Page 103 - lista_historica_magistrados

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!grada mucho en las carlas, y generalmente en todos

:05 actos de la vida humana, es tratar con atención a a persona a quien se escribe o a aquella con quien se

~abla. En esto no ha de haber parvedad de materia.

~e pueden mitigar todas las demás reglas, pero ésta :lO. y es tan necesario estar prevenido, porque los

~ue reciben una carla, tienen un instinto perspicaz :lara conocer si los tratan con ppca atención. Ponen

~uidado Em la :margen que dejan en lo alfo de la carfa, ;1 fin de ella, en la firma y en la letra. Lo que hace nucho efecto en las carlas, y las da :mucha aceptación

~s cuando se percibe en ellas difundido en todo 'su ;ontesto, un aire suave de amistad y benevolencia, oar donde cree el que las recibe que es querido. El

~ue da un informe que le piden, un dictamen, hace una relación de cualquier asunto o caso, ha de ver cómo lo hace y pensar el oficio que va a hacer. Ha de contar los hechos por su orden, con verdad, des– nudos, desapasionadamente, sin abulfarlos ni men– guados, sin manifestar inclinación a que sean o no sean de aquella o de otra manera: ni aun por la ver– dad debe tornar empeño. Los historiadores célebres que han dejado escritas historias de los sucesos hu– manos lo han hecho así. Cuentan a veces crímenes atroces Y horribles a sangre fría, sin manifestarse con– movidos, y otros refieren acciones heroicas y grandes sin alabarlas. Esto hacen porque saben que primero es ganar el concepto de verídicos, que de oradores. Cuando una persona está colérica o llena de temor o de alegría, o poseída de amor, interés o cualquiera otra pasión exalfada, no siente las cosas corno son, ni las ve en su verdadero tamaño, y si entonces las con– lase, seguramente las abulfaría. Por eso no le cree– mos, o rebajaznos su dicho a la mitad, o a una parle menos, y por eso los historiadores no quieren dar a entender pasión alguna, ni aun por la verdad.

En las asaznbleas legislativas y juntas populares se requiere znás que en cualquier otro tieznpo hablar con la necesaria especificación, porque si no se hace así, el petjuicio es znucho. El diputado que propone el asunto de una ley, ha de hacerlo con tal sencillez, con tal materialidad si es posible, que los otros no en– tiendan más ni menos, sino precisamente el asunto propuesto, y en esta regla es znenester estar firme, por– que fácihnenfe se quebranta. El que quiera experi– mentarlo podrá poner atención en lo que pasa todos los días en las conversaciones comunes. Se cuenta un hecho de un znodo, y los que lo oyen lo entienden de diversos. Nace ésto, entre otras cosas, de la influencia que tienen unos cuerpos sobre los otros de la misma o de diferentes organización. Si están cuatro personas reunidas en conversación amigable discurriendo sobre c)lalquier asunto en liberlad, y a la sazón se presenta otra de diferente organización o femple, su presencia aliera la de los otros o la conmueve hasta cierlo pun– lo, y saca al alma de su estado nafural. Esto sucede en las asaznbleas o reuniones populares, y el efecto inmediato es que lo que allí se habla, a menos qlle se exprese con znucha claridad, materialidad y desnu– dez, se entiende de otro modo. Propuesto un asunio Phara materia de una ley, el diputado que 10 propuso a de tener motivos que le hayan znovido a propo– nerlo, debe pues, znanifesfarlos a la asaznblea, para que hallándolos verdaderos y racionales, pase a expli– cé!r la ley. El exponer estos motivos es obra no difícil, nI complicada, ni penosa, pero sí seria. Bastará que se, c,?nduzca cozno en los demás negocios suyos do–

rest~cos, que haga allí lo que hace en su casa. Si de–

el~l~a8e levantar el znuro de una pared que divide e Sl!i0 de su vecino, y le preguntasen los motivos, pedna darlos "incontinenti", diciendo que le registra– ban lo interior de su casa, y referiría uno a uno los casc;>s en que había visto él o sus domésticos, a los del VeCIno subidos en la azotea. Si quisiese reducir el nú– r

ero de sus criados, o el salario que ganan, o. los pla– .08 de su mesa, y le preguntasen los znotivos, al

:rsta~e respondería que sus negocios iban en deca-

anCla, sus ingresos a menos, sus deudores habían

~uebrado, y el coznercio del país caznbiaba de aspecto.

C a~~ rE;~erir ésto, no se necesitaría mucho .estudio ni avl1aclon, sino verdad y sencillez. -Esto mismo se hace

en una asaznblea que no es más que una faznilia cozn– puesta de otras menores, así cozno un estado es una ciudad coznpuesta de otras.

E! diputado que tenga razones probables para no convenir en el asunfo que se propone, ha de znanifes– farlas de modo que se entiendan bien y hagan fuerza. Se entenderán bien, si las produce una a una que es lo que llamamos "orden". "Ordinis haec virlus érít... "

d~ce Horacio en la carla en verso que escribió a los Plsones. Harán fuerza si las produce con sosiego, con voz y tono znoderado, sin enfadarse. Es regla infalible observada desde la Universidad, por los estudiantes que arguyen entre sí, y en los aetas literarios, que el que Se encoleriza en la disputa, no entiende la "con–

c~usión", ni su propio arguznnio. Al propósito Se re. fiere de un estudiante de la antigua Atenas, dado a la filosofía de Epicura, que cuando había una tempestad de rayos y truenos, se volvía al cielo y decía: "Oh Jú– piter, tú no tienes razón, tú fe encolerizas!" Aunque parezca difícil guardar sosiego en una disputa, en un debate legislativo, o en cualquiera otra alferación, se consigue buenaznente cuando el que habla está ase· gurado de la razón que fiene, y firzne en lo que dice. Si le negasen que dos y tres son cinco, acaso se enfa– daría? Si a cualquiera de nosotros nos negase alguno que en la Antigua Guatemala hubo una ruina el año de 1773, nos incomodaríamos por eso'? El que estudia los eleznenfos de matemática, y especialmente la geo– metría de Euclides, que tradujo el P. Tosca, cada ins_ tante experimenta que le niegan cosas claras y eviden– fes, que él no esperaba. Pero no se incoD:loda, sino que busca otras más claras con qué probar las prime– ras. En las asambleas legislativas se puede observar ésfo con znás facilidad, por cuanto al11 Se procede no por raciocinios sutiles ni deznostraciones exactas, como las rigurosas de znaiemática, sino por razones proba– bles, por reglas de prudencia, por consideraciones de bien parecer, reguladas por juicio equitativo. Todas las discusiones de las asambleas son del género "deli– berativo", y en consecuencia vienen a parar en última insiancia, a deznostrar que una cosa es útil o perjudi– cial al mayor núznero de ciudadanos. En las repúbli– cas antiguas no había "discusiones", porque el gobier– no no era "representativo" como el nuestro, sino puro. El méfodo de proponer una ley, en Rozna por ejeznplo, era que la persona que la proponía se subía al fabla– do que había en el porlal "( rostra ) ", y desde allí les hablaba a los ciudadanos que estaban juntos en la plaza, informándoles de todo. El discurso era seguido Se llamaba "oratio perpétua". Algunas veces un ora– dor pronunciaba lEl priznera parle, y otro la segunda, y continuado de una, dos, tres y hasfa ocho horas, y y otro la tercera, según lo largo y difícil del asunfo. Después en uno de los días siguientes, de los de la feria, en que la gente venía del campo a vender y sur– tirse de lo que necesitaba, otro orador se subía a los "rostros", y aconsejaba al pueblo no consintiese en mandar aquello que le habían propuesto, porque no le tenía cuenta. Con 10 cual la discusión estaba con– cluída, y se pasaba a la votación. Por aquí se podrá conocer el verdadero sentido de la palabra "eloceun– cia" , que engaña a muchos. Creen que es una cosa POtnposa, de relumbrón, que no deba entender el co– mún de la gente, y aun los más entendidos, llena de palabras que se hablen en Francia, en Inglaterra, en el Norie, etc., etc. ¿Cózno podrá el pueblo entenderlas'? Es absolutaznente 10 contrario de todo esto, se puede ver en los discursos que inseria Tito-Lívio, Polibio, Tucídides, Dión y otros antiguos. Si algún orador hu– biese pronunciado una palabra extranjera que no enfendiese la gente vulgar, por sólo ésto habría perdi– do su popularidad, y el pueblo le habría echado el punto en contra. Cuando Cicerón, después de la muer– te de César, y de la oración de Antonio, pronunció su discurso proponiendo un "olvido general" de 10 pa– sado, único remedio que creía haber para restablecer la tranquilidad, se valió de la palagra griega "amnis– tía" que había usado Trasybulo, cuando destronó a los treinta tiranos; pero para pronunciarla pidió priznero mil perdones, disculpándose con que, en latín, no ha– bía palabra adecuada a la griega. El msmo Cicerón

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