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y como nos damos cuenta de la profundidad de un pozo cuando arrojamos en él una pie– dra y no la oímos caer, así nos damos cuenta de la profundidad de nuestra alma, cuando caen

en ella cosas y desaparecen sin que las oigamof1 caer.

Puesto que Dios está en el fondo de cada alma, el fondo del alma es infinito, y no se

puede llenar con nada sino con Dios. Un vino que sacie tendría que ser infinito. y sólo sacia el

agua que Cristo ofreció a la samaritana junto al. pozo, y que es ese vino.

Pero en los claustros se ven caminar a los hombres satisfechos y colmados, sonrientes, sin lo arruga de la ansiedad en sus rostro9'. San Ignacio de Loyola decía que si lo obligaran a di– solver lo Compañía, en 15 minuto recobraría su paz interior.

y así también andan los animales. No andan nunca ansiosos, sino que todos el/os circu– lan tranquilos y colmados, como los monjes.

Los hombres no estón nunca satisfechos con las cosas de la tierra porque no han sido creados para ellas. Los animales sacian sus necesidades y no necesitan más. No hay ninguna sed de infinito en ellos, y esta tierra en su cielo. Por eso los animales no se decepcionan de la vida nunca ni se suicidan, porque han sido creados para esta creación. (y todos los animales también son santos, COn su santidad animal: son castos, y pobres, y obedientes, como los mon– jes, y son humildes).

Pero todo nuestro ser está diseñado para amar a Dios, y para poseerlo y gozarlo, como el cuerpo de la macarelo está diseñado para nadar en el agua y el de la gaviota para volar sobre: el mar. .

y como un teléfono ha sido diseñado para hablar por teléfono y no para otra función: así también el hombre no ha sido creado para gozar de esta vida sino para gozar de Dios, y para amar a Dios, y por eso sólo Con Dios somos felices.

y aunque no hemos visto a Dios, somos como aves migratorias, o peces migratorios, que han nacido en un lugar extraño, pero que cuando llega el invierno sienten una inquietud miste– riosa, una llamada en fa sangre, la nostalgia de una patria primaveraf que no han visto nunca,

y parten hacia allá, sin saber adonde. Han sentido el llamado de la Tierra Prometida. La voz del amado que llama: "Levántate ya, amada mía, hermoso mía, y ven: que ya ha pasado ef in– vierno y han cesado las lluvias". (Cantar de los Cantares 2, 10).

E

L alma humana nace enamorada. Payo no ve al amado de quien está enamorada, y

como hay un reflejo de ese amado en todo lo creado, uno desde que nace tiende a abrazar todas los cosas. El niño tiende sus bracitos ávidos hacia todo lo que ve, y quiere llevar a la boca to– do lo que toca, y todo lo quiere tocar y tragar. Después cuando crece se abraza a sus juguetes, y ya hombre continuará siempre abrazado a todas fas cosos. Pero no se sacia nunca, porque lo que uno abrazo no es Dios: a no ser que uno un día se desprenda de las cosas y abrace a Dios. Pero a Dios sólo se le encuentra en la nada. Allí donde ya no hoy cosos está Dios.

Las cosas no pueden poseerse, y con ellas estaremos siempre insaCiados.

11 ¡Oh mundo,

no poder abrazarte lo bastante!" exclama Ednd Saint Vincent Mil/ay, la poetisa que cantó tan–

to los obrazos. Y ésto es fa gran angustia del corazón humano, el desear poseer el mundo y no poder poseerlo (las estreflas que hicieron florar a Alejandro por no poder conquistarlas). Y de-

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