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« Previous Page Table of Contents Next Page »El Taiumbla era un barco de hierro, un barco en ioda regla, y la lanchiia en que no– soiros 'ibamos era una, pequeñita, de Illadera, endeble, que no parecía capaz de provocar la ira con la que su COlllandanfe Buezo hizo que se nos' echara enciIlla para hundirnos.
Ese Illilifar hondureño, de"' faIllilia de re– gular posición en Honduras, en esfe caso se mostró sin ellllás pequeño sentiIlliento hUIlla– nitario. Si no hubiera sido por la habilidad del Capifán de nuestra lancha, que la ma– niobró de Illodo de que la proa del TaiuIllbla no la' partiera medio a Illedio sino de que la agarrara por la popa, esa noche habríamos quedado en el fondo del mar.
Cuando el vapor chocó con la lancha, to– dos aquellos que esiaban más próxilllos pudie– ron abordarlo, 10 cual produjo alguna coIifu– sión entre sus soldados pues obsfaculizaba las órdenes de fuego que les daba el COlllandanie Buez o .
Don Adolfo Diaz, que había renunciado a
la" secrefaría, y yo, íbamos en la bodega de' la lancha, salilllos afuera y nos dÍlllos cuen– ta que ya habían despegado el vapor de la lancha, Y por eso no pudilllos pasarnos. El g,eñor Diaz, furioso, decía indignado: "Quisie– ra tener un cañón para hundir ese barco, por estúpido 1"
El cable con que aIllarraron la lancha pa– ra reIllolcarla, después de un rato se rOlllpió, y entonces desde la lancha oíamos las voces del Comandante Buezo, de preparar los cañones y hundirnos, pero seguramenfe iban oficiales en ese barco, de sentiIllienios nlás hUIllani±arios, y por eso el hundiIllien±o no se efectuó.
Por fin, como a las nueve o diez de la ma– ñana llegamos a El Bluff. Aquí esiaban ya to– dos los liberales que de Managua habían lle– gado con Aurelío Estrada para hacerse cargo de la Costa. Muchos de esos liberales habían recibido noticias de quienes éramos los presos y ya estaban en El Bluff esperándonos, y al ba– jar nosoiros del barco enire la custodia de soldados hondureños nos recibió la oficialidad nicaragüense sin muestras de hostilidad, más bien con cierto aire de silllpaiía. Algunos de ellos quisieron saludarIne llalllándollle por Illi nombre, Illas yo le dije a uno de ellos a quien conocía IllUY bien porque frabajaba en mi ca– sa, que a mí no me saludara ningún liberal porque no le contesiaría el saludo, así es que desde ese 1ll0Illento seguilllos en cOlllplefo si– lencio y ya no hubo mariifes±aciones de sim– patía, aunque iampoco de burlas ni hostilidad. Ya presos nos llevaron a presencia del Ca– pitán Vividea, bajo cuya cusfodia perInanecí– mos iodo el fiempo que esfuvilllos en El Bluff. Luego fUÍlllos llevados a declarar ante un Tri– bunal que había sido nOlllbrado, y del que for– maba parie COIllO Auditor de Guerra el Docior Belisario Porras, entonces jefe del Partido Li– beral de PanaIllá, de cuya República fue años
desp~és Presidente, y que andaba emigrado en NIcaragua.
El Docior Porras en su carácter de Auditor iOIllÓ declaración a fodos los prisionero!3 y en– fiendo que taIllbién a la Oficialidad del TaiuIll– bla para conocer de las condiciones l!n que habíamos sido capturados. La illlpresién que tuvilllos los prisioneros de la actuación del Docior Porras fue de qUe procedió con impar– cialidad y de que no puso nada de su parte para agravar nuestra siiuación.
En El Bhiff esiuvilllos prisioneros cérca de Illes y Illedio, y una noche, ires, o cuairo días anies de embarcarnos para el inferior, el Capi– tán Vividea llegó al lugar donde dormíalllos con una lisia y una escolia de cuatro soldados; mandó encender las luces y ordenó que iodos deberíamos esiar lisfos par~ salir de sus call1a– roies en cuanio fuera leído su nombre. Dió principio a la lista llamando a Adolfo Díaz. Al oír el nOlllbre de Adolfo Diaz le dije que el nombre qúe seguramenfe quería decir era el de Adolfo Vivas, que era el que ienía (:ausa Illás grave en su conira porque estaba a.l servi~
cio del Gobierno cuando secundó el Illovimien– fo del General Reyes, mientras que Adolfo Díaz no había cometido ningún acto de insu– rrección, pero el Capitán Vividea SO!;l~UVO que era Diaz el nombte y no hubo medio de con– vencerlo de oira cosa.. Pespués de esio no hubo oiro incidente, ni objeoión, y fodos los que fuimos llamados nos pusilllos en fila y ense– guida se nos ordenó Illarchar, en Illedio de la oscuridad de la noche, hacia un bosquecito de cocales que había en una hondonada de El Bluff.
Allí nos mandé a fOrInar oira vez y nos comunicó que nos llevaba a ese sitio para cum~
plir las órdenes que tenía de fúsilatnos. No éramos Illuchos los prisioneros, unos seis o sie~
te, y ya se pueden iIllaginar cómo nos cayeron esas palabras. Todos enIlludecimos y nadie osé responder en ninguna fOrIna. Después de for– Illar la escolia frenie a nosotros y dé tenerla lisia dió la orden de preparar las arIll~S y aun de apuntarnos, mas al dar la de: Fuego! dijo: "Fuego, pero con esfa bofella. de whisky para que la bebamosl"
A esfa grosería del Capitán Vividea con~
tesiaIllOS corriendo a coger la bofella, pero el que anduvo Illás lisio fue don Adán Cantón; quien no iOlllaba licor, y que sin embargo en esa ocasión se iOIllÓ un buen trago, de modo que a nosoiros nos parecía que nunca iba a dejar la boiella. Después, sin reprochar la con– duda de Vividea. nos iOInaInos un irago cada uno y lo abrazaInos y nos volvimos fodos muy confenfos, oira vez a la prisión, considerándo~
nos aun corno resucitados.
Tres o cuairo días después de este suceso, nos embarcaron para el inferior en el vapor Yulo que debería dejarnos en San Juan del Norie. Algunos de nosoiros fuimos engrillados, Illas al llegar a bordo del Yulo el Capitán del barco le dijo al que comandaba la escolfa que nos conduc;:ía que aquel barco era Inglés y que las leyes inglesas no permitían prisioneros en-
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