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« Previous Page Table of Contents Next Page »El matrimonio es de toda la Iglesia con Cristo, y de cada alma en particular con Cristo,
porque en cada alma está reunida toda la Iglesia, como el cuerpo de Cristo está completo en
cadp hostia y en los cuerpos de todos los cristianos. Asi en la cueva de un solitario está presen–
te toda la Iglesia militante, purgante y triunfante Y en la soledad de cada alma que se des– posa con Cristo está Cristo completo, y como en Cristo están reunidos todos los hombres, en cada alma que se desposa con Cristo, están Cristo y todos los hombres, o sea. todo el Cuerpo Místico de Cristo, "el Cristo Completo", como dice San Agustín
" ... Es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas a su hijo". Pero los primeros invitados no llegaron, y nosotros hemos sido los segundos, los ciegos y los cojos de las plazas que fueron invitados como sustitutos. ¿Y quiénes son esos primeros que no lIega/on? Ellos serán seguramente los grandes del mun do: los gobernantes y los primeros ministros y
los directores de bancos y estrellas de cine, los fídel es y los jefes de empresas y los autores fa– mosos, los hombres de voluntad de hierro y los de don de mando y los que hacen dineto o ha– cen grandes cosas y aqueflos a quienes persiguen las mujeres. Ellos son los que rechazaron la invitación a las bodas, porque tenían cosas importantes que hacer, otros compromisos antedo–
res y otras citas, o mucha correspondencia que atender, o no leyeron la invitación en medio. de tanta correspondencia como tenian, o porque se cosaban también ellos mismos ese día.
EL
placer es un falso dios que nos dice "entrégate a mí y yo te saciaré" Peta no nos sacia nunca porque nuestra alma es mayor que el placer. No se contenta con un placer que no sea infinito. Somos jarras rotas, como decía Platón. Ni con una belleza que tenga límites Y toda belleza que no es Dios tiene un límite. /lEn toda perfección vi un límite", exclama el sal– mista. De ahí ese íntimo dejo de tristeza que nos produce siempre la contemplación de la be– lleza, esa sangrante dulzura de las cosas beflas.
Los animales sí se sacian con las criatu,ras y no desean más Pero el hombre sólo se sa– cia, ccm' infinito.
Todo instinto en la naturaleza exige racionalmente ser satisfecho, y toda necesidad na– tural tiene que ser satisfecha. El hombre nace con un instinto de infinito, con un instinto de Dios, 'Y este instinto tiene que ser satisfecho necesariamente. Es la "sed de ifusiones infinita", de que habla Diario.
Todo apego a las criaturase es frustración. Una frustración tan honda como la de un dictador privado del poder Porque es un apego a algo que no nos pertenece, que injustamen–
te queremos dominar y que nos es arrebatado.
Pero cuando uno ha gustado de Dios ya no desea los placeres de las criatlllas Igual que en un banquete tendrías repugnanacia del pan engusahado que comías can avidez y con de– leite en el campo de concentración.
Ese fulgor de la verdad, de lo real y de lo auténtico que resplandece en todos los seres,
y por lo cual nos atraen, todas las cosas, es el fulgol de Dios (El es' infinitamente eso, pues El es
la Verdad) y ese dulce fulgor de bondad que resplandece en todos los seres y el deslumbrante f.ulgor de lo belleza con que nos atraen todas las cosas, son también el fulgor de Dios.
De El toman su luz todas las estrellas y todas las hermosas cabelleras que hay en el
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