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NACIENCIA

110 de los polluelos. Los temblores ge tierra, sobre todo los de tipo oscilatorio, son causa de esta perturba– ción.

En los animales, sobre todo en el barraca (cerdo completo), recién castrado, la última eyaculación en có– pula, el último resto de sus vesículas sem ¡nales, puede haber procreación, pero las crías nacen movidas, es de– cir, con escasas vitalidad que apenas pueden detenerse en pie.

En el concepto técnico, el movido seda en el ser hu– mano, un retardo mental, el idiotismo, el mixedema, la hidrocefalía, etc.

Existen personas megalocefálicas o hidrocefálicas, que mas bien lejos de ser inservibles, poseen un correc· to estado mental y hasta un fuerte juicio deductivo (sa¡u rines). Pero son casos excepcionales.

MURRUCO MUSUCO

Murruco, es el pelo negro, muy corto y fuertemente rizado. Es muy propio de la raza negra africana (pelo pimienta del negro negroide).

Naéiencia, de naciencia, de naClon, de nacimiento, Son sinónimos y se refieren a las personas que nacieron con un defectos físico y aún ciertos defectos también en el carácter o modo de proceder de un individuo a veces considerados como cualidades. En ambos casos, son co– bijados Iba¡o los mismos términos arriba mencionados; vienen con el nacimiento, sea de un modo casual me– diante una perturbación en el desarrollo somático, afec– tando a un grupo celular del tejido embrionario, sea un factor heredencial. En este último caso, el vulgo lo men– ciona como un espécimen "semejante"o "idéntico" a un miembro de la familia, su padre, su madre, su abuelo u otro pariente.

En la raza indígena, aún en nuestros días rechazan la corrección posible de un defecto físico, a pesar de los halagos, métodos persuasivos del cura y ofrecimientos gratuitos del cirujano. La contestación negativa es siem– pre una frase que dice: "Lo que Dios puso en nuestro

cuerpo, no se debe quitar". No se teme a la operaci6n, sino a Dios.

A propósito, mencionaré tres casos relacionados 11

esto.

En el año de 1941 una muchacha agraciada y de mejores líneas físicas que las de su propia raza, llegó al Hospital de Granáda, procedente de un lugar de Chon– tales, padeciendo de graves desórdenes digestivos, de– bido en gran parte a una profunda infestación parasita– ria. A parte de tal dolencia, la joven tenía una tercera mano, un poco más pequeña qué las otras dos. norma– les y colgaba del borde cubital del antebrazo derecho, en su tercio inferior. Esta enferma era una magnífica zurda, era lógico que por dos razones se explidiba los preferidos movimientos de su izquierda.

Cuando ella restableció, prosiguieron coh mas te– nacidad los trabajos de persuación de casi todo el per– sonal del Hospital (médicos, practicantes, hermanas ¡ose 4

finas y hasta sus vecinas de cama). La joven resistió bas– tante tiempo, pero cierto día, resolvi6 someterse a la amputación de su exésa mano, pero su resolución po– sitiva, estaba salpicada de temor.

Cuando sus padres vCllvieron a verla en el Hospital, la encontraron operada; sin duda alguna, era una mujér mas hermosa, sin defecto y sin complejo, pero éllos, le' jos de notar la diferencia son satisfacción, con regocijo, se enojaron fuertemente contra la desgraciada mucha– cha y la hicieron responsable de una inminente desgracia en la familia por castigo divino. Da la casualidad que a las pocas semanas, el único hiio varón habra sidó arras– trado por un brioso caballo, pereciendo. Era el úníco her– mano varón de la desdichada joven puesta a prueba d~

culpa por un fanatismo t~adicional. El joven fue arras' trado por un caballo chúcaro y mostrenco. Lo arrastró el destino trágico, a pesar de haber sido un buen jineté como todo chontaleño.

La muchacha de este relato, se apegó tarta al cri– terio de su raza, inculpándose también con lI<j1ntos y la. mentas, hastá que muri6 de pena moral, segón dijeron. Ella murió por causa de un privitismo cruel y apasiona, do.

Otra vez, llegó a mi despacho un enfermito, pro– cedente de las faldas del legendario Mqmbacho, pade– ciendo de fiebres palúdicas, aparte de eso, el niño te· nía seis dedos en cada mano. Los padres del niño, gente de cabaña se negaron a la corrección o mejor dicho, a la amputación de los dedos supernumerarios, porque te-mían al castigo de Dios. '

y otra vez, un adolescente bien conocido mío, chis· piante y enamoradizo, nació con dos excrecencias, una a cada lado, simétricamente a nivel de cada trágus auri· cular, midiendo aproximadamente cada una como un centímetro y medio de largo y con pedículos de medio centfimetro de ancho. El joven no permiti6 la extirpación de tales excrecencias, expresando "que aunque fuese despreciado por las hembras, no se suprimía sus chichi· tas, pues ya me lo han dicho, que tengo condición dé cabro". No sé si mas tarde llegó a resolverse.

Al correr del tiempo, va desapareciendo ese temor al castigo divino cuando se trata de la supresión posi– ble de un defecto físico de naciencia o dEl naci6n. Ya se le ceden los casos a la Cirugía Plástica.

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