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« Previous Page Table of Contents Next Page »lEipa cumpliendo con todas ~as instn':l<~cionea
dada,s, tomando las precaUCIones debIdas y demás medidas indicadas. Coincidía exacta– mente ese día con la fecha que le había indi– cado al general don Joaquín Z,avala por medio de don Anselmo H. Rivas en aquella nuestra última reunión en Granada.
Una vez llegado a Juigalpa me llevaron a hospedanne a una casita solitaria que que– daba en "El Corralillo" una altura frente a.la ciudad, al Poniente. Luego que Suárez me de– jó instalado, se fue en busca de los señores arriba mencionados, quienes llegaron poco después a la casa. Allí conversamos sobre todo lo ocurrido en los pocos días transcurridos des– de que nos habíamos reunido en SANTA JUA– NA, revisamos el plan de la torna de Juigalpa¡ calculamos la hora en que llegaría mi hennEi– no Evaristo Enríquez con los treinta rifles ql,le don Alejandro Chan-torro me había ofrecido. entregar en la Costa del Lago de Granada. D~
la infonnación que me dieron no aparecía nin– guna indicación de que el Gobierno pudiera estar en conocimiento de que se iba a verificar un movimienio revolucionario. Esto era en la mañana del 19 de Mayo de 1903.
An±es de seguir adelante o mejor dicho antes de iniciar el movimiento de esa fecha que broió como espontáneo en el Departamen– ±o de Chon±ales, he de pern-titirme referir una anécdota que he juzgado de gran significa– ción, porque enseña de lo que es capaz el cora– zón del hon-tbre ante los dolores de la huma– nidad. Ese caso es el del Capitán Salomé Zamora, quien era jefe de una fuerza militar que andaba en persecusión mía de orden del Comandante Departamenial don Dionisia Bé-ez, para que me capturara, "a como diera lugar". El Capitán Zamora había estado anterionnente a regisirar el pueblo en busca mía y de allí se ha,bía ido, siempre persiguiéndome, a recorrer la jurisdicción y las montaña!,> de Comalapa, pero no encontrándome en ninguna parte re– gresaba nuevamente a la población. Mieniras tanio sucedió que ese día de su regreso había amanecido mi "Tata" Evaristo, esposo de mi
madre, en un esiado gravísimo, por lo que ella, que sabía el lugar donde yo me encontraba, dispuso mandarme a llamar. Con el mismo mensajero me fuí al pueblo, entré a casa de Las±enia, mi esposa, para saludarla y tranqui– lizarla respecto a mi estadía en la casa de mi mamá, donde esiaría muy vigilanie para evi– tt::l-r cualquier dificultacl con la autoridad. Lle– gué a la casa de mi mamá y efectivamente la encontré llorando y a mi Tata don Evarisio en Un completo estado comatoso, aparentemente ya no conocía a nadie, ni podía hablar, ni dar ninguna señal de vida¡ su cuerpo estaba pa~
ralizado a causa de un fuerte ataque nefrítico.· Poco rato después de haber llegado yo a la casa, vino una chiquita corriendo, que manda– ba n-ti esposa, para avisanne que el Capitán Zamora estaba en ese rnomento entrando a la Población. Tanto mi ma.má COrnO las otras
personas que oyeron el relato de la niñita me instaban para que huyera, que saliera por el patio y cogiera el monie anies que los solda– dos me vieran, pero yo me resistí a toda insi– nuación y formulé en n-ti menie oiro plan que esiaba más de acuerdo con el esfado de ánimo que ya he descrito. Requerí n-ti revólver que llevaba en la bolsa derecha del pantalón y me asomé a la ventana para ver si Zamora venía siempre en dirección de la casa, pero precisa– mente me asomé cuando doblaba otra calle y sus soldados, como en número de quince, es– taban subiendo a lo alio del corredor de la casa de don Ricardo Alvarez. Inmediatamenie después ví a don Ricardo, dueño de la casa ofrecer un asiento al Capifán Zamora y tomar otro él para sentarse, arrecos±ándolo a uno de los lados de la pueda, Zamora arrecostó el su– yo al otro lado. Después que ví toda aquella maniobra, salí de mi casa para donde ellos esiaban con la mano dentro del bolsillo empu– ñando bien mi revólver Smifh-Wesson, Cal. 38. Zamora estaba de espaldas, en cambio el Sr. Alvarez permanecía de frente¡ pero de éste yo estaba seguro que no diría nada a Zamora porque éramos muy buenos amigos. Al llegar donde estaban sentados Zamora y Alvarez, sin darles liempo de incorporarse, dije: "Capitán Za.mora, hágame favor de pennitirme", y pasé en medio de los dos para el interior de la casa. El respondió: "Con mucho gusto",levantándo– se y siguiendo tras de mí hasta el traspafio donde me detuvo porque allí estábamos sepa– rados de los soldados, y lo que habláramos no sería escuchado por ellos, ni por alguna aira persona.
Sin fonnalismo alguno, mas con la ma– no siempre en el bolsillo y empuñando mi revólver, le manifesté que conocía las instruc~
ciones que tenía del Comandante Departamen– fal para capturanne y que por eso había re– suelto hablarle para hacerle saber la situación dificilísima que me encontraba con el esposo de mi madre al borde de la sepultura, ya en– trado en coma, y mi madre en un estado de desesperación por la inminente muerte de su esposo, sin nadie que le ayudara a sosienerla en aquel difícil trance; que a mi "Tata" Eva– risto y a mi m.adre yo era deudor de los gran– des sacrificios que habían hecho por mí; que por eso llegaba para pedirle que saliera con sus soldados fuera de la población para que me dejara con toda libertad cumplir con mi deber para con mis padres. Todas estas últi– mas palabras sentía yo mismo que las estaba pronunciando con un acento, no de amenaza, pero sí de profunda sinceridad, y además indi~
cando: "Aquí abajo tengo mi revólver". Sea COmo fuere, el hecho fue que yo mismo me re– sistía a dar crédito a n-tis oídos, cuando con toda calma el Capitán Zamora me dijo: "Den– ira de dos horas saldré de la población, pero antes iré a visitar a su mamá y a don Evaristo, de quienes soy' amigo. Váyase a la casa y no se deje ver cuando yo llegue". Así lo hice.
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