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Se recordará que antiguamente las ven– tanas del Palacio Nacional que daban a la ca– lle eran bastante bajas, especialmente las del salón de la esquina que da al Arzobispado y al frente de la casa que anteriormente se cono– cía corno la Casa Bárcenas, salón que era pre– eisarnenle el lugar donde tenía sus oficinas el Presidente Zelaya. Las ventanas bajas permi– tían con bastante facilidad saltar de la acera dentro de la oficina, apoyando las manos 'en la ventana y saltando dentro de la pieza en donde estaba el Presidente. Por otra parte, fuera del salón mismo, en una especie de pa– sadizo, habían unas bancas donde se acomo– daban unas treinta personas a esperar audien– cia. Tornando en consideración estos dos fac– tores, o sea el de las ventanas bajas por las que se podría saltar de afuera dentro de la oficina y el de poder estar un grupo de cons– piradores en el pasadizo de espera, al Presi– dente Zelaya no le quedaba aIra escapatoria que la de entregarse a sus captores.

En±raba también en el plan el poder tener gente en la casa de don Marcos Berrnúdez, que actualmente me parece ser la de nuestro ami– go don Adán Cárdenas donde apostaríamos airo grupo de gente armada de rifles y revól– veres para proteger a los captores contra cual– quier agresión de las fuerzas del Palacio. Pero qC?mo este plan estaba en combina– ción con el levantamiento del Gral. Reuling en La Mbmotombo, y se llegó a tener todo prepa– rado tan sólo de esperar la señal de que La Momotombo se había pronunciado, para noso– tros poner en ejecución el plan de la captura, en lugar de la señal convenida recibiInos el aviso "de que el Gobierno se había enterado por denuncia que le hizo el mismo General Reu– ling. Por consiguiente, a nosotros no nos que– dó otra cosa más que hacer que dispersarnos con la mayor calma, procurando no dar indicio alguno de lo que estábamos tramando.

A esa circunstancia se debió el que ningu– no de nosotros cayera preso, ni se hablara nun– ca del plan de secuestro que tuvimos prepara– do al General Zelaya.

La intervención de don Eulogio Cuadra y de don Procopio Pasos, padre de los dociores Ociavio y Guillermo Pasos Mon±iel, siguió ade– lan±e en todos los planes que se hicieron para derrocar a Zelaya, y la labor de ambos fue muy importante en el Partido Conservador. Además de los señores mencionados, de– bemos recordar a don Gustavo Alberto Argüe– 110, socio de la casa "Pedro Joaquín Chamarra e hijos", casado con una nieta de don Fruto Chamarra, padre de los brillantes dociores Ho– racio, Gustavo Adolfo y Felipe Argüello Bolaños y quien me prestó toda clase de servicios en mis andanzas revolucionarias y quien colaboró en distintas ocasiones con don Martín Benard en la colecta de fondos para el moviInien±o. De ninguna manera debo emitir aquí a don Pablo Cuadra Pasos, persona prominente

"...don Gustavo Alberto Argüello, quien me prestó toda

clase de servicios..."

que siempre figuró en los principales Conse– jos del Padido Conservador cuando habían de ±omarse grandes e iInportantes resoluciones, pues en el, buen criferio del señor Cuadra la sociedad de Granada tenía una fe ciega, corno la tuvo en el de don Pedro José Chamarra, hombre de carácter moderado y de juicio sere– no. Hasta las familias que tenían que diriInir dificultades hogareñas recurrían a ellos para que les ayudaran a solucionar sus problemas.

Todas estas personas que he mencionado merecen un puesto especial en el cuadro de honor del Partido Conservador, y seguramente los historiadores recogerán sus nombres en las páginas que escriban, así corno no omitirán tampoco a personas de esta ciudad de Mana– gua que corno Vicente y Miguel Alvarez Saba– 110s siempre estuvieron presente en las luchas armadas del Partido, corno también los señores don Salvador y don Alejandro Solórzano, sien– do éste último el que en 1910 ±omó el vapor "Managua" para ayudar a las fuerzas revolu– cionarias que de la Costa Atlán±ica se aproxi– maban a Managua, aunque lo abandonó un día antes de que éstas llegaran¡ y Salvador quien fue bárbaramente torturado.

Pero estoy adelantándome a sucesos que debo narrar después, por lo que creo que ya es tiempo de que continúe con 10 que ocurrió inmediatamente después de mi salida de Te– gucigalpa y posteriormente de la República de Honduras.

Después de llegar a la República de El Salvador, me detuve unos días en la ciudad de San Miguel para informarme con el General Alejandro Gómez, Jefe de la Zona de Oriente y Comandante Mili±ar del Departamento de

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