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· .. mi tío Alejandro Chamorro, alma fuerte del Partido

Conservador.

Díaz ponía énfasis en su caria para que yo no vacilara en realizar el viaje, y por eso lTIe indicaba que el portador de la lTIislTIa era un marino práctico que aunque lTIanejaba un boie pequeño debería embarcanue con él en ese miSlTIO viaje de regreso para así no perder íielTIpo, pero COlTIO dije anteriorlTIenfe, cuando ese comisionado lleg6 a Co16n yo esfaba aun en Cosfa Rica, y COlTIO él no quiso esperar lTIi llegada porque ponía en duda la seguridad de lTIi arribo inlTIediafo, opfó por regresarse a BlueHelds. Mieniras fanio Adolfo Díaz había recibido lTIi caría por lo que lTIe cablegrafió a PanalTIá pidiéndolTIe regresara a Puerío Li– lTI6n..

Al recibo de ese cablegralTIa resolví llevar a lTIi esposa a Caríago para que estuviera allí con doña Julia Pasos viuda de ChalTIorro y sus hijos Fernando y Anua, quienes residían en esa ciudad donde mi tío Alejandro ChalTIorro, al– lTIa fueríe del Partido Conservador, había lTIuerio hacía poco.

Cuando llegalTIos a Puerfo LilTIón ya la elTIbarcación que Díaz había enviado a fraer– lTIe había falTIbién llegado al puerío y COlTIO en ofra caria lTIe pedía que no perd,iera fielTIpo en efeciuar el viaje, no pude ir a dejar a mi espo– sa personallTIenfe a Caríago para recolTIendár– sela a doña Julia, sino que le pedí a rn.i buen arn.igo el doctor Isaac Guerra que la acompa– ñara a Carfago, y ese mismo día -el 29 de

sepfielTIbre de 1909- por la tarde, me estaba eITIbarcando para Bluefields.

Con Rafael Alegría, joven granadino a quien conocía bien, lo lTIismo que a su madre doña Angela Prado viuda de Alegría, lTIe em– barqué en un bote pequeño que no tenía ni siquiera un asiento c6lTIodo y tuvimos los deis que sentarnos a plan en el fondo del bote.

El tiempo era lTIagníIico y el mar esiaba tranquilo, pero a poco de salir, el fielTIpo se fue descomponiendo y comenzó a azotarnos un fuerÍe chubasco. Las olas eran tan altas que nos parecía que el bole se paríiría en dos fan fuerfes eran los golpes que recibía en cada des– censo de la cresfa de las olas. Confieso que lle– gué a temer que aquel fuera el úHimo día de mi vida y por eso le dije al marino que nos lle– vaba que enderezara el boÍe a iierra porque prefería que desern.barcáramos y esperáralTIos un tiempo mejor para continuar el viaje. El marino no hizo objeci6n alguna y viró el bofe a fierra, pero después de un raio de un oleaje coníinuo y peligroso, nos dijo: "Aquí esfamos frente a la Barra del Colorado, lugar muy pe– ligroso por los íiburones, y a medida que nos aproximamos a tierra aumenta la posibilidad de ser arrollados por una de esas olas, y no ha– brá medio de salvarnos". A esla observación le repuse-: "Usted es el que lTIanda en su bofe y el que conoce mejor su oficio. Haga lo que crea más conveniente hacer para que no sufra– lTIOS un naufragio".

Enfonces viró de nuevo la proa hacia mar adenfro, poniéndose fan contenío cuando lle– galTIOS al lTIar azul, que dió gracias a Dios gol– peando con su canalefe las aguas y diciendo: "Esfa agua azul sí que es buena!"

Después de ese fuerie chubasco no fuvi– lTIOS ningún otro peligro, a pesar de que esfá– bamos en pleno cordonazo de San Francisco, hasia el último día del viaje en el que, ya para llegar al frente del Falso Bluff, se oscureci6 el cielo y el lTIarino nos anunció una gran felTI– pesfad, pero felizmente esfábalTIos próximos al Cayo Francés, donde se arrilTI6 el bofe para que deselTIbarcáralTIos para lTIien±ras pasaba aquella tormenta, y fambién para que se hicie– ra más farde y así poder enfrar, ya oscurecien– do, por el Falso Bluff a la Bahía de Bluefields. Al desembarcar ieníalTIos las piernas enfulTIeci– das y las posaderas rajadas por el agua sa– lada.

El marino nos había ofrecido llevarnos a su casa que esiaba situada en Old Bank, por eso lTIe sorprendí mucho cuando llegalTIos a un lTIuelle muy ilulTIinado y que dijera: "Aquí desembarque. Esfe es ellTIuelle de Belanger." Cuando le recordé su ofrecilTIienio de llevar– nos a su casa lTIe replicó que no lo hacía por– que yo no era confrabandista sino revolucio– nario, pero convino en acolTIpañarlTIe a casa de don Adolfo Díaz, puesto que ni Alegría ni yo sabíamos donde quedaba la residencia de mi alTIigo.

Cuando llegalTIos a la casa de Díaz ésta --62-

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