los últimos. Esto, aunado a una ac. tividad vigilante, a una voluntad indoblegable que se agigante al chocar con los obstáculos, a una abnegación que anteponga la consumación de los elevados ideales a las conveniencias mezquinas, y el consorcio indisolu– ble con la lealtad, constituyen algunos de los trazos im– prescindibles en la silueta del jefe.

Intencionalmente he dejado para lo último una cua– lidad que no puede faltar: la pasión por la verdad. Es. te apasionamiento es asaz peligroso. Deja siempre en el rostro huellas de sufrimiento y sedimento de amar– guras en el corazón. Pero sin él nada se vale, y menos si se quiere ser mentor de los demás. Expondrá. sin duda, al jefe a incontables pesares; pero ya dijimos que es la abnegación una de sus características inseparables. Habrá morpentos en que por la verdad se encuentre so– lo; sus más adictos lo contradigan y aun sea menospre– ciado. Llegará la hora tremenda de las tinieblas y de las negaciones. Pero ni aún así se rinde a la áspera tristeza, porque sin la magia divina de la alegría no realizará obra perdurable, ya que el ceño adusto aleja y desalienta, y él tiene la obligación ineludible de alen– tar e infundir vigor a los demás. Parafraseando una sen– tencia, diremos axiomáticamente que un jefe triste, es un triste jefe.

Por fin, cuando su tarea esté concluída, cuando ha– biendo ofrendado energías, desvelos y ensuefíos en aras de un fecundo idealismo, se detenga a la vera del ca– mino para descansar bajo la gloria melancólica del cre– púsculo, prepárese a recibir la recompensa "prometida a las grandes almas: la persecución y la calumnia". Pe– ro si en verdad nació para dominar, si es Ifder auténti· co, si realmente está sobre los demás por la luminosidad excelsa de su espíritu, consérvese dignamente altivo, y

afronte si es necesario el sacrificio, porque todo jefe verdadero debe saber morir.

GOBERNANTES

Se lee poco a los clásicos. Sin embargo, no es po– ¡sible sin ellos adquirir claridad en las ideas ni cincelar elegantemente la expresión. Ejercen además, un magis– terio ¡nsubstituible, porque el oro de su sabiduría se abrillanta y depura con el correr de los años. E.studie· mas con pasión los libros de ahora; mas también deje– mos vagar amorosamente la mirada sobre las páginas amarillentas escritas por hombres que, alejados de no– sotros en el tiempo, sintieron acaso nuestros mismos afa· nes o nuestra propia inquietud. Utilísimo y sugestivo es exhumar su pensamiento acerca de la gobernaci6n de

los pueblos; conocer qué exigran, esperabim o pedían a los encargados de regir sus destinos; en qué forma les avisaron de engaños y peligros; cuál era su filosofía po· lítica o su inasequible idealismo.

Estamos en 1651. En una provincia de Esp~a, un profundo pensador y soberano estilista, Baltazar Gra– cián, confía al papel el fruto de sus meditaciones y de su experiencia. Está en el otoño de la vida. De esas pá– ginas sutiles y un poco amargas, tomemos algo. Nos ha referido, con una bella parábola, que acaban de nombrar rey. El agraciado, seguido de compacta multi-

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