Page 104 - lista_historica_magistrados

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eacrüq, CÓmo, después de las declaraciones que Hene hechas acerca de las fuentes de donde ha tomado sus informes para estos trabajos, se atreve a remover las cenizas de algunos y a presentarlos insidiosamente culpables de crímenes que horrorizan a la humanidad, y todo esto sin presentar ninguna prueba, y con una sangre fría que pasma, como quien hace la cosa más natural e inocente del mundo

¡Qué idea tan me:z;quina se ha formado el Licen– ciado Pérez de la historia! ¿Dónde habrá visto que así se escriba la de ningún país de la fierra'?

A ser él más conocedor del oficio, habría podido saber que, según Lamartine, "Jamás le es permitido a la historia acusar sin tener pruebas en que fundar la acusación" (1)} y que "toda buena crítica histórica, según Thiers, descansa sobre dos fundamentos, los testimonios y la verosimilitud". (2 )

Ahora, se pregunta, ¿dónde están las pruebas, dónde los fundamentos, los incidentes o circunstancias verosímiles que puedan autori:z;ar a nadie para presen. tar a Arellano como cómplice del asesinato de "La Pelona",?

y todavía se hace aun más inconcebible la odiosa sombra en que el Licenciado Pérez prelende envolver la conducta de mi padre, después de reconocer y con· fesar el hecho de la renuncia por causa del sobresei– miento del sumario levantado para averiguar el cri– men en cuestión.

¿Qué más se querría, ni qué más pudiera exigir el jurado de la posteridad para pronunciar el veredic– to de inocencia en favor de cualquiera'?

Si el autor de la curiosa biografía de don Juan Argüello no exisfiera en el mundo, se dudaría que pu– diese haber alguno que no viese en esta renuncia la más verdadera y solemne protesta de la inculpabilidad del hombre acusado por Pérez con tan remarcable in– justicia.

Pero él pretende hacer pasar esta renuncia COlno uno de esos juegos hipócritas que se hacen para salvar la pluma, corno se dice vulgarmente, equivalentes al lavatorio de Pilatos, como lo consigna él mismo.

Mas ¿se concibe que los supuestos cómplices del Ministro Arellano le habrían dejado impunemente ha– cer aquella jugada, que en cierta manera les compro– metía de rechazo su reputación y su responsabilidad'?

Para que las cosas hubiesen podido pasar así, se habría necesitado de parle de aquellos un desinterés y una coxnplacencia sublimes, y la historia y el buen sentido no admiten qUe esto sea posible.

Los pocos que no conocen al Licenciado Pérez, Se admiran de que se le haya desocurrido un raciocinio tan sencillo que se cae de su peso. En cuanto a los que se hallan en el secreto de sus aventajadas dofes intelectuales, no se estrañan de nada.

¡Oh, y cuánta razón tenía el célebre puJ;>licista Alemparte, cuando decía,

"La pluma en manos torpes (véase que copio a la letra) puede llegar a ser algo tan peligroso de mane– jar como una arma de fuego en las manos de un ni–

ño".

. Ciertamente que el oficio de historiador, ¡quien lo ignora! es un OfiClO muy difícil.

Si alguno se imagina que todo ello no consiste en otra cosa que en embadurnar unos cuantos cuaderni-

(1) Llllillll"tine, Hist. de los Girondinos, tomo 2· pág. 131. (2) , Thiers, Hist. del Consulado y el Imperio tomo 15, pág. 41.

llos de papel San Lorenzo, llenándolos con cuentos y

pa.trañas del vulgo.. en un estilo "sui generis", qUe bnlle por su oscundad, donde de todo se encuentre

me~os de sentido común, y que doblados aquellos en 8', lmpresos con un margen de dos pulgadas inglesas. pal a que parezca un gran volUlnen, cosidos por eÍ lomo, precedidos de una dedicatoria a la juveniud "para que se ilustre", con una carátula en papel azul blanco o encarnado, si alguno es bastante cándid'; para imaginarse que eso sea escribir un libro, y Un

libro de historia, como quien no dice nada, mal que pese a sus ilusiones y a su pobre vanidad, eso no es ni será nunca otra cosa que embadurnar papel y de– sacreditar el país.

Es oficio el de historiador que exija ciencia y fa– lento. Parece que el Licenciado Pérez ignora esto aunque siempre será preciso reconocer que él ignor~

estas muchas cosas con la mayor buena fe.

Preciso es que este bendito Nicaragua, que Dios guarde, sea un país de bienaventurados para que pue– da haber alguno que así, en tales condiciones, acome– ta la empresa de escribir la historia, aunque más no sea que pala narrar algunos episodi.os de nuestras pa– sadas revoluciones.

De ahí el peligro para :muchas honras. ¿Quién en tal caso se puede considerar seguro encontrándose al– rededor de un niño o de un imbécil que tiene en sus manos una arma de fuego'?

Así, pues, desestimando la importancia decisiva de aquella renuncia, el moderno historiador asevera

que el rumor público siguió señalando a Arellano co– :mo complicado en aquel crimen. No es esto verdad, aunque, siéndolo, jamás podría tal circunstancia Ser– vir de contrapeso al hecho e10cuentísimo de la inme– diata retirada de mi padre del ministerio que servía. En esto, corr"o en muchas otras cosas, la verdad histó– rica ha sido falseada, corno lo haré ver más adelante

Contra el simple dicho del autor, yo opongo el testimonio irrecusable de un hombre respetable por su edad, su posición, su buen nombre; el testimonio de un sobreviviente contemporáneo a aquellos sucesos, y

escribiente de la confianza del Ministro Arellano, cir– cunstancia que lo colocaba en posición ventajosa para saber y juzgar mejor que oiro alguno de todos los su– cesos que tenían relación con los aetos del Gobierno de Argüello, y principalmente del Ministro Arenano: este testigo, que tal vez Dios ha querido conservar para confundir la más grosera impostura, es don Macario Alvarez, cuyo irrecusable testimonio se enconirará re– producido al final de la presente publicación.

Por esta inapreciable declaración, contra la cual ningún documento puede ser opuesto, se verá: con cuanta franqueza y energía Arellano conden6 aquel hecho atroz; la indignación que produjo en su alma generosa, su inmediato retiro del ministerio, valiente protesta que irnportaba nada menos que un desafio a muerte al puñal de los sicarios; se verá :también cómo Arellano, obedeciendo solo a los nobles anan– ques de su magnánimo corazón, se lanza por entre los puñales homicidas, escuda con Su cuerpo, y salva de una muerte segura a un desconocido para él, un pobre vivandero, a aquel mismo Cárcamo que, p.ocos días después, iba a ser sacrificado en "La Pelona", y de cuya muerle, entre otnis, debía ser acusado :más tarde su generoso salvador!

y por último, se verá que la conducta de AreUano :mereció la aprobación y el aprecio de las gentes de corazón, lo que por cierlo se halla xnuy lejos de pare– cerse a ese "ru:mor" de que nos habla el más exitaño historiador que se ha conocido hasla ahora.

Entrando en seguida a otro arden de considera– ciones, cualquiera que juzgue con leal conciencia-so– bre el suceso que :motiva estas líneas, y no tengan por costumbre aceptar sin examen los más absuldos cuen·

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