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Y CRISTIANISMO
Llamo lujo a todo empleo de una cierta abun– dancia de riquezas en despreocupación absoluta de Jos demás. Es el uso provocativo del dinero, el goce egoístico de la abundancia de bienes, toda ostenta– ción de riquezas que despierta el odio de los que vi– ven en la miseria.
El lujo, por tanto, encierra en sí dos cosas. rique– zas y escándalo. Riquezas, está claro Escándalo por– que en unas circunstancias históricas en ras que están exacerbados los sentimientos sociales, el lujo es un verdadero latigazo a los que miran tanto despilfarro con ojos cargados de preocupaciones y angustias eco– nómicas.
Escándalo es lo mismo que tropiezo, es decir to– do aquello que sirve para que los demás caigan. Es– tamos acostumbrados a no llamar pecado de escán– dalo nada más que en el sexto mandamiento Sin em– bargo, si cayéramos en la cuenta de las oleadas de indignación y de odio y de resentimientos que levan– tan todas esas manifestaciones de riqueza, veríamos que un gran pecado de escándalo de la sociedad mo– derna, al menos fa nuestra, es ése: el lujo. Es tropie– zo donde tantos caen en el odio, la desesperación, el robo Pero sobre todo, el gran escándalo del lujo en el que han tropezado miles y miles' (digámoslo tdmbién millones) es la pérdida de la fe Cuando al lujo se une una apariencia, al menos, de vida cristia– nd, entonces la reacción que provoca en todos los que sufren dolorosamente porque no tienen, es ponerse en– ftente de la riqueza y enfrente de la fe del t'i!co Ellos no saben distinguir, ellos no ven nada más qúe al "ri– co cristiano" que gasta en una noche lo que a él le hu– biero servido para sacar de apuros a la familia en un año Y en la persona del "rico cristiano" odian al rico
y juntamente al cristiano, desconfían amargamente de una fe que no es capaz de poner un granito de in– quietud por los demás al que vive en. la paz de su vida asegurada y la fe cae de su a~d como una fruta seca quemada por tantos "ricos cristianos" que son (os primeros y casi únicos responsables -de lá pér– didad de la fe de las masas.
DIOS DA SU OPINION El lujo encierra en Sí'f por tanto, dos cosas: riqueza y escándalo.
Enfrentemos la riqueza y el escándalo a la pala– bra de Dios Veamos el lugar que ocupan en la mente de Cristo, y por consiguiente, cómo han de ser vistas dentro del cristianismo •
El escándalo ha quedado eternamente estigma– tizado por la palabra enérgica de Cristo. "más [e va– liera que se lil..tara al cuello una rueda de molino" (1)
y dejemos r::'r escándalo porque está claro que Dios ha de d¡]r de él un juicio rotundamente tlesfavorable. Veamos! las riquezas.
ALFREDO BASTOS, S. J.
A lo largo de toda la historia de la palabra de Dios a los hombres hay una constancia clarísima de aversión hacia las riqueas Son el gran peligro, el gran lazo, la gran cadena que sólo un milagro puede romper A los que viven instalados en su opulencia les ad– vierte inquietante el profeta David: "e! hombre no permanecerá en su opulencia, es semejante a las bies– tias que perecen ... " (2) "No temas si alguien se hace rico, si crecen las riquezas de su casa, pues cuan– do muera no llevará nada consigo, ni descenderán con él sus riquezas". (3)
Isaías inaugura el "¡ Ay de vosotros .... 1" que C¡-¡s– to tanto repetirá, y cuyo eco llegará hasta el Apóstol Santiago, unos años antes de la clausura de la Reve– lación. Dice Isaías "j Ay de aquellos que juntan casa Con casa y agregan campo a campo hasta que ya ;no hay más sitio!" (4)
Doscientos años antes de la venida de Cristo, en el libro del Exclesiástico: "Quien persigue el oro no quedará inocente, y quien ama el lucro en él se per– derá. Muchos han sido víctimas del oro" (5) Según se Va acercando la plenitud de la revelación en la veni– da del Hijo se van haciendo más enérgicas y claras las expresiones.
Cuando Cristo hablaba de las riquezas, su len– guaje se hacía de amenaza ("¡ Ay de vosotros los ri– cos. . !") (6), de exclamaciones cargadas de tristes presagios "Qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos!" (7) y de hipérboles con intención sin duda de impresionar ("Más fácil es que un camello entre por el ojo de una aguja. ") (8)
La imagen del rico Epulón "que vestía de púr– pura y lino, y celebraba cada día espléndidos banque– tes" (9) con su fondo de tormentos, nos da sin metá– fora el pensamiento de Jesucristo sobre las riquezas egoísticamente disfrutadas.
Las riquezas ahogan la palabra de Dios (10); la obsesión por el dinero es incompatible con el servicio de Dios (11)
Y ya, cuando estó a punto de cerrarse el ciclo de la revelación pública y universal, resuena amenáza– dora la palabra der Apóstol Santiago: "Y vosotrós los ricos¡ llorad a gritos sobre las miserias que os amena– zan .. " (12)
NO ERES UN AFORTUNADO. Todo aquel que ha tomado en serio la fe y se ha adherido a Cristo y' a su manera de ver las cosas¡ ha de mirar el dinero por lo menos con recelo.
El cristiano es un hombre sumergido en las semi– realidades de un mundo material, pero cuya fe le abre la mirada y el corazón a otro mundo superior de rea– lidades sobrenaturales. El materialista es un ciego des– lumbrado por la presente tangible, no es capaz de ver
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