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« Previous Page Table of Contents Next Page »para. el regreso a Nicaragua. Al principio creí
qu~ los Chamorros no se acogerían a esa me– dida, pero estaba equivocado, todos se acogie– ron a: ella para ver si podían rescatar algo de Sus intereses; mi papá fUe uno de los que re– gresaron.
Yo, aunque veía difícil mi porvenir que– dándome, torné la resoluci6n de no regresar y de continuar en Costa Rica, decisi6n mía que conocieron el doctor Adán Cárdenas, Manuel Torres, el docior Barberena, el Gral. Mena y algunos otros de los antiguos emigrados. Don Alejandro Chamarra estuvo muy interesado en que yo regresara y por eso me decía: "Ve, Emiliano, de afuera del país no botaremos a Zelaya, porque los afros gobiernos nunca dan \.tna ayuda completa, y si la llegan a dar, no lo hacen en tiempo oportuno, mientras que es– tando en el país, uno puede seguir de cerca fe;>dos los pasos del Gobierno, y si se llega a obtener c6mo hacer un movimiento, entonces escoge a voluntad el momento oportuno, el día y la hora más apropiados para llevar a ca– be el alzamiento". Aunque yo creía que las observaciones de mi tío Alejandro Chamarra eran de mucha fuerza. no me dejé llevar por la idea del regreso y por fin me quedé en Cos– ía Rica. Muchos otros hicieron lo mismo. En– tre las personas que decidieron no regresar a Nicaragua estaba Don Adolfo Díaz, quien logró cqJ.oG:arse corno Secretario del Gobernador de Puerto Lim6n, Don Gustavo Beeche.
. Un día de tantos se le present6 a Don Adolfo Díaz el señor don Ascenci6n P. Rivas, que llegaba especialmente de Bluefields envia– de;> por el Gobernador Intendente. El señor Ri– vas llegaba con la misi6n especial de invitar a la emigraci6n nicaragüense para irse al De– partamento de Zelaya a apoyar la Revoluci6n que en esos momentos estaba iniciando el Ge– neral Juan Pablo Reyes. Yo sencillamente cree;> que el señor Rivas no obr6 con la cordura y diligencia necesarias para tener buen éxito en su misión, porque después de hablar con don Adolfo Díaz, aunque también llegó a Car– lago donde se puso en comunicaci6n con el Docior Cárdenas, se regres6 a Bluefields.
El Doctor Cárdenas nos puso al corriente de esíe comisionado, que por entonces se en– contraba entre Cartago y Puerto Limón, donde sólo lo vió don Adolfo Díaz. La emigración se conmovió con las noticias de la posibilidad de un levantamiento en la Costa Ailántica de Ni– caragua, e inmediatamente me puse en aciivi– dad para reunir algún dinero y organizar el primer contingente de emigrados a la Cosía. Efectivamente, reuní y llevé a unos cuantos a Puerto Limón, entre ellos, al General Leónidas Correa y su hermano Luis, al General Tomás Masís, a don Adán Cantón y a varios otros, hasta completar el número de 20, pero al lle– gar a Puerto Limón nos informó el señor Díaz que el comisionado Rivas sólo había estado tres días y que después se había regresado, y eón él el vapor San Jacinto, que era un vapor-
cito armado en guerra que tenía a sus 6rdenes el Intendente General Reyes en la Costa Atlán– tica.
Grande fue nuestra desilución al no en– contrar al Sr. Rivas en Puerto Limón y más sentirnos aun al no hallar en qué embarcar– nos, pues pensábamos hacerlo en el San Ja– cinto.
Corno dije anteriormenfe, don Adolfo Díaz era el Secretario particular del Gobernador Beeche y corno tal nos dijo que no podíamos permanecer muchos días en Puerto Limón porque ello comprometía la neutralidad de Costa Rica. Entonces resolvimos inrnediata– mente enviar cornisionados a Bocas del Toro. un puerto de la República de Panamá, a seis horas por rnar de Puerío Limón, a buscar una ernbarcación que nos pudiera llevar a Blue– fields. Los cornisionados fueron don Adán Cantón y don Carlos Bolaños, quienes andu– vieron con felicidad porque al siguiente día regresaron con una lancha de mediana capa– cidad, movida a vapor y vela, que nos resultó bastante confodable al ernbarcarnos. El trans– porte lo convenirnos en 600 dólares, los que pagarnos allí misrno. .
Nos embarcarnos, pues, los recién llegados y el propio Don Adolfo Díaz, y nos hicimos a la mar con viento regular, pero, a pesar de que la embarcación era de motor y vela, no ade– lantaba mucho pues apenas amenecimos el día siguiente frente a San Juan del Nade.
La tripulación de esta ernbarcación se componía de un Capitán nor±earnericano y dos trujillanos de Honduras.
Cuando uno de los trujillanos nos servía el desayuno, sucedió una cosa curiosa. La con– versación entre nosotros, durante iodo el viaje, era naturalmente sobre la lentitud de la lan– cha yel deseo de que llegara el vapor San Ja– cinto a encontrarnos. Al oír el trujillano expre– sar esas ideas, nos dijo: "Que les parece, anoche tuve un sueño rnuy curioso". Todos le preguntamos córno había sido el sueño. En– tonces el trujillano nos dijo que él había so– ñado que el vapor de guerra hondureño "Ta– turnbla" había llegado a Bluefields a ponerse a las órdenes de Zelaya y que éste lo había mandado en persecusión nuestra porque ya la revolución había fracasado. Todo aquello que nos dijo el trujillano nos pareció de lo más ab– surdo que podía pensarse, y le dijimos que no había medio posible de que eso pudiera suceder, y nosofros nos reíamos de lo lindo del cuento del rnarinero. Sin ernbargo, ese misrno día corno a las cinco de la tarde. cuando torná– bamos un refrigerio estando a la altura de Monkey Point, alguien gritó: "Allá viene el– San Jacinto!" Todos nos levantarnos a divisar el vapor, brincando de contentos, creyendo que en verdad era el "San Jacinto", pero el trujillano nos dijo con mucha calma: "Es el Tatumbla, el vapor del sueño, que viene direc– ±arnen±e a capturarnos". Y efectivamente, eso sucedi6 pocos minutos después.
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