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grillados o maniatados a bordo de sus barcos mercantes. Tuvieron, pues, que volvernos nue– vamente a El Bluff para que nos quitaran los grillos y así, después de hecha esa operación, volvimos a embarcarnos sin esiropiezo alguno y desembarcaInos en San Juan del Node con toda felicidad.

En San Juan del Nade nos hospedamos en una especie de hotelito, regentado por cieda joven que en Ma±agalpa había sido causa de que un macho chúcaro o cerrero casi ±ermina– ra con mi vida. Con esta joven tuve n'1.uy poca comunicación, se mostraba muy seria y sin de– seos de hablar, pero en un momento en que no había gente que pudiera oírla, me dijo: "De aquí es muy fácil escaparse para Costa Rica, si quieres ±e preparo la fuga". "Voy a hablar con otros compañeros", le dije, y efectivamente ha– blé con Adolfo Díaz, quien me dijo: "No. Yo sigo el viaje a Managua". Eso mismo resolví yo, así es que en oira pequeña oportunidad que iuve de hablar con la joven, le rendí las gracias y no volvimos a tocar ese asunto. Creo que ese mismo día o el siguiente salirnos para

el inferior.

Era la primera vez que navegaba por el río San Juan. Sus vegas me parecieron bellísi– mas, y ví el Castillo que estaba ya por en±on– ces en un estado de total abandono.

Llegados que fuimos a Managua, nos lle– varon a la PenitenCIaría, donde se distribuyó a los prisioneros en diversas celdas, habiéndo– nos tocado a Adolfo Díaz y a mí la Número 13.

Era Comandante entonces de la Penitenciaría el Coronel Narciso Roble±o (El Macho), hom-.

br~ muy seco y poco comunicativo con los pri– sioneros, pero más tarde fue sustituído por el Coronel David Fornos Díaz, quien se mostraba baslante amable con nosotros y hasta se per– mitía bromearnos en algunas ocasiones. La duración de esta prisión fue de siete meses para Adolfo Díaz y de nueve para mí.

Duran±e este lapso hubo varios conatos de revolución y de conspiraciones fracasadas, y el nútnero de prisioneros polHicos aumentaba o se renovaba con frecuencia. En una de ±an– fas llegaron presos mi papá y varios otras per– sonas de León y de Rivas. Aquella nueva tan– da de prisioneros nos alegró creyendo que se trataba de algo serio, pero según me dijo mi papá el motivo por el cual los pusieron presos era porque el General Zelaya estaba ayudando a la revolución liberal levantada contra el go– bierno conservador de Colombia, y Zelaya ha– bía enviado fuerzas a Panamá, las que hablan sido derro.l:adas dos o tres días antes, y por te– mor a la repercusión que esta derrota pudiera tener en Nicaragua puso presos a sus adversa– rios. Es±os, sin en,bargo, no fardaron mucho tiempo en la cárcel, y cuando salieron ellos, 3alimos también nosotros.

, - El día que salí libre de la Penitenciaría ;me sentí muy extraño en Managua y al prin-

cipio encontré difícil el amoldar mi vida a las nuevas circunstancias; pero después de unos pocos días ya todo lo encontraba normal y en~

:l:onces pensé en reanudar la vida que llevaba cuando me habían expulsado del país.

Por ese en:l:onces estaba muy próximo a casarme con una señorita de la sociedad de Granada, aunque, cosas de la juventud, tenía in:l:ereses sen:l:imen±ales con algunas oirás jó– venes en otras ciudades del país. Al liegar a Granada, mi :l:ío don Pedro José Chamorrp, que parecía ser el encargado de mi novia, me– dio en serio y medio en broma, me pregun:l:ó si llegaba para casarme, y yo le con±es:l:é que andaba viéndola de nuevo para convencerme si me hacía la misma impresión de antes.

No recuerdo si fue esa misma noche, o unos dos días después de mi legada a Granada y de m.i conversación con mi tío Pedro José, que salí con la referida señorita y Angélica Lacayo, ín:l:ima amiga de' ella, a :l:omár "chi– cha" a la chichería de JaHeva, propiedad del Cabo Luis Salguera, la cual estaba muy en mo– da en ese Hempo. Es:l:ando en ese lugar con nues:l:ras bebidas servidas ya, en:l:ró Maximilia– no Enríquez con unas tres jóvenes más. En él aC±o las reconocí y me dí cuenta que Una de las acompañantes era la joven Las:l:enia Enrí–

quez, que era :l:ambién una de mis pretendi– das, a que me he referido an:l:eribrmen±e. En esta ocasión la ví bas:l:an±e cambiada, y no me causó mucha impresión, por lo que no me moví de donde es:l:aba sentado, mientras ellas se aco– modaban en otra mesa. De allí se levantó Maximiliano y se dirigió a mis compañeras y

a mí para saludarnos y decirnos que había llegado a Granada con sus herm.anas Flora y Las±enia y su prima Josefina. Entonces me le– vanté yo y :me fuí con Max a saludarlas, que– dándome un corlo rato a platicar con ellas. En ese momen:l:o ví que efeC±iva:men:l:e Lastenia parecía un tanto mal de salud. Luego me des– pedí y volví a ocupar mi asiento con mis com– pañeras, con quienes com.en:l:é mis impreSiones y quienes conocían de mi inclinación hacia ella.

Sin em.bargo, la realidad era distinta, por~

que esa noche no pude conciliar el sueño, pensando en Las±enia, recordando nuestros ju– veniles amores en Comalapa, bajo el árbol de chilam.a±e donde me veía con ella cuando yo andaba huyendo de los soldados de Zelaya, y

ella llegaba con sus amigas al atrio de la Igle– sia detrás de la cual se erguía el hermoso árbol que todavía existe y bajo cuya sombra pla:l:i– cábamos hasta que sus amigas nos avisaban del peligro de ser descubierto. Repasaba en mi mente todos los nuevos detalles de su per– sona que me pareció redescubrir, y muy teIn– prano, antes de las seis de la mañana, estaba ya buscándola en su casa, lo que le hizo a ella :mucha gracia porque ni siquiera se había le. vantado. Me estuvieron dando bromas por es– to y la mayor parte del día 10 pasé <;:on ella.

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