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« Previous Page Table of Contents Next Page »deseaban que yo estuviera en tal sector, d~n
de principiaban a restablecerse los trabaJos revolucionarios, pues ya estaban cansados de la quietud en que habían permanecido des– pues del golpe que significó para todos noso– tros el rechazo de San Juan del Sur.
Antes de rnarcharrne para Liberia pasé algunos- días visitando a los amigos que es– tabart en los diferentes lugares y poblaciones del interior corno Alajuela, Heredia. San Ja-se y Cartago. • En esta últirna población pasé un 2 de agosto, día de Nuestra Señora de los Angeles, que es cuando la ciudad celebra su fiesta pa– tronal. Por eso es que había en Cartago rnU– cha gente de otros lugares del país, rnucha juventud, y rnujeres rnuy herrnosas. E:g.ire ellas estaba una señorita de apellido Tinaco que, adernás de su hermosura, tenía rn\lcha gracia en el hablar y en su presencia y per– sonalidad, la que rne hizo rnucha y rnuy bue"' na irnpresión.
Tarnbién visité Punta Arenas donde ví al Dador Cárdenas, a los Torres y a la farnilia de los Hurtado. En toda esta travesía saqué en claro que el espíritu de la Revolución no había decaído pero que no contaba con nada positivo, pues bien sabíarnos que los recursos que pudieran llegar de Nicaragua eran esca– sos y liznitados.
Puesto ya en Liberia ernpecé a visitar a todos rnis viejos conocidos, principalrnente al maestro Cajina, Luís Mena, así corno a todos los dernás. En este tiempo encontré que en Libería fungía corno nuevo gobernador don Camilo Mora, hijo del ex-Presidente Mora de Costa Rica, persona muy simpática y culta pero que se había dejado dorninar por las be– bidas alcohólicas, aun cuando sin llegar nun– ca a emborracharse cornpletarnente, sí puede decirse que ya por ese tiempo vivía, corno se dice, "a media asta".
Con el General Luis Mena y con algún airo emigrado, formularnos un plan para ha– cernos de armas. El General Mena que era muy amigo del Cornandante del cuartel, un Coronel Centeno, trataría de seducirlo para que permitiera sacar algunos rifles del Cuar– tel, y yo, rnientras tanto, rne mantendría con el Gobernador Mora con quien cultivaba bue– na arnistad desde que nos conocirnos en El Salvador, y rni misión cerca de él era la de entretenerlo para que descuidara la vigilan– cia que ejercía en la parte militar de la Plaza. Para esto tuve necesidad de tornarme 18 tra– gos diarios de cognac durante tres meses, así~
ires copas antes del café, seis entre café y al– muerzo, otras seis entre alrnuerzo y cena, y otras tres antes de acostarme. Esta era la dis– tribución de licor que tornaba el Gobernador
~ora siempre que rne pedía que lo acornpa– nara a tornar con él, y corno tenía la rnisión de estar cerca de él tenía que hacer lo rnisrno que él hacía. Mas de una vez rne sentí en– fermo, no de la cabeza sino del estórnago, al
grado de tener que rnedicinarní.e. Muchas ve, ces al recordar estas 18 copas diarias por ires meses, rne sorprende el no haberme conver– tido en su vicioso. Felizmente aunque no soy un abstemio, nunca he seniidq atracción por el licor y en cuanto al fumado, al cual era basiante adicto, lo dejé corno a la ed,ad de 40 años a causa de tres ataques que tuve de in– fluenza española en Wéj.shington. No tuve rnuchas dificultades, ni sufrí mucho por dejar el furnado. Al principio cuando rne venían los deseos de fumar, me ponía un chocolate en la boca y con eso desaparecía el deseo, y
así, insensiblernente, rni inclinación a fumar.
Estando en ese trabajo de sustracción de algunos elernentos del cuartel
r rne llamó rni papá a San José, pues ya vivíarnos allí con toda la familia. Nuestra ;residencia quedaba en el Barrio de Amón, próxirna a la de don Santiago de la Guardia. Mi padre rne llamó para una negociación con el ex-Presidente José Joaquín Zeledón Rodríguez sobre unos te– rrenos que éste tenía en Nicoya y quería que yo los fuera a ver para didarninar si realrneIite era conveniente adquirirlos. Hice el viaje y llegué hasta Santa Cruz, prirnera población bastante grande donde vivíap. varios nicara– güenses, entre ellos recuerdo a don Isidro So– lórzano y a su hermano Rodolfo, Adqlfo Al– varez y varios otros cuyos nombres se rne es– capan, pero todos eran buenos revoluciona– rios y rnuchachos de armas tornar. Varios de ellos tenían una easa bastante grande donde vivían juntos. En esta caSa me hospedé yo'y , allí pasé la noche, en la que no dormí a causa de que apenas oscureci9 la cama se llenó de jelepates y de otros insectos que llamaban "cuerudos". No rne explico corno esos nicara– güenses tenían aun vida con las sangrías qlie sufrían cada noche de aquella multitud de ailimalitos. No exagero, pero, corno reza la expresión popular, "el anirnalero se senna ironar". Así fue que muy temprano salí para. ir a examinar los terrenos del ex-Presidente a. Nicoya, rnisióz:1 que cumplí con interés porque encontré que los terrenos eran muy buenos para la agricultura y para hacer potreros de los llamados de "pasto artificial".
Después recorrí casi todo el Guanacaste. viendo el estado de los emigrados y para co– nocer mejor donde estaba cada cual y poder informar así al Dador Cárdenas y a Dort Ale– jandro, con quienes sieInpre me gustaba esiar en contado. En esta operación empleé mu– chos días y luego volví a casa de mi papá para informar de la comisión que rne hab~a dado sobre los terrenos. Corno mi informe era favo– rable creo que mi papá siguió en pláticas de arreglo con el Sr. Rodríguez, pero en esos días el General Zelaya dió la Amnistía general y
abrió las puedas a la emigración. Tal suces.o produjo un efectO' grandísirno en todos los sec,.. tares revolucionarios y el deseo de regresar a la patria se hizo cada día rnás fuerte. Por fo– das partes sólo se oía hablar de alistarnientQ
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