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« Previous Page Table of Contents Next Page »Comayagua, desp'llés de la toma de aquella plaza por los revolucionarios, quedé de acuer– do con ella que a mi salida de Honduras, ella se iría para Nicaragua, a vivir al lado de sus padres, quienes aún estaban vivos, y que cuan– do yo pudiera la llamaría a mi lado, para es– tar juntos nuevamente, si Dios así lo permitía. Siguiendo, pues, mis instrucciones, tele– grafió a su padre en Comalapa, pidiéndole l~
mandaran a encontrar a Corinto, adonde lle– garía en un día determinado en el telegrama. Ella e:mprendió el viaje, y al llegar a Co– Tinto estaba allí esperándola su her:mano Ce– ferino Enríquez, pero al bajar al puerto fue apresada junto con su her:mano, y conducidos a Managlia, ella fue ubicada en la cárcel para corrección de :mujeres de mala vida, y él en la Penitenciaría. (Mi esposa Laslenia jam.ás per– donó a Zelaya ese ullraje que le hizo).
Su prisión allí no fue por uno o dos días sino por muchos, y no terminó sino hasta que por presión de la sociedad de Managua que conoció del caso, hizo que Zelaya la sacara de la cárcel. Pero no coniento con eso, ordenó su inmediaia expulsión del país.
Pero en lugar de embarcarla en un vapor que fuera para el Norie y pudiera ella desem– barcar en un puerto de El Salvador, la embar– caron para el Sur. Feliz:men±e, en Panamá se encontraba mi padre, quien la recibió y la ho:;;– pedó en una casa de fa:milia para después dar los pasos necesarios para ernbarcarla de nuevo para El Salvador.
Nada de todo esio era de mi conoci:mien– to, por lo que cuando recibí un telegra:ma de Lastenia, fechado en Pana:má, pidiéndome la fuera a encontrar a La Libertad, puerio de El Salvador, :mi sorpresa fue muy grande, y cuan– do ella llegó y supe todo lo que le había ocu– rrido, :mi indignación por el bajo procedi:mien– to de Zelaya fue también enor:me. No creo que haya justificación para actos de esa naturale– za.
Ya con Lastenia a mi lado en El Salvador, mi vida de emigrado se hizo más agradable, aun cuando por otra parte se aumentaran mis obligaciones.
Como decía anterior:mente, recibí de don Eulogio Cuadra los documentos que me acredi– taban co:mo administrador o deposi±ario de la hacienda que en Guatemala tenía don Quintín Jirón. Ya con esos documentos en mi poder no tenía temor alguno en emprender el viaje a Guatemala, por lo que me despedí del Presi– dente Figueroa, quien se :mostró sorprendido de mi determinación, y aun me hizo insinua– ciones para que me esperara algún tiempo más, pero yo le manifesté mis deseos de probar suerte en esa otra República y salimos, mi e3– posa y yo, a embarcarnos en La Libertad. En la noche misma que lle!=famos a ese pUerto para esperar el vapor que llegaba al si– !=luiente día, recibí un llamado de la Oficina Telegráfica avisándome que pasara a dicha oficina porque el Presidente Figueroa quería conversar conmigo ielegráficamente. Por su-
puesto que atendí inmediatamente el llamado, el telegrafista le avisó al Presidente que ya es– taba yo en la oficina, y comenZalTIOS nuestra conversación telegráfica.
En resumidas cuentas el Presidente Figue– roa me llamaba de nuevo a San Salvador, ase– gurándo:me que en esta ocasión sí me daría todo el apoyo para derrocar a Zelaya que le había solici±ado en otras ocasiones, y que él, como a:migo, me insinuaba no demorar mi regreso. Le ofrecí que lo haría y que al si– guiente día de mi llegada lo visi±aría, co:mo efectiva:mente lo hicimos, llenos de entusias– mo, :mi señora y yo; :mas en la conversación que sostuvi:mos el Presidente me habló de todo :menos de lo que me había ofrecido, y :más bien notaba que cuando le dirigía la conversación hacia ese tópico, él la ca:mbiaba de rumbo. Así pasé varios días, visi±ándolo casi diaria:mente y sin ver nada práctico de la oferia hecha por él, antes bien el Presidente Figueroa rehuía tratar del asunto, lo que :me hizo tomar la de– ter:minación invariable de m.archar:me a Gua– 1:e:mala.
Le visi±é por úHi:ma vez para despedirme, y nuevamenie me insinuó que me quedara, a lo que le manifesté, enfática:mente, que mi re– solución era invariable. El, entonces, dejó de insistir.
Más tarde averigué que el motivo de ha– berme Figueroa i:mpedido mi salida en esta úl±i:ma ocasión fue que él le había telegrafiado al Presidente 1-,1anuel R. Dávila, de Honduras, participándole mi viaje a Guatemala, y Dávila se lo comunicó a Zelaya, el que a su vez le pi– dió que solicitara a Figueroa su intervención para detenerme, de donde se originaron los falsos ofreci:mientos de éste.
Por fin llega:mos a Guatemala, y una vez en la Capital, envié un telegra:ma al Presidente Estrada Cabrera avisándole mi llegada al país y solici±ándole una audiencia, la que él me concedió in:media1:amente. Mas, en vez de ci– tar:me para su residencia, como siempre lo ha– bía hecho, me señaló el lugar de la audiencia pública que él acostumbraba dar todos los Jueves.
El día de la cita concurrí a ella a la hora señalada, escribí mi nombre en el Registro, y cuando llegó mi turno, fuí recibido por el Pre– sidente.
El estaba en un cuarto pequeño, de pie frente a una mesa y lo mismo estuve yo du– ranie la caria visita. Después del saludo de ri– gor, me preguntó qué se me ofrecía y yo le manifesté que deseaba lo de siempre, esto es, el apoyo necesario para derrocar a Zelaya. El, entonces, me infor:mó que sobre ese asunto nada podía hacer por mí, pero que en lo par– ticular podría c.ontar con su ayuda en la for:ma y el modo que quisiera. A ese gentil ofreci– miento suyo le expresé mi agradecimiento y le informé que tenía un empleo con el Banco de Honduras en la hacienda de don Quintín Jirón. El mos±ró cierto agrado y al mismo tiempo me
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