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Una calle de Managua en U112.

Cuando estábamos reunidos, don Adolfo Díaz, don Fernando Solórzano y yo con el Mi– nistro Wei±zel, éste fue el primero que tomó la palabra para exhortarnos a la armonía y ex~

presarnos el deseo del Gobierno Americano de que el Presidente de Nicaragua fuera un civil

y no un milí±ar, porque los Estados Unidos, di– jo enfáticamente, eran reacios a la elección de militares.

No sé si Mis±er Weiizel viva aún o no, pero si llegara a sus manos esta mi autobio– grafía, deseo recordarle que en esa ocasión es~

tuvo diciendo muchas cosas sobre CÓmO veía el pueblo americano a sus militares, que en reali– dad no son, ni han sido, corno él los 'describía.

y al llegar yo a la ciudad de Washington, poco tiempo después, me sorprendía encontra.r con frecuencia ya un monumento, ya una esfatua, a cual más grandiosos, en homenaje y racuer– do de cada uno de los grandes jefes milí±ares que ha tenido ese país y en cada ocasión que los veía me acordaba de los equivocados con_ ceptos de Mr. Weifze1.

Con aquel discurso y estas consideracio'" nes, debe haber pensado el Minis±ro Wei±zel que había eliminado mi candidatura, pero co– rno dije anteriormente, fueron ofras las razo– nes que me movieron a trabajar, no por mi candidatura, sino por la de don Adolfo Díaz, a quien consideraba en esa ocasión más apro– piado para el bienestar de Nicaragua' por las buenas relaciones que él mantenía con el Go– bierno Americano.

En la elección de don Adolfo Díaz no hubo ninguna. novedad, a no ser la de un votante que al acercarse a las urnas, en un cantón de la ciudad de Ma±agalpa, dijo: "No me permi– ten votar por Chamorro, no vofo por n..adie", y se suicidó.

Después de la torna de posesión de don Adolfo e instalado su Gobierno fuí nombrado Minis±ro Plenipotenciario de Nicaragua en los Estados Unidos con Misión Especial a Hondu– ras y Guatemala para dar las gracias a estos dos Gobiernos por la amistad manifestada por ellos hacia el Gobierno de Nicaragua.

Na±ural es suponer que en esa nueva po– sición me encontraría en un campo difícil para un inexperto corno yo en cuestiones diplomáti– cas, pero aunque no me creía con aptitudes su– ficientes para el puesto que iba a desempeñar,

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morro, y ofros más, pero ninguno de ellos logró desalojar de la ciudad al enemigo y se lirnita– ron entonces a quedarse en las proximidades de la ciudad.

La situación en. Occidente se estaba po– niendo difícil para el Gobierno, ya que la re– cuperación de la ciudad de León costaría rnás sangre de la ya derramada.

Como ya estaba en el país una columna de los Marinos Americanos y los surninis±ros de esa columna tenían que llegar por el puerto de Corinto, la línea del Ferrocarril del Pacífico debería mantenerse libre de posibles in±errup- . ciones, por eso el Almirante Southerland, que era el jefe que el Gobierno de los Es±ados \Inidos había designado para las fuerzas de desembarque, decidió ir personalmente a León con un pelotón de Marinos a pedir a los jefes rebeldes que cesaran en su hostilidad y que depusieran las armas, yéndose tranquilamen– te a sus casas.

El Almirante Souiherland tuvo el éxito deseado en su misión pacificadora y de esa manera se consiguió que la paz Se restablecie– ra en Occidente, corno se había restablecido en Oriente, Qen±rando entonces el país en un período de paz medianamente aceptable. Después de iodos estos acontecimiel1tos y de la salida de Mena del país, se pensó en li–

cenciar las fuerzas del Gobierno y corno yo sólo he servido militarmente en casos de emer– gencia, resolví corno lo había hecho en oiras ocasiones, solicitar mi retiro del servicio activo, mientras el Gobierno organizaba el país para las elecciones presidenciales, que conforme a los Pactos Dawson deberían llevarse a cabo. . También me movió a retirarme, prematu– ramente, del servicio activo mi deseo de no dar ocasión a un rompimiento con don Adolfo Díaz a quien claramente veía que se destacaba como el candidato más visible después de mi persona, que era a quien verdaderamente que– ría el pueblo de Nicaragua.

Re±irado, pues, de la Jefatura del Ejército, estaba preparado para asistir a la primera reu– nión que se llevó a efecto para la escogencia del candidato que conforme a los Pacios Daw– son debía hacerse entre los finnan±es de los mismos.

A esa reunión asistimos muy pocos de los firmantes originales, pues sólo habíamos que'" dado, don Adolfo Díaz, don Fernando Solórza– no y yo.

Aunque yo podía contar con el voto del General Solórzano, no me pareció apropiado el comprometerlo a mi favor, porque él también era amigo personal de don Adolfo Díaz, por eso y porque vi al l-Ifinisiro Americano inclina– do a su favor, no vacilé en esa reunión que ±u–

vimos en decidir que votáramos por Díaz, . corno ~n efedo lo hicimos.

, Me parece oportuno narrar aquí lo que sucedió entre el Minis±ro Americano Weilzel y yo en esa primera reunión que tuvimos para que se vea cómo trabajan los diplomáticos en algunas ocasiones.

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