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tud, encamínase al opulento alcázar. Antes de pene· trar acércase a una fuente que se halla junto al marmó· reo p6rtico, y él Y sus colaboradores abrevan en las aguas cristalinas y frescas. Pero el efecto de las mis– mas es terrible. Cedamos la palabra al clásico, para gus· tar la miel de sus palabras: "Toparon en la primera gra– da del medrar con una fuente rara, donde todos se pre– venían para la gran sed de la ambición, y causaba con– trarios efectos. Uno de los más notables era un olvido

t¡1n extraño de todo lo pasado, que se olvidaban de los am.igos y de los conocidos de antes. Y hubo hombres tan soberbios, que borraron de su memoria las obliga· clones pas,!das, los beneficios recibidos, favoreciendo hechuras nuevas y queriendo ser antes acreedores que obligados. Tanto mudan las honras las costumbres".

Ya se encuentra en el salón del trono la nueva Ma– jestad. Gracián le aconseja vigilancia insomne y exqui– sita cautela. Continúa diciendo: "Pusiéronle el cetro en las manos y fue tal el peso, que pregunt6 si era remo, temiendo más tempestades que en el Golfo de León. Era cuanto más precioso más pesado y tenía por remate, no las hojas de una flor, sino un ojo que valía poI' todos. Preguntó qué significaba, y el canciller le· dijo: Está ha· ciendoos del ojo, y diciendo: Sire, ojo a Dios y a los

hom~res, ojo a la adulación y a la entereza,. ojo a con– servar la paz y acabar la guerra, ojo al premio de loS! unos y al apremio de los otros, ojo a los que están le– jos y más a los que están cerca~ ojo al rico y" oreja al pobre. Mirad al cielo y a la tierra, mirad por vos y por vuestros vasallos".

Viene en seguida la designaci6n de ministros. Abramos ahora un libro de la Edad Media, escasamente conocido: El Consejo y Consejeros del Príncipe de Enrique Furia Ceriel. En su página 334, se lee: "EI primer juicio que lie suele hacer sobre el príncipe y de su habilidad, es de la reputación de los de su Consejo; porque cuan· do son sabios y suficientes, siempre es reputado sabio el prfncipe, pues supo entender cuáles eran los suficien· tes, y después conservarlos fieles y leales; pero cuando no son tales, no Se puede esperar buena reputación en

~I prfncipe, pues yerra én lo principal". ¿Entre quiénes, pues, deberán escogerse los ministros? Oigamos a luis Vives, una de las más luminosas personificaciones del humanismo. En uno de sus Diálogos titulado "El P:ala– cio", escrito en 1519, escribe: "Conviene que esos que el rey tiene por consejeros sean muy prudentes, que tengan gran experiencia de las cosas y que en delibe· rar sean hombres de mucha gravedad, templanza y go– bierno".

Han terminado ya los nombramientos. Principian las labores arduas, fatigosas y graves. Cómo ha de consi· derar el gobernante los asuntos generales, nos lo dijo el autor del Teatro Crítico Universal, en 1751, en aque– lla memorable carta que un togado anciano dirige a un hijo suyo qU,e ha sido investido de elevados poderes: "Tu bien propio lo has de considerar como ajeno, y sólo el público como propio. Ya no eres ni mío ni tuyo, sino todo del pueblo".

Entre los múltiples actos importantes que solicitan la atención del mandatario, ¿cuáles realizará primero? ¿Cómo inaugurará su administraci6n? En 1648 mur.6 don, Diego de Saavedra Fajardo. Su experiencia de trein·

ta y cuatro años, durante los que sirvió cargos diplomá_ ticos, intervino en polftica, visit6 las principales Cortes de Europa, la dejó consignada en sus inmortales Empre. sas. En el capítulo LlX, página 68, edición de "La Lec. tura", ha estampado estas frases: "Entrar a reinar perdo. nando ofensas propias y castigando las ajenas es tan ge. nerosa justicia, que acredita mucho a los príncipes y les reconcilia las voll,lntades, como sucedió a los empera. dores Vespasiano y Tito y a Carlos VII de Francia. Re. conociendo esto el rey Witiza, levant6 el destierro a los que su padre había condenado, y mand6 quemar sus procesos, procurando con este medio asegurar la coro– na en sus sienes".

Pero a la vez que se emplean procedimientos ge. nerosos con los contradictores, conviene abrir franca. mente el corazón a la amistad sincera. Sigamos escu– chando al gran político: "No ha de ser tan celoso el po. der que no se fíe de otro. Temores tendrá de tirano el que viviere sin fe en sus amigos. Sin ellos sería el ce. tro servidumbre y no grandeza, injusto es el imperio que priva al prfncipe de sus amistades. No es el cetro do– rado quien lo defiende, sino la abundancia de amigos, en los cuales consiste el verdadero y seguro cetro de los reyes".

Búsquese los colaboradores entre los más aptos, prefiriéndose a los técnicos, como decimos hoy. Ya lo pensaba así Saavedra Fajardo, cuando se lamentaba en su Empresa LV: "Suelen los príncipes pagarse tanto de un consejero, que consultan con él todos los negocios, aunque no sean de su plofesión, de donde resulta el sao lir erradas sus resoluciones porque los letrados no pue· den aconsejar bien las cosas de la guerra, ni los solda· dos en las de la paz. Reconociendo esto el ·emperador Alejandro Severo, consultaba a cada uno en lo que ha· bía tratado".

A. de Guevara, en su claro libro Despertador de Cortesanos, escrito en 1539, dice: "Son tan delicadas las condiciones de los príncipes, que osarramos decir a los que son sus familiares y privados, que con tanta ve~dad

y tan sobre aviso hablasen al príncipe, como si él a ellos les tomase juramento".

Cuídese de la adulaci6n el gobernante. "A más príncipes ha destruido la lisonja que la fuerza", asienta el autor de la obra Idea de un príncipe, siga el cOl1sejo que en 1604 daba Rivadeneyra: "Debe asimismo el prín– cipe, para no gravar a sus súbditos con muchos tributos y vejaciones, procurar que sus rentas se gasten fiel y limpiamente". Por último recuerde las palabras que Juan de Mariana escribía en 1598, en su libro Del rey y de las instituciones reales. "Podrán los reyes, exigiéndolo las circunstancias, proponer nuevas leyes, interpretar y suavizar las antiguas y suplirlas en los casos en que sean insuficientes, mas nunca transformarlas a su antojo, ni acomodarlo todo a sus caprichos e interés, sin respetar para nada las instituciones y las costumbres patrias. No debe creerse, pues, más dispensado de guardar sus le· yes que el que lo estarían los individuos de todo el pue· blo". Y concluye con esta frase magnifica: "Pueden más los ejemplos que las leyes".

Después de lo transcrito diré con el clásico: "La vi· da de un hombre, la vida sola, sin palabras, sin hechos, puede ser una política. Puede ser una polftica. Puede ser la más alta política. y la más alta estética",

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