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« Previous Page Table of Contents Next Page »estaban resentidos y envidiosos porque aquella
empresa se estuviera llevando él; cabo por me:–
dio de un extraño y no por medIo de sus famI– liares, y hasta llegó uno de estos, a interrogar a don Francisco sobre la garanha que yo le había dado para estarme él supliendo tan fuer– íes sumas de dinero como las que estaba invir– tIendo, él respondió al instante, con nobleza que le agradezco aun ahora: "Ninguna, nada más que su nombre".
Mi vida en la ciudad de Comayagua irans– curda tranquila, pues generalmente sólo llega– ba a dormir a la ciudad, ya que todavía no había casa en qué habitar en la propiedad que estaba formando en los íerrenos y con el dine– ro del señor Cáceres, en mi calidad de socio industrial.
Nueslros planes eran que una vez recogi– do el producio de mis trabajos, pagaríamos de preferencia el capital inveríido y sus intereses,
'y la ganancia neta nos la repartiríamos por parías iguales, es decir, mi:tad para mí y mitad para el señor Cáceres o sus herederos en su caso, conforme al convenio privado y de pala– bra que snfre los dos habíamos hecho.
Los principales herederos del señor Cáce– res fueron: el dociar Paulina Nolasco, doña Margarita Avilés, casada can el señor'Francis– ca Obregón, ambos de Managua, y su hija, la senorila Pelronila Cáceres, la que fue educada en el Colegio de Señoritas de Granada de la señori:l:a Francisca Rivas, hija del notable hom– bre pú!:?lico, escritor, polero.ista y orador don Anselmo H. Rivas. Me cabe el orgulloso placer de 'c{)nslgnar en estas mis memorias, que a la muerte' de mi grande y exceleníe soci~, don Francisco Cáceres, todos los herederos CItados quedaron satisfechos al haber recibido, de mí,
en efecií'vo, la parte que le correspondla a ca– da uno de ellos, de conformidad con la volun– íado teSiameniaria de su padre, como lo atesií– gUan los documentos que aún conservo.
No se cual fue la causa por la que don Francisco se había retirado de la Secretaría Pri– vada del Presiden:te. Probablemente era ciería la que me daba a mí cuando me decía que lo había he<:;ho para descansa.r, pero qu~á tam– bién es posible que haya SIdo para ev1±arle ~
su amigo Bonilla, Presidente: de Hondur~s, dl– ficul±ades con Zelaya, PreSIdente .de NIcara– gua, ya que Cáceres era re~onocldo por su ideología conservador~, a<;lez:nas de que er~ <;fel dominio público que e]erCla mfluencIa deC:lslva en el ánimo del General don Manuel Bonilla.
Con él traslado del señor Cáceres de Tegu– dgalpaa. 'S::omayagua, anti~u~ capital ~e la República de Honduras, mI VIda cambIO un fardo porque entonces tenía y~ con quiet; coI?– p¡;lrfir sopré los asuntos J?oht~cos de mI palS. Además de las visitas ordmanas que yo le ha– cía, él por su paríe, me invitaba almorzar jun– tos los dOll'lingos. Recuerdo que a la mes,a no fal±aba üuéi botella de buen vmo, y despues de , los pt:>slres, que solían ser delicados, me decía
dehuen humorl "Al buencB±ador.despu&s'del
poi:l!re¡ vino", y me servía la ú1±ima copo.
Al iniCiar fonualmente' los :trabajos de construcción de casas en la hacienda que esta– ba formando, dispuse llamar de Nicaragua a mi esposa Lasfenia y a mi hermano Evarisfo Enríquez, junio con su esposa doña Matilde Bendaña, para que estableciéramos nuestros hogares en Honduras,. por lo menos mientras estuviera en el poder el General Zelaya.
Cuando mi esposa, y mi hermano con la suya, llegaron, a Honduras ya tenía yo cons– ±ruída la casa-hacienda, la que llamé "La Ilu– sión", pues soñaba con un porvenir mejor. En NiGaragua, llamó mucho la atención pública el nombre dado a la proJ?;Íedad, y por eso el escritor sa±írico Fernando Gareía,El Duende Rojo, escribió un artículo, ridiculizándome, que tituló: "La Ilusión perdida".
Mi vida siguió transcurriendo tranquila y no cambió sino hasta el año de 1907 en que el Presidente don Manuel Bonilla, viéndose ame– nazado por una invasión de las fuerzas del Gobierno del General Zelaya, me llamó con ur– gencia para que llegara a Tegucigalpa a tratar un asunto político de impodancia.
Llegado que hube a Tegucigalpa, la pri– mera persona a quien busqué para orientarme mejor sobre el llame.do del Presidente, fue mi , amigo don Francisco Cáceres, quien ya estaba, de nuevo, al lado de don Manuel Bonilla, aun– que sin puesto oficial pero con funGiones. de Ministro sin Cartera, o lo que vale decir, Mi– nistro General.
CáGeres me informó que la urgencia de mi llamada obedecía al femor que parecía inmi– nen±e la invasión del territorio hondureiío, pe– ro, pero que las cQsas iban a mejorar, aunque era preferible que me quedara yo en la Capi– tal, sin hacerme muy yisible, y que esperara un nuevo llamado del Presidente. PasadQs unos ocho días, me dijo d0.l?- Francisco que fa– do estaba tranq).;lilo, y que sería m.ejor que me fuera de regreso a Comayagua, para donq,e salí ese mismo día.
,En el camino iba meditando sobre las di– versas, noticias que circulaban en Tegucigalpa, entre ellas, la del que en caso de guerra entre Zelaya y Bonilla, éste llamaría a la emigra– ción nicaragüense. Sabía que mi nombre ha– bía sido barajado junto con el del Generel1 Anas±asio J. Oruz, padre del actual Coronel G.N. Anastasia Oriíz, y quien tenía por enfon– ces diez años de residir en Honduras, donde estaba muy bien relacionado. También se ru– moraba que él Presidente Bonilla había logra– do una alinza militar con el Gobierno de El Salvador y el de Costa Rica. Estos eran los tó– picos salientes del momen±? y s.obre ell?s m~
ditaba en la soledad y el SIlenCIO de m.1 carnI– na. y aunque parezca mentira lo que me ha– cía pensar más profundamente era la intimi– dad y el interés que en esos días de mi estan– cia en Tegucigalpa me mostró el Docíor don Salvador Mendiéta, Jefe del Unionismo Centro-
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