Page 100 - lista_historica_magistrados

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Rosales, en vez de poner el exequátur a 8U propia ini– ciativa, resolvió ponerle el veto, pero he alh la dificul– Íad de que Salinas ISebastiánl Ministro del Ramo, y Builrago de Relaciones, se negaron a autorizar la de– volución de la ley, que se había dado conforme fue iniciada. Los jefes de secci6n se excusaron del mismo modo, y por último, nombró Rosales Ministro "ad hoc" al General Estrada, que en ese tiempo sería capifán, y era exal±ado liberal Los senadores ra:lificaron la ley, mas los diputados no tuvieron número cOTnpetente.

Os he dicho que no pude seguir mis estudios en Glanada por la gran revoluci6n de 44, teniendo que esperar aquí el estado normal para continuarlos. El docior Cortés se había venido Íambién, pues desde que escribió las lecciones a sus discípulos, perdi6 la esH– mación de los granadinos, y pens6 radicarse en esta ciudad, donde poco antes se había casado con la esti– ntable señora a quien debe Masaya la adquisici6n de un médico de notoria fama, y la buena y numelosa familia, produclo de tan feliz enlace Sin znayor clien– tela en aquella época, y concentrado por sus opiniones polilicas, pasaba los días escribiendo y leyendo bajo unos froIldosos árboles de su casa. Allí le veía yo dia– riamente gustando como sietnpre de oírzne leer y de que le escribiese sus papeles, aunque conocía bien mis opiniones, que yo profesaba con la exal±ación del jo– ven que por la primera vez opina Hecuerdo que leí– mos a Rousseau, Vol±aire, Volney y otros autores de que estaba ansioso el espíritu liberal del maestro: y que le escribí Las Sombras, Fray Agi, los pensanrientos S].1el±08 y otras p"lwlicaciones que hizo en toda aquella época.

, De la casa de Cortés :me venía a la de don Pío Bolaños quien me veía corno un hijo, y a quien consi deré como un padre, sin que TIlediase aira raz6n que un vínculo polilico y la amistad mús fina de faznilia destHuída de todo interés. Es este el hombre más arre– glado que he conocido: se levantaba, rezaba, comía y se acostaba hoy lo mismo que ayel, toda Su lalga vida. Nunca estaba sentado, siempre paseando los co– rredores de su casa, y así fue que conserv6 el vigor de la Juventud, y aunque no tenía títulos, su capaci– dad, profundo juicio y la leclura de obras escogidas le colocáron entre los hombres respetables de su época. COTIla .10 sería hoy si viviese El gusto que tomó de mi letra y leciura me fue muy útil: una en pos de otra leímos el Genio y la Defensa del Cristianismo, la Bi– blioteca de la Religión, el Año Cristiano, y cuantas cuadraban a un verdadero ortodoxo

Durante el Gobierno de Sáenz fue un Minislro sin cariera, y yo su único escribienle, y aunque conocía mis oficios con Cortés, no me hablaba contra él una palabla. Una de sus hijas, en cier}a ocasión, Ine pt"e– gun±6: ".!.Qué piensa Cortés?" Don Pío alz6 la voz y le dijo: "No le preguntes: le obligas a mentir o a ser infiel", Nunca he olvidado la mOlalidad de esia pe– queña lección.

Taznpoco he olvidado eSÍa ofra Cuando don Lean– dro Zelaya cas6 la priTIlera vez con una hija de don Pío me exigió una prueba de mi conÍenio y yo le ofre– cí embriagarzne. El corri6 a servirme una copa TIlez– clada de varios licores, que apuré para certificar mi promesa, y TIlomentos después TIli razón se iurbó como la de otros tantos amigos y deudos que brindaron con– migo Yo tenía entonces todo el pedantismo de la edad y del bachiller que creía saber la filosofía. como cier– íos jóvenes hoy creen que saben las ciencias sagradas y profanas Subí a una mesa. y recité frozos de los serTIlones del Padre Vijil y del Obispo de Herm6polis¡ en fin, yo fuí la diversi6n de la fiesfa, aplaudieron los unos mi memoria, otros mi voz, y todos deseando la repetici6n del acto

Don Sebastián Escobar y don Pío promovieron de intento una conversación delante de mí solo, y cuando

esperaba_ sus encomios, Escobar zne dijo: "Como es!, TIlO a usted le aconsejo que no vuelva a embriagar h

por TIlás que se lo exijan 16s amigos, hizo usied el Se pel más ridículo al hacerse la diversi6n de Íodos·,Pa, añadió airas cosas que está demás referir. Escobar bl

bIaba, y don Pío aplaudía, de suerte que yo no podí '1

dudar de la bondad del regaño de dos hombres da autoridad, y de uno que me estimaba. El castigO dee~_

agua fría que se impone en la cárcel de Filadelfia n habría sido más duro para mí, Ipero qué provechoso Cuando en los paseos, en los banquetes y festines 1ll he visto rodeado de exigencias, las caras severas de los viejos las he visto diciéndome con el acento firme de Escobar: "No bebas, porque esa copa encierra tan fa veneno COIno la que presentaron a Sócrates, aqtlell~

para lnatar el cuerpo, ésta el alzna, y que por lo mis TIlO, en vez de las bendiciones del sabio a sus verdu: gas. maldiga yo a los míos porque son peores" Jamás ho vuel±o a embriagarme

Así os que con la autoridad del maestro y del ejemplo os pido. os suplico, aznigos discípulos queri dos, que no os elnbtiaguéis, por más que veáis cUá~

de moda está en el día' el apurar un vaso para llegar al rango de progresistas.

No era don Pío aficionado a leer nov01as, pero por complacer a la familia compró varias, y se suseri' bió a algunos peri6dicos que publicaban obras de esle género Regularznente yo leía en coro y tal inlerés ins. piraban los cuentos que (no) dejába-mos la lectura hasta la hora de dOlmir Quizá desde entonces me causaron tal fastidio que no he vuelto a leer una sola y aun me parecen tan inútiles, y aun tan peligro.sa; que no me canso de recon1.endar a la juventud, espe, cialmente del bello sexo, que huyan de ellas corno los navegantes hutan de la Sirena que con su canto los llevaban a los terribl~s ~scollos del mar Si no hubie. sen otros libros, la necesidad sería un pretexto, pero, áquién puede leer los obras de historia, y cuánfas ell,

cierran posi.livas enseñanzas?

No he tratado afro hombre más pro~aico La Ilía– cla, La Eneida, el Paraíso Perdido y la Jerusalén Li· bedada le parecían insípidas porque no las compren· día Una vez Bola, lne dijo: "Ya hallé un verso que me gusfa y deseo lo aprendas para que n;e lo recites". Ast era que en las fempOladas que haclamos en San Jacinto, en las tardes de primavera salíamos a caba– llo, y desde las alturas en que veíamos de cerca los m0111es de los valles, la llanura de Osiocal, y en lon– tananza el Lago de Managua, me pedía su verso, y yo lo recitaba en aquél teafro decorado por la naturaleza.

Bien tienda la vista en la llanula Que va a perderse allá en el horizOl.fe, O penefre en la lóbrega espesura De algún inculto y pavoroso monie. Ya contemple del znar la vasta arichura O a la espléndida esfel a ll1.e remonte, ¡Grande y Sublhne Ser!, en fado ello Descubro absorto tu divino sello.

Tu tiñes las adelfas y las rosas, Aun en botón, con púrpura brillanfe, Y las azucenas puras y olorosas Se mecen en su tallo vacilante Las alnapolas frescas y pomposas Se abren, Señor, bajo tu mano amante, Y del iOTIlillo en las pequeñas raInas Mil flores hermosísimas derramas

Haces crecer el cedro en las znonlañas, Y el sauce a las orillas del lorrenÍe Do nacen los helechos y las cañas Y hierbas mil en la estación ardiente De la fierra fecundas las enit añas Con el calor y el agua dulcerrlente¡ Y así los campos de verdor revistes Tornando alegres los que fueron trisÍes.

~J.:l.O~

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