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dijo que conocía esa propiedad, que era muy buena, y que creía que estaría lUUY bien allí.

Ya para despedirme le dije que yo espe·– raba que mi permanencia en Guatemala fUera temporal, pues tenía fe en que alguna vez en el futuro próximo, él me daría el apoyo tantas veces solicitado, y que cuando llegara ese mo– Inento, me llamara por telégrafo que yo me presentaría inmediatamente a él.

En esa forma me despedí del Presidente Estrada Cabrera y me fuí, junto con mi esposa, a Santa Lucía Cotzumalguapa, para de allí lle– gar a la hacienda del señor Jirón, que consistía en extensos potreros de zacate de guinea en los que se repastaban hasta dos mil novillos.

La vivienda en la hacienda consistía en un pobre rancho de paja con paredes de varas de guarumo. Para mí aquello no tenía nada de entristecedor, pero me preocupaba íntima– mente que Lastenia tuviera que vivir allí, exac– tamente igual a como viven los inditos pobres de Ini fierra.

Allí pasarnos varios meses, saliendo con mi esposa a dar paseos por el campo. Recuer– do que una vez nos encontrarnos con un enor– me cascabel enrollado a la orilla de un hoyo iguanero, encuentro aquel que nos d~ó un gran susto, pues cuando nos dimos cuenta de él es– tábamos ya muy cerca del animal, pero noS refiramos InUY quiefamente y no tuvÍInos no– vedad alguna.

Cuando Inenos 10 esperábamos, recibí un telegrama de lUi primo Reinaldo Chamorro que entonces vivía en la ciudad de Guatemala. Reinaldo me avisaba que el Presidente Es±rada Cabrera quería hablar conmigo. Sin pérdida de tiempo me trasladé con Las±enia al pueblo de Santa Lucía Cotzumalguapa donde la dejé hospedada en el hotelito que allí había, y yo seguí mi viaje a la ciudad de Guatemala. Cuando llegué, ya en la estación me esperaba Reinaldo, quien me informó que el Presidente Estrada Cabrera le había recomendado me lla– mara con urgencia, así es que sólo llegué al Hotel a cambiarme de ropa y a esperar la hora de la audiencia que había sido fijada para las siete de la noche. Reinaldo me acompañó has– ta la puerta de Casa Presidencial y cuando el Presidente fue avisado de mi llegada, inmedia– tamente me hizo pasar a su presencia.

Cuando entré, él salió a la puerta de su despacho a recibirme, y sonriendo, me dijo: "Don Emiliano, mi estrella está brillante" y con un gesto me señaló el cielo esirellado de Guatemala, y añadió, "la de Zelaya Se está po· niendo, qué necesita usted para botarlo?" Yo le respondí: "Licenciado, usted me da la mejor noticia de mi vida, pero siento decirle que no estoy completamente preparado para proceder de inmediato a provocar una revolución confra Zelaya, a causa de que mi tío don Alejandro Chamarra, el ahna fuerte del Partido Conser– vador, ha muería recientem.ente y yo no he es– fado en la zona apropiada para promover con los amigos del interior de Nicaragua un movi"

miento revolucionario. Necesito, pues, para ello, trasladarme a Costa Rica o Panamá, lle. var dinero para comprar algunos elementos de

guerra, y la promesa formal suya de auxiliar_ nos una vez que estemos en armas". A lo qUe él me coniesto: "La promesa la tiene formal y completa, y en cuanto a dinero, qué es lo qUe

necesita~" Entonces le dije: "Pagar mis deu. das contraídas aquí, unos diez mil pesos en 1TIoneda nacional, y diez mil dólares para com– prar armas y provisiones". El Presidente, en. fonces, me preguntó en dónde estaba hospeda– do y cuando le dí el nombre del Hotel, me dijo: "Mañana a las nueve de la mañana los tendrá usted".

Efectivamente, al siguiente día, a las nUe– ve de la mañana, enfraba al Gran Ho±el Un edecán del Presidente Estrada Cabrera, con dos sobres en la mano, preguntando por mí. Una vez que me identificó, me los entregó en nomo bre del Presidente. En uno de los sobres ha– bían diez lUil pesos de Guatemala, y en el afro diez mil dólares en giros, carias de crédito y travelers cheques, además de instrucciones y

claves y pasaporfes para mi esposa y para mí.

Esta actitud tan franca del Licenciado Es– ±rada Cabrera invité a mi primo Reinaldo Cha– morro a ir conmigo al pueblo de Santa Lucía Cotzumalguapa, donde había dejado a Laste– nia, para que me ayudara a preparar, lo má3

brevemente posible, mi salida de Guatemala para la República de Panamá, y efectivamente así lo hicimos.

A Lastenia le encantó la idea de viajar juntos y la posibilidad de que pronto volvería– mos a Nicaragua.

De regreso a la ciudad de Guatemala so– lamente estuve unos dos o tres días arreglando mis asuntos personales antes de emprender el viaje a Puerto Barrios, donde me embarcaría en un vapor que, tocando en Belice, iría des– pués a Cartagena y enseguida a Colón.

En Puerto Barrios tuvimos un ligero con– tratiempo que fue ocasionado por una cuestión de rutina. Sucedió que yo estaba viajando con nombre !Supuesto, naturalmente, y cuando ya estábamos a bordo, el Comandante del Puerto le hizo una consulta al Presidente Estrada Ca– brera, y éste, posiblemente, no entendió bien lo que el Comandante le informaba y entonces aquél quiso que me llamaran de a bordo para que yo le explicara, lo que yo hice a su entera satisfacción, y así todo quedó solucionado y

ya no tuvimos ningún otro tropiezo para salir de Puerío Barrios.

A la mañana del siguiente día que sali– mos de Puerto Barrios estábamos en Belice, que es una colonia inglesa en el corazón de Centro América, compuesta en su gran mayo– ría de gente de color. Los blancos allí son casi únicamente los ingleses empleados en las ofi·

cinas del gobierno y las compañías comercia les. La industria principal de esa colonia es la exportación de madera y chicle.

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