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DIA DE LA

RAZA

RICARDO

PAIZ CASTILLO

Hace cuatrocientos sesenta y ocho años, la Espa– ña inmortal de los siglos XVI y XVII, iluminó los ca– minos de la Historia Universal, con el aparecimiento de nuevas tierras al occidente de Europa, por la ruta del Atlántico tempestuoso y pleno de misterio para los hombres de aquellos remotos tiempos.

América, la virgen América engendrada en la menie del gran visionario que se llamó Cristóbal Colón, surgió a la vida de la civilización y de la cris– tiandad, el 12 de Octubre de 1492, y este hecho ±ras– cendentalís\mo en los fastos de la humanidad, califi– cado como el aconiecimienio más grandioso de iodos los siglos después del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, es por sí solo suficiente para rubricar con caracteres de eternidad la pujante vüalida.d de la na– ción española, que además, aportó a la cultura un siglo de oro, y hombres de la envergadura de un Bal– mes, de un Menéndez y Pelayo, de un Donoso Cortés,

valores posilivos y ecuménicos.

Este es, pues, un día de Epifanía para los pueblos hispanos, y como tal debemos celebrarlo con la mente

y con el corazón, aprestándonos a defender con hidal– guía y vigor los íesoros imponderables de nuestra sacrosanta religión, de nuestra hermosa lengua y de nuestras honestas costu=bres, de la preniciosa pene– ±ración extranjerizan±e, a fin de conservar impoluta la herencia hispánica que nos legaron nuestros mayores, como la más preciada de sus joyas.

y en esía hora crítica para el mundo, en que se amenaza de muerte la civilización occidental y cris– tiana que bebimos en la ubre maternal de España, de la España n'tÍsionera y guerrera, que vació en el molde de la estructura indiana en gestación lo mejor de su contenido cultural, no nos es dable, por consecuencia. y por lógica, volver la espalda a la hístoria, es decir, la 1-azó11 de ser de nuestra existencia en el tiempo y en el espacio, ya que ello nos conduciría fatalmente a la. desintegración de los fadores primarios que contri– buyeron poderosamenle a la fonnación de la naciona– lidad.

Dichos elementos: religión, lengua y costumbres,

repüo, constifuyen el ser de la hispanidad, y ei negat– los por un loco e inconsciente afán de snobislno, sería despeñarnos en el abismo insondable del no ser, 10

que debemos evitar.

Porque los pueblos, COlno los hOlubres, se atan por la afinidad de ideologías, de aspiraciones y por un común destino.

Tengamos siempre presente en nuestro espíritu las palabras que en tono profético dijera don Ramiro de MaeZ±u en ocasión memorable: "El ideal hispánico está en pie. Lejos de ser agua pasada, no se superará mientras quede en el mundo un solo hombre que se sienta imperfecto. Y por mucho que se haga para 01·

vidarlo y enterrarlo, mientrus lleven nombres espa– ñoles la mitad de las iierras del planeta, la idea nues– ira seguirá saliando de los libros de mística y ascética a las páginas de la Historia Universal".

"El primer deber del patriotismo es la defensa de los valores patrios legítimos contra todo lo que Henda a despreciarlos".

Cuando se lee con los ojos del espírüu y con cri– terio justiciero, la historia del descubrírnienio, con– quista y colonización de América, no se puede menos que admirar las proezas y hazañas de los intrépidos navegantes y conquistadores que la realizaron¡ y la sabiduría y hondo alcance cristiano que inspiró a toda la legislación indiana, por medio de la cual fue posi– ble la fusión de las razas conquistadora y conquistada,

y la evolución infelectual, moral, social de los pueblos aborígenes americanos_

Los descubrimientos colombinos y los realizados años luás tarde por españoles o por navegantes al servicio de España, cambiaron los sueños de la hu– manidad, dieron nuevas inquieiudes a las ciencias y transformaron el mundo, con el aparecimiento de nuevas modalidades de carácter político, económico, social y moral.

Vasco Núñez de Balboa descubre el Océano Pací. fico y Magallanes y los suyos redondean el globo, en la en~presa considerada como la más estupenda de las llevadas a cabo por hombres de lnar.

¡Loor eterno a aquellos audaces y atrevidos lnari· neros que arribaron a nuestras costas y que dieron a España la gloria inmarcesible de ser la descubridora dé un Continente \

y digantos con Blanco Villalia: El mar entraba en la sangre española, y ésta corría hacia él. España sentía en su boca el gusto salobre de mares ignotos. Infuía en las rugientes mareas el reclamo de ese océa-