Page 17 - lista_historica_magistrados

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por sf mismos, adecuados para las tMeas de los tiem– pos como estos. Hoy el conservatismo no puede simple– mente afirmar. Debe seleccionar y juzgar. Es conserva– dor, porque en su selección y en su juicio se basa so– bre la acumulada sabidurfa de la humanidad adquirida a través de milenios, porque acepta los límites sobre los

juegos irresponsables de la razón sin normas que los va– lores inalterables presentados por aquella sabiduría ha dictado. Pero esto es, tiene que ser, no la aceptación de lo que yace ante él en el mundó contemporáneo, sino su reto. En una era como la nuestra el actual régimen en el pensamiento filosófico como en el poIrtico y so· cial, es fundamentalmente errado. Aceptarlo es ser, no conservador, sino cómplice de la revolución.

Situaciones de esta naturaleza han surgido una y otra vez en la historia de la civilización; y cada vez los grandes renovadores han sido aquellos que han tenido la habilidad de recobrar los verdaderos principios de las ruinas de su herencia. Fueron guiados por la raz6n -la razón influída, es verdad, por la prudencia, pero ante todo por la razón. Como Sócrates, Platón, Aristóteles, confrontando el caos del cuerpo poIrtico y de las men– tes de los hombres creados por el orgullo de! "demos" ateniense, nosotros no vivimos en la edad feliz de un conservatismo natural. Nosotros no podemos simple– mente reverenciar; nosotros no podemos ciegamente se–

guir la tradición, porque la tradición presentada a noso–

tros se está rápidamente convirtiendo, gracias al pre– valente clima intelectual, gracias a las escuelas, gracias a las exhortaciones de todos los medios agentes que mol– dean la opinión y las creencias, en una tradici6n de un positivismo despreciador de la verdad y la virtud, en la tradición del colectivismo, la tradición del estado sin normas.

El conservador de hoy, como el conservador cons– ciente de todas las eras revolucionarias, no puede esca· parse de la necesidad y el deber de apoyarse en la ra– z6n para estudiar los problemas que confronta. El tiene que separar lo verdadero de lo falso aplicando princi– pios básicos en la tarea de escarbar en la masa de fa confusión y falsedad; él tiene la responsabilidad de es– tablecer, en las nuevas circunstancias, modos de pensar y arreglos institucionales que deberán expresar la ver· dad de la gran tradición de Occidente. Respetuoso ca· mo es de la sabiduría del pasado y reverente como es hacia los precedentes y las normas, las tareas que encara sólo puede llevarlas a cabo con la ayuda de la razón, la facultad que nos permite distinguir los principios y se. parar lo verdadero de lo falso.

la proyección de una antitesis aguda entre la razón y la tradición trastorna la verdadera armonla que existe entre ellos e impide el desarrollo del pensamiento con– servador. No hay un verdadero antagonismo. El con– servatismo para continuar desarrollándose hoy deb'e abra– zar a ambas: La razán operando dentro de la tradición ninguna de las dos fuerzas ideológicas abstractamente: creando utopías, ignorando la acumulada sa'biduría de la humanidad, ni ciegamente dependiendo de esa sabi– duría para contestar automáticamente las preguntas he– chas a nuestra generación y demandando nuestra propia aportación de mente y espfritu.

lntimamente relacionada con la falsa antítesis entre

la razán y la tradición que confunde el diálogo entre el énfasis libertario y el tradicionalista entre conservadores, está nuestra herencia histórica de la lucha del siglo XIX europeo entre el clásico liberalismo y el conservatismo que ha sido a menudo rígidamente autoritario. Concedo que hay mucho en el liberalismo clásico qué los conser· vadores deben rechazar, sus fundamentos filos6ficos, sus tendencias hacia las utopías, su desprecio explfcito, aun– que de ningún modo implícito, de la tradici6n; concedo que esa es la fuente de mucho de lo que es responsable de la situación del siglo XX, pero su campeonato por la libertad y el desarrollo de teorías políticas y económicas dirigidas hacia la consecución de la libertad, han contri– buido a nuestro acervo, concepto que necesitamos con– servar y desarrollar, así como necesitamos rechazar la ética utilitarista y el progresivismo secular que el clásico liberalismo nos ha trasmitido.

El conservatismo del siglo XIX con toda su com– prensión de la preeminencia de la virtud y el valor, con toda su devoción hacia la continuada tradición de la hu– manidad, fue muy arrogante hacia los reclamos de la libertad, estuvo muy decidido a subordinar al individuo a la autoridad del estado o de la sociedad.

El conservador de hoyes el heredero de \0 meior en ambas de estas dos ramas ,bifurcadas de la tradición Occidental. Pero la división permanece y añaqe dificul– tades al decurso conservador. El tradicion¡¡)ista, aunque en la práctica lucha a la par del libertario en c:ontra del estado colectivista del siglo XX, tiende a rechazar las teorías politicas y económicas de libertad que naceó del liberalismo clásico, en su reacción en contra de sus fal– sas metaflsicas. El rechaza lo verdadero eon lo falso, creando obstáculos innecesarios en el diálogo mutuo en que eitá empeñado con su alter ego liqertario. El liber– tario, por su parte, sufriendo de la herencia del siglo XIX campea por la libertad, reacciona en contra de,1 én· fasis del tradicionalista sobre el precedente y la conti– nuidad por razón de su antipatía al autoritarianisriio con que ese énfasis ha sido asociado, aunque en la actuali· dad sostenga firmemente esa misma continuidad y tradi– ción en contra de la creciente ola revolucionaria del co– lectivismo y estatismo.

Nosotros somos víctimas de una inherente tragedia en la historia del liberalismo clásico. Así cómo ha de– sarrollado las doctrinas políticas y económicas de la li–

mitación del poder del estado, la economía del merca· do libre y la libertad de la persona individual, ha so– cavado, por su utiJitarianismo, los fundamentos en las creencias de un orden moral orgánico. Pero la única ba– se posible de respeto por la integridad de la persona individual y por el valor primordial de su libertad es la creencia en un orden moral orgánico. Sin esa creencia ninguna doctrina de libertad política y econ6mica puede permanecer en pie.

Además, cuando tal creencia no es aceptada univer· salmente, una sociedad libre, si pudiera existir, vendría a ser una guerra licenciosa de todos contra todos. La Ii·

bertad política, negando una amplia aceptación de la obligación personal al deber y la caridad, nunca es via– ble. Desprovistos de una comprensión de los fundamen· tos filosóficos de libertad y expuestos a la rapacidad de merodeadores sin conciencia, los hombres olvidan que

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