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continentales. Un revuelo de aves marinas, entre velas y másMles, "señaló dónde se asentaría la

población de habla española y qué territorio quedaría abandonado para que, muchas décadas después, fuera asiento de las gentes de habla inglesa. Pasaron siglos y siglos y los poblados fue– ron creciendo en número y potencia alejados entre Y es notable que en tan dilatado entre– tanto previera un poeta el futuro de las dos Américas "Cuando -escribe en 1684 Sir Thomas Browne- la Nueva Inglaterra conturbe o la Nueva España . .. ". "En efecto, escribe Cabrales, ya

la Nueva Inglaterra se había convertido en el poderoso Estados Unidos de América y cuando la Nuevo Espaiía se había independizado y trataba de organizar sus gobiernos, conturbó esa orga– nización la influencia ideológica y diplomática de Washington".

Puede seguirse tan dramática circunstancia a la luz de los trágicos y desgarrados héroes de la Independencia Suramericana; en la pugna, digamos, entre Bolívar y Santander. En el NO/– te, al coronarse Iturbíde Emperador, se desatan en México luchas internas, que toman bande–

ra de los ideales norteamericanos En Centro América, mientras Costo Rica decreta su anexión

a Colombia, la nación Salvadoreña, también como aquélla en ofuscado momento, proclama una romántica anexión o los Estados Unidos, paro evadir el vasallaje del Imperio Mexicano

Va creciendo arroliador el poderío del Aguila. Los Estados Unidos adquieren por tratado

y venta, que son consecuencias de su triunfo con las armas, California, Arizona, Nuevo México

y Tejas. Para esa época, Centro América se debate entre ambiciones imperiales Inglaterra ocu– pa un telcio del territorio nicaraguense e islas en el Golfo de Fonseca y en el Atlántico hondu– reño. Así, al primer diplomático de los Estados Unidos lo reciben ilusionados nuestros pueblos, desde Guatemala hasta San José de Costa Rica, como a quien viene o salvarnos de las garras de lejanas Potencias.

Seis años después del espejismo del Señor Squier, l/ego para Nicmagua lo amarga prue– ba del filibusterismo, o la que se asoma Ulate Blanco con ojo calculado, yo sea porque le abru–

ma el abismo de la desgracia centroamericana, o le dá vértigo la altura del San Jacinto nicara– güense.

Desde la conquista, o d:;sde antes, Nicaragua fué mOl cada con signos estelares que no son solamente "la inteligencia exquisita y el espíritu de trabajo", únicos virtudes que el perio– dista vecino reconoce en los nicaragüenses Con ellas puede Ulate explicar el modesto aporte de nuestras "inmigraciones masivas" al engrandecimiento de su patria; pero no son suficientes para esclarecer un destino nacional, que radica fatalmente en la importancia de Nicaragua en la

geografía de la esfera terrestre. Para definir el carácter del nicaraguense, su cólera pronta, su ser y antigua pasión, no basta el análisis somero, ni el juicio superficial Habría que remontar–

se a los habitantes precolombinos, agricultores y marinos audl/ces que, según relatan los histo– riadores, por mar, llevaron hasta Chiapas sus dominios y fundOlon un reino, que estudiar el tem– ple de los conquistadores y las empresas de la Colonia, con hombres de la talla de Belalcázar

y de Hernando de Soto, que fueron grandes en el Perú, en la Nueva Granada, en La Florida

y en el Río Mississipi. En Nicaragua se oyeron, en 18/0, las primeros campanas de la Indepen–

dencia centroamericana, según el testimonio de Don Sofonías Salvatierra. Ulate acusa, donde no

puede explicar.

Negado a estudiar o comprender en su emotividad viril, en su desgarrada heroicidad, la tragedia de nuestras guerras civiles, se concreta o difamarlas. Yo no formulo ni culpa ni excusa al bando de Jerez que contrata, al uso de la época que es todavía actual costumbre, una falan–

ge extranjera en la contienda intestina de 1855; pero rechazo, en nombre de la Nación, "las inclinaciones morbosas" que atribuye el selIJor Ulate Blanco a los dirigentes de mi patria, sean

liberales o conservadores; y, en nombre de la Nación y de la historia, rechazo que algún sectol responsable de nicaragüenses haya aceptado como Presidente de la RepLtblica al Jefe de los Fi– libusteros, como asegura temerariamente el periodista extraño Desde muy antes de tal iniqui– dad, Walker había sido declarado oficialmente traidor y se organizaba activamente la resisten– cia, en todos los rumbos. Que haya habido indivirJual traición, no puede cobrarse a la totalidad de un pueblo ni a sus partidos organizados. Es notorio que son extranjeros los Ministros que Wal– ker designa, en su gran mayoría y que son totalmente extranjeros los Magistrados de su Corte Suprema de Justicia, porque no encontró abogado nicaragüense que aceptara lo curul infaman– te. Precisamente cuando el filibustero incurrió en la osadía presidencial y ya eran públicos sus planes de conquista de los otros estados centroamericanos, se selló la paz entre los bandos nica– ragüenses y juntaron en frente común su repartido coraje, para echar al mercenario convel tido

en usurpador. Si hubo pecado lo borró la sangre, y limpia de afrenta se levanta Nicaragua a

la consideración imparcial.

En tierra de mi patria, en los COI roles de San Jacinto, soldados nicaragüenses libraron la

primera batalla que ganó Centroamérica en la Guerra Nacional y obtuvieron el primer triunfo

continental contra la esclavitud. Fué hasta seis años después de esa Batalla, "Esfinge de luz pren-

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