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Cuentan las crónicas de esta vieja Sultana del Gran Lago que allá, en un día no se sabe de qué año, unas lavanderas que estaban en la costa de nuestro lago, vie· ron venir una caja que flotaba entre las aguas, sin huno dirse como si estuviese vacía.

El hecho debe haber ocurrido por los años de 1752. La fecha podría fijarse entre los siglos XV'" y principios del XVIII. Lo cierto es que mientras las mujeres estaban lavando, de pronto, apareció junto a ellas una caja de madera la que, al quererla traer hacia la orilla, se ale. jaba lago adentro.

Intrigadas aquellos lavanderas fueron a contarle a los frailes del convento de San Francisco lo que habían visto con sus propios oios, para que con sus exorcismos conjuraran aquello al parecer diabólico.

Provistos los frailes de hisopos, y llevando el cor– dón de nuestro Padre San Francisco bien sujeto a la cin– tura, salieron los Padres del Convento seguidos por aque– llas sencillas lavanderas que los condujeron al lugar de la playa donde habían visto flotar la caja la que se de· jó sujetar por los frailes con los cordones que amarra– dos a sus cinturas llevaban, y con suma facilidad, d6cil· mente, fUe arrastrada a la orilla.

Llevado a tiet ra el misterioso objeto, y abierto por los intrigados frailes ayudados por algunos varones que se habían agregado al grupo, estos contemplaron, asom– brados, que el cajón contenía una imamgen de la Vir– gen, primorosamente tallada en madera, teniendo en sus brazos al niño Jesús y con la luna por escabel a sus pies. Nunca se ha podido saber el motivo de la presen– cia de esta imagen en las costas de Granada, aunque es posible colegir que fuera el resto de un naufragio y que la$ corrientes con vientos del Este arrastraron por el río San Juan o el Desaguadero, hasta Granada.

Los franciscanos dieron cuenta del hallazgo al Cu– ra de la ciudad y a los capitulares, o quizá al señor Obis– po que residía de ordinario más tiempo en Granada que en su Sede por raz6n de haber aquí más número de fa– milias españolas y por la facilidad de (a comunicación marítima. Es10s decidieron que la imagen fuera venera– da en la iglesia parroquial y que, como trafa fa media luna, debía ser llamada la Concepción de María. (Toda– vía no estaba definida como digna de fe el misterio de

su pura Concepción; pero los pueblos cristianos, por ins– tinto, lo tenían como norma de fe).

El Castillo de la Concepción se llamaba la fortaleza sobre el do San Juan que libró a Granada, más de una vez, de ser destruída y saqueada por los piratas ingle– ses. Esa devoci6n tan extendida en España y sus co– lonias, debe haber influido para invocar a la imagen en– contrada con el título de Nuestra Señora de Concepción.

Muchos han pretendido que no representa a la pu· ra doncella de Nazareth nacida exenta de la culpa ori· ginal, y se la figuran saliendo del seno del Eterno, entre nubes y ángeles, como la ideó Murillo. Pero tan pura es cuando salió de las manos del Señor, como cuando, conforme se lo anunció el Angel, sería Madre del Sal– vador y Madre de los pecadores.

No se opone a que la llamemos Inmaculada, ya sea que se la represente con sus manos juntas y su mirada al cielo, como teniendo a su Hiio en sus brazos, empu– ñando el cetro como reina de cielos y tierra, circundada de un halo de luz, como signo de su maternidad divina, juntada a su naturale?:a humana. Porque es criatura co– mo nosotros, pero concebida sin mancha de pecado ori– ginal, porque no podía estar ni un sólo instante bajo el poder del demonio la que habla de ser madre del Re– dentor, corredentora del género humano y Abogada y Au– xilio de los cristianos. Por esa época aún no se había fijado por el arte iconográfico cristiano el tipo de ima– gen que representase a la Virgen María en el Misterio úe su Pura Concepción, y los franciscanos habían adop– tado un modelo que es al que se acomoda la Virgen de Granada. Misterio que por otl a parte todavía no había sido definido como dogma de nuestra fe y los te610gos disputaban sobre la primacía de María y acelca de su mayor o menol contribución en el Plan Divino de la Re· dención, imaginándosela cada artista al modo que me– jor se ajustaba a su inspiración.

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