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NUESTRA CRISIS ECONOMICA

La crisis que agobia a Nicaragua no es solamente una crisis económica, es una crisis integ1'a1. Veinticin– co años de dictadura y dinastía han fraslornado y de– sajustado todas nuestras fonnas de vida, pensamiento y conducta. Hay crisis en la justicia y en la moral, en los hábitos y en las costumbres, en la conducta polill– ca y en la conducta económica.

Al referirnos, pues, de un modo concreto a la cri– sis económica, no se vaya a creer que estamos con– templando el panorama nicaragüense con visión uni– lateral o diminuta. Nuestra crisis es total y tiene su origen en una serie de factores inter-dependientes. Solfunente en razón de una división del trabajo es que se puede hablar, en fonná exclusiva, de la crisis eco– nómica.

Entendemos por crisis econ6mica, hablando el claro lenguaje del Dr. Hermann Max, un esfado pato– 16gico del país, en el que, debido a una reducción de la rentabilidad de las acfividades producforas, Be ha llegádo a la reducción de la producción misma, con su secuela trágica de desempleo y de miseria. Crisis, en el lenguaje del hombre c01'nún y corriente, significa bajos salarios, escasez o carestía de los artIculos de consumo, desempleo creciente, y al final del camino, el aullido aterrador del hambre. Antes de llegar a ese doloroso extremo es necesario que todas las personas capaces de sentir las angustias de la Patria, señalen con claridad y entereza las posibles causas de esa cri– sis, y las medidas, sencillas o heroicas, que puedan conjurarla.

A nuestro juicio, existen cuairo categorías de fac– fores o causas concomitantes de la dura crisis que su· frimos: factores polUicos, facfores sociales, faofores psicológicos y factores monetarios.

1 I Faclores políticos. E¡; sobradameme conocido el hecho de que ha existido y existe una honda y cró– nica inestabilidad política en Nicaragua: nuestra his– toria contemporánea presenta una cadena ininterrum– pida de golpes de Estado, rebeliones, Consejos de Guerra, invasiones, aefos ferroristas, prisiones polUicas, nluertes violentas, exilados y asilados, etc., etc. No vamos a investigar aquí la causa de esos he– chos infortunados ni a señalar a los responsables de los mismos. Solamente afinnamos, con estricta justi. cia, que los nicaragüenses estamos produciendo el am– biente menos apropiado para inspirar confianza en el inversionista, tamo nacional como extranjero. Ahora bien, un país sub-desarrollado como el nuestro no pue– de salir de su estancamiento económico sin una vigo– rosa inyección de capital, ya sea propio o foráneo. En épocas de crisis cornO la que estarnos atrave– sando, no sólo se disminuye o anula la inversión, sino que la desconfianza general produce un fenómeno que podríamos llamar la anti-inversi6n, o sea la preferen– cia por el dinero contante y sonante. "El aumento de la preferencia de liquidez, -dice el profesor Dudley Dillard- al conducir a una brusca elevaci6n del tipo del interés, coniribuye a una mayor disminución de la inversión y hace incontenible el hundimienfo".

III li'ac!oI'Cs sociales. La dictadura del viejo So– moza di6 a Nicaragua unos años de aparente bonan– za, lejanos y olvidados, cuando se lanzó por las pláci– das rufas de un proceso inflacionario. Es cierto que hubo dinero, que hubo irabajo, que se creó. inclusive, alguna riqueza, pero todo ello a costa de la más irri– tante injusticia social. "La inflación, dice el economis– ta airás citado, arrebata riqueza a algunas personas y la pone en lTtanos de otras, sin tener en cuenta las máxíi-nas de equidad social".

Haciendo un balance de los últimos veinticinco años, encomrarnos que en Nicaragua los ricos se han hecho más ricos, pero, desgraciadalTtente, fambién los pobres se han vuelto más pobres. El espectáculo de esa injusta distribución de la riqueza nos hace recor– dar aquellas sabias palabras del Papa Pío XI en su encíclica Cuadragésimo Annol "Cualquier persona sensata ve cuan grave daño trae consigo la actual distribución de bienes por el enorme contraste entre unos pocos riquísimos y los innumerables pobres".

III! I'aclol'es psicológicos. Dos estados de áni· 1no contrapuestos, el optimismo y el pesimismo, tie– nen una influencia preponderante en la preparación y el desarrollo de una crisis. En las épocas de bonan– za, los consumidores se dedican a comprar a manos llenas, temerosos tal vez de un aumento posterior de los precios. Todos sabernos, por observación propia o ajena, el inlTtenso halago de especular que se mani– festó hace algunos años, cuando se procedió a invertir a tontas y a locas, sin valorar el rendimiento futuro de los capitales y sólo en espera optimista de ganan– cias sustanciosas.

En las épocas de baja, un pesimislTto arrollador sustituye al antiguo optimismo. Entonces se quiere vender a todo france, por temor a nuevas disminucio– nes en los precios. "Es propio de los mercados de inversión organizados, dice Lord Keynes, que cuando el desencamo se cierne sobre uno demasiado optimis– ta y con demanda sobrecargada, se derrumban con fuerza violenta y aún catastrófica".

IV) Faclores moncSall'ios. Dicen algunos econo– 1nistas que al final de una época de inflación se es más juicioso que anfes. Entre nosotros no ha ocurri– do así. El globo expansionista de los buenos tiempos no pudo elevarse indefinidamente y lo detuvo el fe– cho de nuestras propias limitaciones. Nuestras autori– dades económicas no han tenido la entereza ni la humildad de reconocerlo así. Cuando se sintió la ne– cesidad de estabilizar nuestro córdoba enfermo, el orgulloso prestigio de un gobierno autocráfico exigió mantener el córdoba en su valor de otros tiempos, y se repudió con escándalo una estabilización a base de su fuerza real adquisitiva.

En estos últimos años hemos asistido a un sábado samo de nuestra economía: la triste procesión de la desandada de los pasos. Se ha pretendido revaluar el córdoba combatiendo los efectos de la inflación con una polüica de deflacióJl, Q sea mediante una contrae:-

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