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« Previous Page Table of Contents Next Page »Como estaba previsto, el ataque de los revolucionarios no se hizo esperar, y la batalla se
empeñó en toda la línea al amanecer el d{a 25 de julio. Don Pedro José Chamarra montó su
caballo y salió para la línea de fuego: las descargas de los rifles y el estampido del cañón ejer– cían sobre su alma ardiente atractivo irresistible.
He aquí una circunstancia que a todos l/amó la atención: los Generales Managuas ha– bían dormido en sus casas a pierna suelta, y a las ocho de la moñona no daban trazas de ir a
ocupar sus puestos Se les ordenó salir inmediatamente, y salieron, pero sin aquel entusiasmo que mostraron en La Barranca. El Gral. Paiz manifestó que no podía ir oorque el día anterior había recibido un fuerte golpe en una de las piernas. Se decía públicamente que todos ellos, como buenos managuas no querían poner obstáculos al Gral. Zela.ya para que ascendiera al Po– der.
En las primeras horas del día recibí un telegrama del Gral. don Eduardo Montiel, con– cebido en estos términos:
l/Diga Ud. al Mayor General que se hayan aquí (Granada) 300 rameños, que ordene venga tren para ir con ellos a tomar parte en la acción"
Yo mismo fuí el encargado de ir al Ministerio de Fomento a .oedir al señor Ministro que' enviara ese tren lo más pronto posible. Cuando regresaba de cumplir esa orden, vi al General en Jefe con el chilillo levantado contra un oficial, diciéndole con voz alterada.
¡En estas circunstancias.. !!
Todos teníamos la es.oeranza que a la llegada del Gral Avilés al lugar de la batalla nues– tras tropas cobrarían nuevo ardimiento; y ello, Con las disposiciones (1certadas del Jefe, asegu– rarían el triunfo al Gobierno del Gral. Zavala; y así parecía confirmalo las primeras noticias que comunicó el Gral. Avilés.
"La batalla está empeñada en todas las líneas, decia en un telegrama. Nuestros Jefes, Oficiales y soldados pelean con sin igual bravura El ti ¡unfo será nuestrol/.
El mismo Gral. Avilés ordenó al Gral. Saballos que con sus seiscientos hombres atacara
el flanco derecho de los revolucionarios
El Gral. Saballos contestó que tan luego él abandonara Motastepe, el enemigo que tenía enfrente ocuparía aquella posición formidable. Por eso pedía que se le confirmara la orden. Eso orden no le fue confirmada, y él se quedó allí inactivo. El enemigo Que tenía enfrente era el Gral Aurelio Estrada con unos cuatro individuos, que con sus vociferaciones y los descargas de
sus rifles, le hicieron creer que tenía a la vista la vanguardia de un ejército. Con esa treta lo– graron los revolucionarios {o que se proponían: evitar que Saballos fuera a tomar parte en la ac– ci6n.
Poco después del telegrama que dejo trascrito, recibimos este otro del General en Jefe' l/El enemigo ha sido rechazado de todas partes. Sólo queda haciendo una débil resisten· cia por el flanco derecho. Salgo en estos momentos a picarle la retaguardia, con /0 cual queda– .rá asegurado nuestro triunfol/.
En esas circunstancias salió el Sr. Presidente Znvala para La Cuesta. ¡Cuán distintas iban estas a ser a su regreso unas pocas horas más tarde! Los soldados bisolÍos se parecen en muchas ocasiones a ciertos animales de presa que al caer sobre sus víctimas los hace sal;r huyen– do un ruido cualquiera.
Pero no adelantemos la narraCión. Los dos vaooles que habían OImado en guerra los
revolucionarios aparecieron por la Punta de Chiltepe y. se fueron aproximando a Managua, cau– sando en la población una alarma indescriptible. Las calles se llenaron de no combatientes, que huían hacia el campo recordando los estragos que causaron tinas pocas bombas lanzadas por esos vapores uno o dos 'días anies. Los vapores, sin embargo, pasaron frente a la ciudad sin disparar uno solo de sus cañones, y se dirigieron a La Ensenada, desde donde empezaron a bQmbardear La Cuesta.
Visto ello por el Gral. Viiil, me dijo: . l/Queda Ud aquí, como Mayor General, cumpliendo las órdenes que vengan del PreSiden·
te o del Gral. en Jefe. Yo vaya bombardear esos vapores".
Tomó un cañón que estaba donde es hoy el Parque Infantil y salió .oara La Ensenada, llevando consigo artilleros y los pertrechos necesarios. .
Desde este momento la situación iba a cambiar de aspecto completamente' el triunfo a
convertirse en derrota.
Uno de los Castillos, no recuerdo si don Telémaco, pasó por la M?yorí? y me dijo enté– rese de lo que dice este telegrama: era del telegrafista de la Cuesta; decla as/o
l/Qué hago? Aquí todos huyenl/.
Comentaba esa noticia con el Dr Cárdenas, no queriendo darle crédito cuando llegó el si–
guiente del General en Jefe:
l/El enemigo había sido rechazado de todas partes. Sólo quedaba haciendo una débil re-
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