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Moyogalpa, todo el material de guerra que te– níamos así como las provisiones y todo aque– llo qUe 'nos podía ser útil en la nueva campaña que emprenderíamo~. Cuando y~ todo estaba listo en el puerto, d:unos orde!}. de que se car– garan las embarcaciones grandes que estaban ancladas, para que unas por sus propias velas y otras a remolque del 93 nos trasladaran esa misma noche a las costas de Chontales.

La precipüación del alistanriento, y deso– cupad6n de la Isla en el menor tiempo posi– ble hizo que no nos fijáramos en que esas embarcaciones estaban ancladas en aguas muy secas, y que con la carga que se les esta– ba poniendo iban ya a tocar tierra, como efec– tivamente sucedió.

Ya listas y puestas las embarcaciones a remolque del 93 dimos orden de emprender la marcha y entonces result6 lo imprevisto: que todas las e:mbarcaciones estaban varadas, y fue imposible al 93 el :moverlas.

Es necesario haber estado allí para darse cuenta exacta del desaliento que aquella desa– forfunada maniobra produjo en nosotros. Con– sideramos que no era posible emprender de nuevo el descargue de las embardaciones para repetir la operaci6n en aguas más profundas para que de allí pudiera el 93 llevarlas a re– molque hasta Chontales, porque ya la noche estaba muy avanzada cuando esto sucedía y porque temíamos, con sobrada raz6n, que si amanecíamos allí, concentrados en la costa, vendrían los vapores y darían buena cuenta de todos nosotros.

A estas consideraciones se debi6 el que abandonáramos el intento de continuar la re– volución en Chontales y -diéramos la orden de desembarcar y tomar cada cual sus pertenen– cias para irse donde se consideraran que po– dían estar :más seguros de no caer en manos de las fuerzas enemigas que seguramente lle– garían a la Isla a la mañana siguiente. Hici– mos entonces ver a las tropas que tomábamos esa resoluci6n, no porque nos consideráramos inferiores a las fuerzas del Gobierno sino por– que aun triunfando sobre ellas, una y otra vez, siempre quedaríamos circunscritos a la Isla de Ometepe.

Pido a mis lectores me permifan manifes– tarles que sienio una como dolorosa impresi6n aun en estos momentos en que escribo el epí– logo de aquella revolución que principara con siete rev61veres y que llegó a considerarse, no sólo por nosotros mismos, sino por voceros del Gobierno de Zelaya, como la revolución que había puesto en mayores peligros al régimen del Dictador. Si he querido narrar hasta en sus más pequeños detalles todo lo sucedido, es para mejor ilustrar a la juventud que alguna vez oiga mencionar lo que se conoce como LA REVOLUCION DEL LAGO, para que sepa lo que puede ser capaz el Departamento más pacífico fel país, cuando se entroniza un Dictador en

El. República.

Hecho, pues, el des~mbarque y el despido

de las tropas, y cuando ya habían salido casi todos para los distintos lugares de la Isla, un grupo de oficiales que había quedado con mi fío Alejandro y yo, emprendimos la marcha en busca de un refugio en aquella i!;lla que casi por dos meses nos había dado el más entusias– ta apoyo en sus poblaciones de Alta Gracia y Moyogalpa.

Rivalizaban en su cooperaci6n y simpatía para con la Revolución las familias Matin, s'a– ballos, Viales, Cantón, Angulo, Arcia y tantas otras que no es posible enumerar. Todas fue– ron de gran valimiento pata. nosotros.

Creo que éramos en total 22 los que nos retirábamos juntos cuando ya el clarín del Ge– neral Salvador Tole.do, guatemalteco, tocaba a fonnación en el puerto después del desembar– que.

A poco de andar se detuvo mi tío Alejan– dro y :me dijo: "Emi~iano, creo que si en estos montes caernos en manos del Coronel Vergara, nadie va a dar cuenta de nosotros. Quizás por eso sería mejor presentarnos al General Tole– do, que es un hombre civilizado y qu~ estoy seguro no cómetería un asesinato con nosp– tros".

Mi espíritu rebelde seguía intacto a pesar de la tragedia que habíamos sufrido con la pérdida del Victoria, y a la insinuación de mi tío, dije: "Si usted piensa que se puede encon– trar garantías con el General Toledo, presén– tese usted y todos lo!;! que así lo deseen. Lo que soy yo, no me presento. De responde este rifle qUe llevo terciado al hombro' ' ' . -"No, Emiliano, me contestó mi tío Alejan– dro, "yo hago lo que tú resuelvas. Solamen-te hacía una observación". . , Después de ese incidente, continuamos ~a

marcha y el baquiano que nos conducía nos llevó a una hondonada muy fresca, llena de cordoncillo, una planta olorosa, y de gran ar– boleda de la que pendían muchos bejucos.

A ese pu~to_ llegarnos alrededor de medio– día. No llevábamos provisiones, pues había– mos salido sin otra cosa que nuestras armas. La falfa de provisiones era para nosotros cosa grave, y en vista de eso in.viié a uno de mis compañeros para que fuéramos a recorrer los alrededores para tratar de enC9níl."ar alguna familia conocida que nos pudiera proveer q,e alimentos. Naturalmente el recorrido lo ha–

cíamos con muchas precauciones, procurando no dejar huellas de calzado en los cami~os

para lo cual caminábamos entre los montes. Después de dos horas de caminar infructuo– samente volvimos al campamento, decaídos, por no poder resolver aun el proble:ma de la alimentaci6n. El problema del abastecimien– to de agua lo teníamos resuelto en el campa– mento mismo en que nos hallábamos porque aquel bejuco que colgaba de los árboles, eS– faba lleno de abundante savia, y coriando tro– zos de él nos servían como vasos lleno de agua, y así nos quitábamos la sed.

Después de un buen rato de haber des-

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