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la sabldurra econ6mica inveterada -ño está escon·

dida en I!ls facultades universitarias.

El Imperio romano se arruinó por el dumping del trigo barato procedente de Egipto, que se vendra a un precio demasiado bajo para ser justo. Y la usura corroe. Desde el dra en que los emperadores rang prin· cipiaron a emitir billetes (alrededor del 656 A. C.) el uso del oro para la manufactura del dinero dejó de ser ne– cesario, y en la mayor[a de los casos vino a ser cuestión

de ignorancia cuando no un simple medio de la usura. Aquellos billetes conservaron su forma original desde el año 656 hasta 841-7, y su inscripción es 1 a misma en lo esencial qu~ la que puede verse en los antiguos billa. tes italianos de diez: /iras.

Todos esos hechos encajan en el sistema. Pode– mos escribir o leer explicaciones, o podemos reflexionar y entender por nuestra cuenta, sin desperdiciar energ[a óptica descifrando páginas impresas.

El poder de la putrefacci6n tiene por meta la con· fusión de la historia; se propone destruir no sólo una sino todas las religiones, desfruyendo sus slmbolos, y eonduciendo a las argumentaciones teoréticas.

Las disputas teológicas Ocupan el lugar de la con· templación. la discusión destruye la fe, y el interés en

la teolog[a, eventualmente pasa de moda: llega un mo– mento el1 que ni los teólogos se interesan de veras en ella.

El poder de la putrefacción acabarfa por destruir toda belleza Intrfnseca. Se extiende como los bacilos del tifus o la peste bubónica, conducidos por ratas incons– cientes de su papel.

Sospechad de cualquiera que destruya una Imagen o trate de suprir:nir una página de la historia.

El latín es sagrado, el trigo es sagrado. ¿Quién destruyó el misterio de la fecundidad, introduciendo el culto de la esterilidad? ¿Quién opuso la Iglesia al 1m· perio? ¿Quién destruyó la unidad de la Iglesia Católi· ca con ese atolladero doctrinal que sirve a los protestan· tes como sustituto de la contemplación? ¿Quién ha ba– rrido de la mentalidad europea la conciencia del mis· terio supremo, para caer en el ate!smo que proclaman los bolcheviques?

¿Quién ha recibido honores por establecer la dis– cusión donde antes estaba la fe?

ecmuHicacicHe6

¿Quién, lo que es más, ataca incensantemente los cenlros nerviosos, los centros de comunicación entre na cl6n y nación? ¿Cómo es que ustedes conocen sólo una selección clIsual de los libros escritos por sus contem· poráneos extranjeros, pero c,!si nunca sus obras claves o principales? ¿Quién controla e impide el comercio de la

perce~ión, de la Intuición, entre un pueblo y otro? Yo pido, y nunca dejaré de pedir, un mayor grado de comunicación. Ya es demasiado tarde para que us– tedes puedan leer el ochenta por ciento de los libros in.. leses y norteamericanos que yo les habría sugerido n 1927, a fin de que los tradujeran o los leyeran en el original.

Joyce les es familiar, pero no Wyndham Lewis o E. ~. Cummlngs. Ellot fue c.onocido de ustedes sin un

retraso demasiado grave, pero aún no conocen a Ford Madox Ford, ni a W. H. Hudson. Continúan copiando a la Francia de 1920, pero no conocen a Crevel. y asl sucesivamente. la basura se distribuye en abundancia– en superabundancia.

Nicolás V., consideraba que cada libro traducido del griego equivaHa a una conquista. Entre mejor el libro, más grande la conquista.

La conquista de un Wodehouse no tiene tanto va· lar como la de un Hardy, ni, si se quiere, como la de The Warden de Trollope. Conquistar una obra ocasio– nal por un buen escritor significa menos que conquistar una obra maestra del mismo autor o de algún otro de la misma estatura.

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El valor del crftico no se conoce por sus argumen· tationes, sIno por la calidad <;le le que escoge. Confu· cio nos ha dado la mejor antolog[a del mundo, que ya tiene 2,400 años de duración. Coleccionó también los documentos de una historia que era ya antigua en tiem–

pa 'de él, c.omo lo eran las odás.

La crItica puede escribirse por una lista de nombres: Confucio, Ovidio y Homero, Villon, Corbiere, Gautier. No se discute de pintura con un hombre ignorante

de Leonardo, Velázquez, Manet, o Pier della Francesca. En mis esfuerzos por establecer la distinción entre el primero y el segundo grado de intensidad poética, no me sirve de nada discutir; no cabe condensar una veinte– na de volúmenes en pocas páginas. He publicado varias lIntolog[as. Aun mi Selección de poetas franceses del si-

glo diecinueve contiene observaciones que no sabr[a de– clarar con mayor concesi6n. Pero con unos veinte \ibrol> podrfa poner las bases de una discusión fecunda al me–

nos, eso creo.

He traducido el Moscardino de Pea: única vez en 1" vida que quise tradudr una novela.

La controversia sólo es valiosa en cuanto influye so bre la acción, y el libro de Mencio es el más moderno libro del mundo.

El buhonero nos trae cantidad de cosas en su mo· chila. Noticia es todo lo que no sabemos.

La riqueza viene del cambio, pero el juicio nace de la comparación.

Pensamos p.orque no sabemos.

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