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uno considera decisivo, mantienen también, constante– mente, la vista consciente sobre otros aspectos comple– mentarios de la misma verdad.

la tendencia a establecer falsas antítesis que obs– truyen una confrontación fructífera, nace, en parte, de un dilema inherente del conservatismo en una era re– volucionaria como la nuestra. Hay una verdader.a con– tradicción entre la profunda devoción del espíritu con– servador hacia la tradición, normas y preservación de las fibras. de 1a sociedad (lo que se ha dado en llamar "conservatismo natural") y el más razonado, conciente– mente disciplinado, conservatismo militante que se ha– ce necesario cuando las fibras de la sociedad han sido violentamente rotas, cuando principios revolucionarios corren rampantes y la restauración, no la preservación, es la orden del día. Puesto que lo que el conservador está obligado a conservar no es simplemente lo que suelen ser fas condiciones establecidas de unos pocos años o unas tantas décadas, sino el consenso de su civiliza– ci6n, de su patria, mientras ese consenso, a través de los siglos, haya reflejado la verdad derivada de la mis– mil constitución del ser. Nosotros estamos históricamente hoy en una situación creada por 30 años de una cons– tante e insidiosa revolución interna y medio siglo de una abierta revolución externa. Conservar la verdad y el bien bajo tales circunstancias es restaurar un entendi– miento (y una estructura social que refleje tal entendi· miento, que ha sido abandonado, no preserV'!lr costum– bres transitorias y normas del presente. Es aquí donde el dilema del conservatismo afecta nuestro debate doc– trinal presente. la necesidad, en nuestras circunstancias, de un uso vigoroso de la razón para combatir la ola co– lectivista, cientificista y amoral del presente tiende a in– ducir en el liberal una apoteosis de l~ razón y el des– precio de la tradición y de las normas que él identifica con las prevalentes normas de la actualidad. El tradi– cionalista, sospechando que ";e en la tendencia liberal la misma fiebre de imponer sobre los hombres una ideo– logía especulativa y abstracta que ha caracterizado a la revolución de nuestro tiempo, -así como a la Revolu– ción Francesa y sus ascendientes espirituales- tiende a reconcentrarse y a su vez mantener una posición uni– lateral. Muy a menudo confunde la razón y los prin– cipios con una "ideología demoníaca". En vez de jus– tamente insistir en los límites de la razón -las Ii'mita– das fronteras de la previsión de un hombre o de una generación y la responsabilidad de emplear la razón en la doctrina de una tradición contí nua- el tradicionalista parece que le vuelve las espaldas del todo a la razón y coloca los reclamos de las normas y costumbres en opo– sición irreconciliable con ella.

Ambas actitudes oscurecen la verdad; ambas vician el valor de la dialéctica. la historia de Occidente ha sido la hisloriá de la razón operando dentro de la tradición. El equmbrio ha sido tenue y la tensión ha sido tan ten– sa que se ha hecho casi espiritualmente insoportable; pe· ro de este equilibrio y de esta tensión la gloria de Occi– dente ha sido creada. Reclamar la soberanía exclusiva sobre ambos componentes -razón o tradición- es manchar esa gloria y paralizar las potencialidades del conservatismo en su lucha contra el leviatán liberal co· lectivista.

la razón qbstracta, funcionando en un vacío de tra.

~i~ión puede, sin duda alguna dar vida a una ideología anda y confusa pero, en una edad revolucionaria, las cualidades del conservatismo natL'ral pueden conducir por sí mismas a la entronización del poder prevalehte de la revolución. El conservatismo natural es una legítima característica humana y en tiempos normales conduce al bien. Representa la tendencia humana universal de mantenerse ligado a la costumbre, a mantener los mo dos de vida actuales. En tiempos normales puede existir en saludable tensión con la otra característica natural igualmente humana, cual es el impulso de lanzarse más allá de los límites establecidos en la búsqueda de la ver– dad y la entronización de los valores. Pero esto es po– sible solamente antes de que las fibras de la sociedad se aflojen, antes de que "la trama de las costumbres" se rompa. Estas dos tendencias humanas pueden, pues, mantenerse en una justa proporción, ya que todos los hombres de cualquier condición que sean, cada cual eri el nivel de su comprensión, creen en el mismo campo trascendente de la virtud y los valores, eternos y diná– micos. Pero cuando, por cualquier causa esta unidad en la tensión se rompe, cuando la dinámica se esfuma en el aire, apartándose del ritmo perpetuo de la vida, en fin, cuando una fuerza revolucionaria destruye la uni– dad y el equilibrio de la civilización, entonces el conser– vatismo debe ser de otro modo si es que ha de cumplir con su responsabilidad. No puede, limitarse a esa ácep. taci6n sin crftica, a esa reverencia sin complicaciones que es la esencia del "conservatismo natural". El mun· do de la idea, del símbolo y la imagen, h¡¡ sido vuelto al revés; la corriente vital de la civilización ha sido in– terrumpida y dispersa.

Esta es nuestra situación. lo que se requiere de no– sotros es un conservatismo consciente, una clara y res· paldada reafirmación de los principios ante las nuevas circunstancias de la verdad filosófica y política. Este con· servatismo consciente no puede ser una simple actitud piadosa, aunque en un sentido profundo debe tener pie· dad hacia la constitución del ser. Sin embargo, en esta nueva conciencia debe necesariamente reflejar una reacción al rudo rompimiento que la revolución ha cau· sado en la continuidad de la sabiduría humana. Está lla– mado hacia adelante por la sensación de pérdida que tal rompimiento ha creado. No puede ahora identificarse con el conservatísmo natural por el que añora. El mundo en el que existe es un mundo revolucionario. El acep– tarlo, el conservarlo, sería aceptar y conservar la misma negación de la inteligencia humana, la misma destruc· ción de la verdad alcanzada que es la esencia de la re· volución.

Ni puede, tampoco, el conservatismo consciente que se requiere de nosotros apelar simple y llanamente al pasado. El pasado ha tenido muchos aspectos, todos mantenidos en mesurada suspensión. Pero la revolución ha destruido esa suspensión, esa tradición; la delicada trama no puede ya rehacerse en la misma forma idén– tica; su carácter Integral ha desaparecido. El conserva– fismo consciente de una era revolucionaria o post-revolu– cionaria se encara a problemas inconcebibles para el conservatismo natural de los tiempos pre-revolucionarios Los modos de pensar del conservatismo natural no son,

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