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« Previous Page Table of Contents Next Page »En mil novecientos treinta y tantos la pequeña ciu– dad tirolesa de WorgJ hizo correr escalofríos por las es– paldas de todas las chinches de Europa, lanzando su pro– pio dinero Gesellista (o mejor dicho, la variedad Gese– lIista del dinero Mazziniano). A cada uno de los billetes de este "dinero debe pegársele cada mes una estampilla o sello fiscal de valor equivalente al uno por ciento del valor nominal del billete. De esa manera el municipio derivaba una renta del doce por ciento anual sobre el n!,levo dinero puesto en circulación.
La ciudad había estado en quiebra: los ciudadanos no habían podido pagar sus impuestos, el municipio no podra pagar los salarías de los maestros de escuela, etc. Pero antes de dos años todo estaba arreglado, y los ha– bitantes se habran construido un nuevo puente de pie– dra, etc., todo iba a la perfecci6n hasta que un día un malaventurado billete de Worgl fue presentado en una
de las ventanillas de un banco de Innsbruck. Se die. ron cuenta, claro- ¡qué duda cabel El monopolio plu. tocrático se había infringido. iAmenazas, fulminaciones, anatema! El burgomaestre fue destiturdo de su cargo, pero la guerra ideológica estaba ganada.
El Senador Bankhead propuso una emisión de bi– lletes de un d61ar hasta un limite de mil millones de dólares (Bankhead. Petlengill, 17 de febrero, 1933), pe. ro las estampillas debían pegarse a la esquisofrénica ra. zón de dos centavos por semana, equivalente a un in. terés del 104% anual. La incomprensión del principio
del precio justo no podia /legar a proporciones más ab, surdas. Y los partidarios del Crédito Social en Aiberta cometieron estupideces no menos gordas: los sellos re. sultaron imprácticos por demasiado pequeños y proviso tos de una goma que no pegaba.
~f1 principio
El Estado puede dar dinero prestado. la flota que venció en Salamina se construyó con el dinero adelan– tado a Jos armadores por el Estado ateniense.
El abuso de esa prerrogativa estatal fue i;lemostrado en la decadencia del Imperio Romano. El Estado pres– taba dinero a deudores indignos que no le pagaban. Con billetes Il base de estampillas es automático el reembol– so.
El que no quiere pagar presencia el descenso gra– dual del poder adquisitivo de su dinero.
la colonia de Pensilvania daQa prestado su papel moneda colonial a los agricultores, para que se lo pa– garan en abonos anuales del diez por ciento, y la be–
nanza resultante tuvo fama en todo el mundo occiden. tal. Igualmente famoso fue el sistema de los jesuitas en el Paraguay.
Enfre los llamados misterios de la economía ningu– no más incomprendido que el de la cancelación del di– nero superfluo o del crédito.
Bajo el sistema Gesellista esta cuestión resulta tan sencilla que hasta la puede entender un niño.
Cualquier cantidad de dinero emitida se cancela por s( misma en 100 meses (ocho años y cuatro meses),
y por lo tanto actúa, en cierto modo como salvaguardia contra la inflación.
Téngase en cuenta que la inflación ocurre cuando las mercaderfas se consumen con mayor rapidez que el dinero, o cuando hay demasiado dinero en circulación. Me parece una insensatez que a fin de procurar al esta– do su poder de comprar, el dinero tenga que colectarse de la manera en que suele hacerse, por Impuestos regu-
lares, de acuerdo con las supersticiones de las épocas mercantilista y usurocrática. Tan ridrculo como si el pro– pietario de una mina de estaño anduviera colectando latas vie¡as.
En resumen: El sistema Gesellista supone una ga– nancia del . J 7% anual para el estado, si se compara con el sistema de préstamos gubernamentales. Porque los préstamos le cuestan al gobierno aproximadamente 5 por ciento al año, que hay que cobrar al público en im– puestos adicionales. Los billetes a base de estampillas, por otro lado, si fueran emitidos por el estado para cual· quier servicio de utilidad pública, reducirían los impues– tos preexistentes hasta una suma igual al 12 por ciento de la cantidad de dinero Gesellista gastado por el go– bierno.
04horro
Tenemos necesidad de un medid para ahorrar y de un medio para comprar y vender, pero no existe ningu· .,á
ley eterna que nos obligue a usar el mismo medio para esas dos funciones diferentes.
El papel estampilla puede ser adoptado como circu– lante iluxiliar, y no como la única forma de dinero. La proporción del dinero ordinarIo al pilpel estam– pHla, si se calcula con acierto y juido, podría utilizarse para mantener un equilibrio justo y casi invariable entre
los productos disponibles de que hay demanda y la to– talidad del dinero de la nación, o por lo menos contener sus fluctuaciones dentro de límites tolerables.
Bacon escribió: "el dinero es como el estiércol de abono, únicamente bueno para regarlo sobre el terre-
no" l •
Jackson: "El lugár más seguro para depósitos de di nero está en los bolsillos del pueblo". .
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