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!i0li completamente hombres solamente al grado de qUé son libres para escoger sus propios destinos y se inclinan a cualquier falacia que les promete ibienestar y orden. El clásico liberal como fil6sofo socavó los funda– mentos de las doctrinas políticas y económicas del libe· ralismo clásico. Pero a pesar de lo mucho que él ha con· tribuído a nuestros infortunios, él mismo continúa vivien. do del caRital moral heredado de centurias de Cristiano dad. Sus doctrinas filosóficas han atacado los fundamen– tos de la conciencia. Como ha dicho Christopher Daw– son: "El viejo liberalismo con todas sus limitaciones tie– ne sus hondas raíces en el alma de la cultura Cristiana y Occidental". Con estas raíces aun sin cortarse, el liberal clásico ha podido desarrollar las teorías de libertad po– lítica y econ6mica que es parte c;le nuestra herencia con– servadora de hoy.

Los malentendidos entre el libertario y el tradiciona– lista son hasta cierto punto el resultado de una falta de comprensi6n de los diferentes niveles en los que las doc– trinas clásicas liberales son válidas e inválidas. Aunque el liberal clásico olvidó -y el libertario conservador con· temporáneo algunas veces tiende a olvidar- que en el reino de lo moral la libertad es solamente un medio por el cual los hombres pueden perseguir su propio fin, que es la virtud, él sí comprendi6 que en el reino de lo po– IItico la Iñbertad es el fin primario. Si, siguiendo a Ac– ton, "tomamos el establecimiento de la libertad para la realización de las obligaciones morales como ~el verda– dero fin de la sociedad civil", el conservador tradiciona– lista de hoy viviendo en una edad en que la libertad es lo último en que piensan nuestros mentores politicos, tie– ne muy poca razón para rechazar las contr ibuciones a la comprensi6n del término libertad de los liberales clási– cos, corrompidas como sea su comprensión de los fines de la libertad. Su error yace principalmente en la con– fusión de lo temporal con lo trascendente. Ellos no pu– dieron distinguir entre el autoritarianismo con el que los hombres suprimen la libertad de sus semeiantes y la autoridad de Dios y la verdad.

Por otra parte, el mismo error en reverso ha viciado el pensamiento de los conservadores del siglo XIX. Res– petaban la autoridad de Dios y la verdad tal como la re– cibían de la tradición pero muy a menudo irnlbuían el autoritarianismo de los hombres e instituciones con la aureola sagrada de la autoridad divina. Cayeron en la tentación de hacer de la tradición, cuyo principal papel es servir de guía en las operaciones de la razón un ar– ma con la cual suprimir la razón.

Es verdad que de su comprensi6n de las bases de la existencia moral de los hombres, de su reverencia por la continuidad y los precedentes que unen el presente al pasado, el conservatismo contemporáneo ha hereda. do los elementos vitales de su existencia misma. Sin em– bargo no podemos hacer de las grandes mentalidades conservadoras del siglo XIX los guras perfectos a quie– nes debemos seguir ciegamente así como no podemos condenar a sus clásicos oponentes liberales. Profundos como fueron en las esencias del ser humano, en su des– tino a la virtud y su responsabilidad de buscarla, en su obligación en el orden moral, ellos también fallaron a menudo en darse cuenta que la condición política de la realización moral es la libertad sin coerción. Señalada-

m!'lnte fallaron él'l rééMócér el decisivo peligro de una unión del poder politico y económico, un peligro que cada día se hace más grande a ojos vista mientras la ciencia y la tecnología crean en conjunto inmensos ele– mentos de energra económica. Conscientes, como no lo fueron los liberales clásicos, de la realidad del pecado original olvidaron que sus efectos son mucho más viru. lentos cuando los hombres manejan poderes ilimitados. Esperando que el estado promueva la virtud olvidaron que el poder del estado descansa en manos de hombre~

tan sujetos a los efectos del pecado original como aque– llos que gobiernan. No podlan, ni querlan, ver una ver dad que los liberales clásicos comprendieron: que si al poder naturCllmente inherente al estado, de defender a los ciudadanqs de la violencia, interna y externa, y admi. nistrar justicia, se le añade el poder positivo sobre la energía económica y social, la tentación a la tiranra viene a ser irresistible y las condiciones políticas de libertad desaparecen.

La tendencia del conservador tradicionalista a insis– tir en que la cristalizaci6n del modo de ver conservador de hoy requiere solamente el mantener los principios de aquellos que se llamaron conservadores en el siglo XIX simplifica el problema confundiéndolo. Que el conser– vador es uno que conserva la tradición no significa que su tarea es la árida imitación y repetición de los que otros han hecho antes. Es verdad que en último caso so– bre la base del destino humano, las verdades nos han sido dadas de manera que nosotros no podemos 'meio– rarlas sino solamente traspasarlas y hacerlas reales en el contexto de nuestro tiempo. En esto, por supuesto, los conservadores del siglo XIX desempeñaron un pa· pel heroico en preservar la vieja imagen del hombre co– mo criatura de un destino trascendente ante los ataques de la tendencia abrumadora de la época.

En el campo político y económico, sin embargo, es– tas verdades establecieron los fundamentos para un en– tendimiento de la finalidad de la sociedad civil y la fun– ción del estado. Esa finalidad, garantizar la libertad pa- , ra que los hombres puedan sin coerción alguna perseo guir la virtud, puede alcanzarse en diferentes circunstan· cias por medios diferentes. A la clarificación de cuales son estos medios en circunstancias específicas, el con– servador debe apl icar su razonamiento. Las circunstan– cias tecnológicas del siglo XX exige sobre todo la divi· sión del poder y la separación de los centros de poder -ambos dentro de la economra misma, dentro del es– tado mismo y en're el estado y la economra. El poder de una magnitud, jamás soñada antes por los hombres, ha sido puesto en acci6n. Mientras la separaci6~ del po– der ha sido siempre esencial en una buena sociedad, si aquellos que lo poseen han de ser preservados de fa corrupción y aquellos que no lo tienen han de ser sal– vaguardados de coerción, esto viene a ser una obliga– da necesidad bajo las condiciones de la moderna tecnolo· gía. Al análisis de este problema decisivo y al desarro·

110 de las soluciones políticas y económicas del mismo el liberalismo clásico ha contribuido grandemente. Si recha– zamos tal herencia estaremos despreciando algunas de nuestros más poderosas armas en contra del socialismo, comunismo, y liberalismo colectivista. El tradicionalista que nos obligara a ello por raz6n de los errores filosófi·

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