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« Previous Page Table of Contents Next Page »y ahora que rnencio?o es1e e.c~o genero~o
del Capitán Zamora, qUIero tambIén mencIo– nar airo suceso no menos digno de alabanza, corno fue el q~e me sucedió en otra ocasión con un soldado que pasaba a la orilla d~l cerco de piedra del corral de don Agusfin Miranda, donde me enconiraba recibiendo un ganado que al d~a siguienfe mandaría a vender a Ma– nagua. Sucedía que regresaba una escolia de buscarme por las montañas de Miragua. Los soldados venían cansados y un poco desorga– nizados, y éste que pasaba de los primeros, vió que había genie en el corral, me reconoció y llamándome, me dijo: "Váyase inmediata– mente, pues venirnos de buscarlo por todas las montañas, y si lo ve mi jefe va a apresarlo". Casi sin Hempo para darle las gracias "cogí la breña" y no me volví a aparecer en la pobla– ción sino .hasta que la ~scolta se había ido del lugar.
Para cumplir con mi prornesa al Capitán Zamora, después del entierro de don Evaristo no regresé ya del Cernenierio a la población, pues pensaba que los amigos de Juigalpa ha– bían despachado ya al baqueano para llevar– me, conforme lo teníamos arreglado.
Corno decía, el 18 de Mayo, rnuy"de rna– ñana, llegó Rafael Suárez a Comalapa. El era el baqueano que me conduciría a Juigalpa. En casa de don Ceferino Enríquez, mi suegro, donde ya lo esperaba yo, después que desayu– nó, rnontamos y seguimos para Juigalpa con– duciéndonos por senderos extraviados donde no había peligro de ser visios por ninguna escolia. Ya en Juigalpa me condujo a una ca– siia que estaba desocupada y que quedaba un poquito fuera del núcleo de la población y de la cual él fenía las llaves. Me alojé allí y él se fue para la población a llamar a los amigos quienes fueron llegando uno a uno, hasia que nos reunimos todos, los mismos que habíamos estado en la quebrada de Santa Juana; hici– mos una revisión general de la situación y de las posibilidades de éxito en el plan revolucio– nario, si se lograba introducir la confusión en el mando de las autoridades juigalpinas.
De los informes que obtuve de mis com– pañeros saqué en claro gue ellos no ienían realmenie nada preparado, ninguna combina– ción con el cuariel. ninguna gente especial preparada para el asalio que iba a efeciuarse. Entonces nos pusimos a hacer una lisia de las personas que podrían acompañarnos, a seña– lar la casa donde nos reuniríamos y a revisar los dernás deialles necesarios para la inmedia– ta ejecución de nuestros planes.
Mis cornpañeros se fueron y no supe rnás de ellos sino hasta corno a las cuairo de la tar– de, hora en que me mandaron avisar que el Gobierno ya tenía conocimiento de lo que se tramaba. El Gral. Zelaya había ordenado re– clutar ochenta hombres inrnediafamente y re– forzar con ellos el Cuartel de Juigalpa.
Cómo se dió cuenta Zelaya de nuestros
planes~ La respuesta es muy sencilla. Teco– losiote era entonces el puesio de telégrafos descle donde nasoiros cogíamos todas las no– ticias del Gobierno, y ésta óficina estaba ins– falada en una propiedad, donde sin nosoiros saberlo, cometimos algunas indiscreciones.
A las seis de la tarde de ese mismo día re– cibí noticias de que el Gobierno había recluta– do ya los ochenta hombres y de haber sido reforzado el cuartel con ese número, mas al misrno tiempo ob:tuvo la grata inforznación de que uno de los oficiales había promefido de– jarnos esa noche la pueda del cuadel sin fran– cas ni cerrojos, es decir, que con un fuerie em– pujón que le diéramos, podría abrirse. Tam– bién me dieron la noticia de que ya se estaba alisiando la genie nuestra, y que unos amigos llegl:;l.rían de La Libedad y estarían en Juigalpa como a las nueve de la noche, hora en que 11e– gar-ían por mí para llevarme al centro de la ciuclad. ,
. Efec:tivamente, entre las nueve y las diez de la noche llegaron los amigos con quienes había estado en la quebrada de Santa Juana para llevarme a una casa donde se estaban reuniendo, que era la de don Arsenío Cruz, ca– sa que queda a una cuadra al poniente de la de don David Báez, contigua al cuartel. A las once estábarnos reunidos todos los que esa mis– ma noche llevaríamos a cabo el asa1±o. Allí esfaba el coniigente de La Liber±ad con el va– lienfe José Miguel Usaga a la cabeza. Los otros eran
I Dámaso Espinosa, Santiago Leiva, de Managua, José Francisco Cruz Hurtado, Wen– ceslao Ocón, Juan Eligio Obando, José Benito Zelaya, Manuel J. Morales, Virgilio Molina, Ceferino Enríquez, Nicolás Flores, Manuel Sán– digo, José Dolores Pérez, Sinforoso Balladares, y algunos otros compañeros que me han de perdonar la involuntaria omisión. Eramos en total veintidós.
De los 22 hombres sólo siete ieníamos re– vólver, y para los demás se tuvo que mandar a fraer machetes Collins a la tienda de don Dolores Morales. Es digno de mención que en– tre lds pocos que allí estábamos se encontraba el Licenciado Juan Eligio Obando, armado de su revólver. Este señor era ya de avanzada edad y me esforcé con él para que no tornara parte en el asalto y para que me entregara su revólver para dárselo a ofro. El, después de muchos negativas, consintió en entregarme BU
arma y dió la promesa de no ir con nosofros, promesa que no cumplió p1,les nos acompañ6 en el asaBa.
Ya para salir y dirigirpos al cuartel nos organizarnos de dos en dos. Yo me puse a la cabeza junto con Usaga y caminamos lenta– mente, procurando que nuestras pisadas no se oyeran en la quietud de la noche, hasta llegar al frente del Cuariel, a cuya pueda le dimos un fuerte empuj6n. Mas la puerta no cedió. Pensé que el Oficial nos había engañado, pero
nosof~os íbamos provistos de hachas y barras para derribar la puerta, en caso necesario. An-
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