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« Previous Page Table of Contents Next Page »6 uno cree que esa presencia es uno mismo, y no reconoce Su presencia dentro de uno. No sabemos que en el centro de nuestro ser no somos nosotro~ sino otro. Que nuestra identi– dad es Otro. Que cada uno de nosotros, ontológicamene es dos. Que encontrdrnos a nosotros mismos y concentrarnos en nostros es arrojarnos en los brazos de Dios.
Nosotros estamos buscando siempre ese abrazo, pero equivocadamente, proyectándonos
hacia afuera. Oímos la voz irresistible del amado llamando adentro, y creemos que está silban– do afuera.
y Dios está en todas partes, aun en Broadway, pero su voz sólo se oye en el silencio.
PARA Santa T ~resQ la vida es una noche pasada en una mala venta -como para Cer– vantes los castillos de las ilusiones humanas no son sino Yentas. Pero para Santa Teresa el alma 'es un castillo, como los castillos de la meseta castellana. Y nuestro interior, el centro de nuestro ser en el que mora Dios, es la cámara nupcial de ese castilfo. Para la mayoría de los hombres es la cárcel oscura a donde no bajan nunca. Pero es la habitación secreta y escondida, la cómara nupcial de cada uno.
Adentro de nosotros está el Amor. Dios está laca de amor, y su comportamiento por lo tanto es imprevisible. En cualquier momento el Amante puede cometer un disparate, porque co–
mo todo el que ama, no razona. Está borracho de amor.
El alma es la alcoba de la que sólo Dios tiene la llave. Y si El no entra, estará vacía. Los sentidos pueden saciarse de placeres hasta el hastío, pero el alma siempre estará vacía.
Yo ví Venecia y Capri y me fascinaron Con su belleza, pero no quedé satisfecho. Algo faltaba. En el fondo de cada goce había una melancolío y una íntima angustia. Y ahora mis re– cuerdos son m6s irreales que tarjetas postales. Y todo no fue sino una vand visión.
Toda belleza es triste. En el fondo de todas las cosas hay amargura y gemido. Es el ge– mido cósmico de todas las criaturas, de que habla San Pablo. Pero la creación descansa de esta agonía metafísica en el hombre, cuando el cora:zón del hombre descansa en Dios.
Uno se cansa del cine, de las fiestas, de andar en yate. Pero uno na se cansa de Dios. Los trapenses no necesitan tener recreos porque todp su vida es recreo. Como los pájaros y las ardillas no lo necesitan, porque toda su vida, aun cuando trabajan buscando ~u comida, es l/n
recreo y un perpetuo juego.
¿Y cuánto pagaría el rey del petróleo o el rey del acero por comprar esta paz? Paga– rían todo el imperio del petróleo o del' acero si la conocieran. Como todos los que la han cono– cido han dado por ella todó lo que tenlan. Porque los millonarios buscan en el dinero la felici– dad, y cl,lalquier millonario daría todo su dinero si supiera que la felicidad está en otra ,:arte. Los religiosos son esos hombres que han dado todo lo que tenían, o podían haber tenido, por esta felicidad.
Cuántos muchachos y muchachas están tal vez ahora en fiestas, en cines, en bares, en nigth-cfubs, y han sido l/amados por Dios a la vIda inísticp, y tiene tal ve:z reservados para ellos los más altos dones de la contemplación y no lo saben, y tal vez no lo sabrán nunca en esta yida.
Cuántos hay que Se abrazan a los placeres de los sentidos Con un fervor místico. Bus-
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