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PE ARCHIVOS PARTICULA~ES

Managua, 29 de Octubre de 1,931.

Señor Dr. don J. Bárcenas Meneses, Granada.

Mi estimado amigo:

¡Qué debo hacer! Tengo que doblegarme ante las exigencias de un amigo tan bueno y

bondadoso como Ud. Allí van por escrito mis recuerdos de los últimos sucesos de la acción de la

Cuesta, pero limitados a los que yo ví o me fueron referidos por personas dignas de crédito.

El Gral. salvadoreño don Manuel Rivas había quedado oqJpando sus posiciones después que el ejército del Gobierno huyó a la desbandada, y los revolucionarios derrotados se ponían en camino para León. El había visto con ánimo sereno todo lo que estaba pasando, y se imaginaba,

según me lo dijo, que talvez los Jefes conservadores, cuando se dieran cuenta de los sucesos,

tomarían con el ejército a ocupar las trincheras abandonadas. Por eso, cuando un ayudante del General en Jefe le comunicó la orden de concentrarse a Managua, contestó, más o menos, en los siguientes términos:

"Diga Ud. al señor Gral. en Jefe, que aquí no queda enemigo a lo vista; y que yo no me

concentraré mientras él no me lo ordene por escrito".

Esa arqen fue dada, pero según nii criterio; el Gral. Rivas no se había dado cuenta de la situación. Ni los Jefes conservadores, ni nadie, habrían podido contener la desbandada del ejér– cito. Acometer semejante empresa habría sido como trotar de impedir que se precipitaran en

un recial las aguas de un caudaloso río.

Los sucesos de La Cuesta causarían risa, sino hubieran costado muchas lágrimas y mu–

cha sangre.

Se pelea duramente; y después arribos ejércitos combatientes salen en precipitada fuga, huyendo el uno del otro

El ejército del Gobierno e~taba triunfante; pero caen en medio de él unas granadas lan– zadas por los vapores; y los soldqdos que estaban cerca huyen, al hacer éstas explosión; y los

demás allá huyen siguiendo a los primeros; los otros adelante huyen siguiendo a los segundos;

y luego el instinto de conservación en su forma defensiva, el miedo en el grado más alto se apo– dera de los soldados, y todos huyen disparando sus rifles como para darse valor. Nado de sin– gular hoy en todo eso. No había dicho don Ascensión Rivas "no tenemos ejército"?

y mientras ocurrían estas cosas, donde está el General en Jefe, que no supo evitarlo?

Se hallaba "picando la retaguardia" al enemigo. Bien pudimos entonces decir de Avilés lo que Aníbal dijo al contemplar el cadáver de Marcelo: "Valiente soldado, pero mal general".

Conviene que paremos por un momento nuestra atención sobre dos puntos muy impor-

tantes.

10. Al Gral. don Hipólito Saballos, que ocupaba el cerro de Motastepe con 600 hom. bres, se le ordenó durante la batalla que atacara el flanco derecho del enemigo, y no lo hizo.

Si hubiera cumplido esa orden, el triunfo del Gobierno se habría conseguido desde muy tempra– no, IY los vapores, en vez de venir a bombardear La Cuesta, habrían tenido que dedicarse a proteger a los fugitivos.

20. Parte del ejército desbandado penetró en Managua en un estado amenazante, los soldados sin obedecer a Jefe ninguno, iban por la calles vociferando y disparando rifles, como si se hubieran impuesto la obligación de acabar con el parque que llevaban en sus saquetes. Cual– quiera que en aquellos momentos hubiese llegado a Managua, habría creído que en las calles se

está librando una batalla. Y sin embargo, a pesar del relajamiento de la disciplina, no se aten–

contra la vida de nadie, ni fue saqueado ningún establecimiento de comercio.

Yo pregunto a los hombres públicos de la actualidad: Podría repetirse hoy un hecho se– mejante? qué ha sido de aquel pueblo educado al calor de una paz octaviana en las luchas del trabajo, en el amor fraternal y el respeto a la propiedad? Qué se hicieron aquellos ilustres pa– tricios que no tuvieron otra ambición que el engrandecimiento y prosperidad de la patria, habien– do alguno que, siendo Presidente de la República renunciara sus honorarios en favor de estable– cimientos de beneficencia, y otro que ascendió pobre al poder y descendió más pobre todavía?

Me parece leer en los labios de Ud., amigo Bárcenas, la siguiente contestación:

"Esos fueron vencidos en La Cuesta. Su misnia impericia para dirigir una batalla, habla

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