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« Previous Page Table of Contents Next Page »que no está combatido se abandona y no se fiscaliza a sr mismo". "No hay en el Parlamento amargura mayor que provocar la risa del auditorio". "La tribuna es pa– ra la palabra la más temible prueba, y el aprendizaje, aun para los maestros, no acaba nunca". "No pensa,r más que en sr mismo y en el presente, es una fuente de error en polrtica". "Para un hombre, sea quien quie– ra, una gran elevación es una crisis que cura tos males que tiene y le da los que no tiene ... Jacobinos minis– tros no sedan ministros jacobinos". "Mal elogio de un hombre es decir: "Su opinión poHtlca no ha variado desde hace cuarenta años". Esto vale tanto como decir que para él, no ha habido ní la experiencia de cada dra, ni la reflexión, ni repliegue del pensamiento sobre los hechos. Es alabar el agua por estar estancada, un árbol por estar muerto¡ es preferir la ostra al águila".
José Ortega y Gasset, en su excelente ensayo sobre Mlrabeau, proclama que "política es tener una idea clara
de lo que se debe hacer desde el Estado en una naci6n", concluyendo que el político ideal es muy fácil de imagi– nar y definir pero que en cambio, "lo que constituye al gran político no podríamos jamás extraerló de nuestra minerva, sino que necesitamos humildemente esperar a que la Naturaleza tenga a bien inventarlo ella, magnífi. camente, y se resuelva a parir un titán como Mirabeau". En seguida asienta estas frases certeras, que espigo al azar: "Un hombre escrupuloso no puede ser un hombre de acción". "Existe lo que yo llamo un cutis de grande hombre, una piel de paquidermo humano, dura y sin poros, que impide la transmisión al interior de heridas desconcertantes. También habría incongruencias en exi–
gir al polltico una epidermis de princesa de Westfalia". "No se pretenda excluir del político la teorra; la visión puramente intelectual. A la acción, tiene en él que pre–
ceder una prodigiosa contemplación: sólo as! será una fuerza dirigida y no un estúpido torrente que bate da–
ñino los fondos del valle".
JEFES
En un estudio sobre las multitudes, consigna Le Bon este juicio rotundo y certero: "El advenimiento de las clases populares a la vida püblica, es decir, su transfor– mación progresiva en clases directorias, es una de las características más salientes de nuestra época';. Asisti– mos hoy al imperio de las masas. Sin embargo, no de– bemos sugestionarnos con la exterioridad de los hechos, sino perforar su brillante corteza, para conocer sus ín– timas esencias. la muchedumbre amorfa, sin guías que la orienten, sin espiritus sagaces que condensen e ilumi– nen sus aspiraciones dispersas, sin conductores que la inciten a obrar, es una fuerza inerte o destructiva: río que precipita en las torrenteras su inútil energía, o lago que despliega sus ondas dormidas en la placidez de la hondonada. El número adquiere potencialidad efectiva, sólo cuando una inteligencia superior preside sus de– senvolvimiento.
Uno de los filósofos de vanguardia que con mayor
finura capta los hábitos del porvenir, José Ortega y Ga– sset, escribe en una página insuperable: "Una Naci6n es una masa humana organizada, estructurada por una mi– norla de individuos selectos. Cualquiera que sea nues– tro credo polltico, nos es forzoso reconocer esta verdad, que se refiere a un estrato de la realidad histórica mu– cho más profunda que aquel donge se agitan los proble– mas politicos. La forma jurídica que adopte una socie– dad nacional podrá ser todo lo democrática y aun co– munista que quepa imaginar; no obstante, su constitu– ción viva, transjurídica consistirá siempre en la acción dinámica de una minoría sobre la masa. Cuando en una nación la masa se niega a ser masa --esto es, a seguir a la minoría directa- la acción se deshace, la sociedad se desmembra, y sobreviene el caos social, la inverte– bración histórica".
Que se nos excuse lo prolijo de la cita en gracia a la autoridad indisputable del ensayista hispano, concep– tuado como uno de los pensadores más avanzados, pro– fundos y lúcidos de la modernidad. Evidenciada, pues, la necesidad inaplazable de líderes o jefes, como se di– ce en buen castellano no obstante que J. Mier y Noguera
pretenda que nuestro romance desconoela el vocablo an– tes del primer tercio del siglo XVIII, realcemos sus ca– racterísticas con la diafanidad y precisión posibles. Es importante hacerlo, porque en todos los órdenes de ac– tividad; en el comercio, en el ejército, en las universi– dades, en la poHtica, en la familia, en el periodismo, en las fábricas, en el Parlamento, en los campos se nece– sitan y reclaman ¡efes.
"Los jefes -ha dicho Rudyard Kipling- son aque– llos cuyo servicio propio es conducir". Y un pedagogo, no tan ilustre como el publicista de la brumosa Albión, pero sí delicado y sugerente como él, asevera que "todo hombre que ha recibido el don o el encargo de eiercer, por la palabra, la pluma o la acción, dominio sobre las inteligencias y las voluntades, es un jefe".
Mas para serlo plenamente, desde una cumbre de grandeza moral, es indispensable dominar a las almas no con violencia, sino por la persuación¡ hacerse obede– cer suavemente, no a través del mandato brusco y duro; adquirir por la suma de fascinantes cualidades que sub– yuguen un· ascendiente capaz de modelar los actos aje– nos, no únicamente en la arcilla de las circunstancias vul– gares, sino en el hierro espantable y sangrante del do– \or, Para ejercer esta soberanía, es insuficiente la fuer– za ffsica. Viene a mi memoria una frase que leí no sé dónde. "Lo que se conquista por el azote y por la es– pada, perece por la espada o por el azote". Los triunfos imperecederos se han levantado siempre sobre una pie– dra angular de espiritualidad.
El líder, cuya definición ha sido generalmente fal– seada, empobreciéndose su contenido ideal, necesita po– seer ante todo un fúlgido concepto de la responsabili– dad. Maneja hombres que, confiados en él, siguen la ruta que les marca, sufriendo el resultado de sus erro– res o de sus imprevisiones. De ahf que una ética pura haya de normar su pensamiento y actuación, debiendo ser implacablemente eliminados los que sin solvencia moral, juegan con los humanos destinos como si de co– sas fútiles y despreciables se tratare.
En el hervor de la acción, es conveniente pierda un
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