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« Previous Page Table of Contents Next Page »genie sólo rec~erde los nombres de Salvador Arana, Chico Gato. y nada más.
Esa fue toda la contribución de Granada a mi famosa expedid6n del Cerro Mombacho. Contando con ese con:tingente que yo Il")ismo fuí a buscar a la ciudad, la Revolución enton– ces disponía de 36 hombres, en lugar de los 2ÚO ó 30b que don Pedro Joaquín Chamarra y don F'rancisco del Castillo dijeron que encon– traríamos reunidos en el Cerro. Por eso, en lu– gar de marchar sobre Granada, resolví hacerlo sobre Nandaime para hacer alguna llamada de atención a' las fuerzas del Gobierno, a fin de que' no del:?tacara todas sus fuerzas sobre el núcleo fuerte que llegaría a tomar San Juan del Sur.
Nandaime lo tomamos con alguna facili– dad, aunque hubo basiante tiroteo, pero poco Hem.po después lo desocupamos, tomando siempre la dirección del Cerro y nos estaciona– mos en un lug~r llamado "La Guaira". En Nan– daim.e se nos incorporaron varios nuevos con– tingentes. Ya habían engrosado nuestras filas personas como don Dionisia Monterrey, José León Talavera, Pedro Rafael Monterrey y airas más que cuyos nombres he olvidado.
En "La Guaira" iuvimos un ataque de la caballería del Gobierno a la que derrotamos
eón facilidad, después de lo cual seguimos nuestra marcha a "Cutirre", siempre con la idea de atacar y :l:omar Granada. Pero aquí recibimos un correo de doña Carmela con la noticia de la llegada a dicha ciudad de don José Dolores GáInez, con un número de :tropas como de 600, para reforzar la plaza y atacar– nos con la Politécnica de Zelaya, comandada por un mili:l:a,r alemán llamado Coronel Va– rens. Con esos datos, en lugar de marchar so– bre Granada resolví esperarlo allí en "Cutirre", lugar de posición estratégica. "Cutirre" en ese tiempo, tenia, 'lJna parte completamente lim– pia, despalada' o desarbolada, que quedaba frente a la casa, un poquito separada de una especie de cordillera de piedra que dada lugar a oculiar la trQpa. Y yo hice precisamente eso. Hice que se extendiera la tropa detrás de las piedras y dejar la entrada libre para que Va– rens se metiera sin sospechar que yo estaba allí realmente.
Efecfivamente, allí entró la iropa de Va– rens, como 200 hombres, y en un momento dado los volvimos locos. Era divertido ver co– mo corrían de,un lado a otro, sin saber de don– de les llegaba el fuego. Muchas de sus armas fueron abandonadas por ellos, y nosotros las recogimos después.
Pero no eran armas lo que necesitábamos, era gente que siempre nos hizo mucha falia.
Después de la derrota del Coronel Varens, recibí Un correo de 'Granada enviado por do– ña. Cannela Chamarra de Cuadra, -quien con gran adfividad me mantuvo siempre bien in– fonnadÓ de iodos los movimientos de la fuerza del Gobierno, y quien nos enviaba constante– mente provisiones, felicitándome por el iriun-
~o y avisándome qUe para el dia siguienie es– taban preparando el envío de foqas las fUer– zas que tenía. el Gobierno en Granada pa.ra atacarme y barrerme del Cerro.
Como no tenía interés especial en pelear, y el objetivo de mi misión había fracasado, pues no era. airo que el de tomar Granada y con ella el vapor Victoria, ya no le ví Qbjeto al esperar es's nuevo ataque y entonces resolví desocupar el Cerro esa misma noche, como efec:tivamente lo hicimos procurando destruir toda huella que pudiera servir de indicio pa– ra conocer la dirección que habíamos seguido.
Esa noche llegamos cerca de la hacienda El Volcán de los señores Monterrey, haciendo alto en un paraje adecuado. Dispusimos allí esperar el día y descansar las pocas horas que faliaban para el amanecer, para luego conti– nuar la marcha a fin de unir mis fuerzas con las que de Costa Rica debían haber llegado a San Juan del;:Sur al mando de don Alejandro Chamarra, jefe verdadero de la revolución.
No soy yo el llamado a describir la per– sonalidad de don Alejandro Chamarra, que para mí fue el elemento humano más valioso que el Partido Conservador tuvo para enfren– ±arse a la lucha contra la dictadura del gene– ral Zelaya. pero diré que el señor Chamarra era un hombre elegante, inteligente, de una mirada que ejercía un dominio extraordinario sobre su interlocutor, de fácil palabra y len– guaje. persuasivo; mas nada de lo que yo pu– diera decir sería un retrato fiel de su persona– lidad y sobre todo el valor que sus méritos le daban a los movimientos conservadores que se desarrollaron entonces. Desgraciadamente desapareció joven del escenario de la vida a causa de la enfermedad de amebas que pade– ció. Así es que ya para 1910, cuando cayó Ze– laya, él tenía unos dos años de haber muedo.
Como decía anteriormente, esa noche penetramos en un lugar de la hacienda El Vol– cán, donde como a las doce de la noche llegó un individuo que andaba en busca mía para padiciparme que la invasión a San Juan del Sur se había llevado a efecto, pero que había sido rechazada con sensibles bajas de n'lJestra pade, entre ellas la del valeroso joven Horacio Bermúdez/ que después del rechazo de San Juan del Sur, se había intentado el asalto de Rivas, pero que también ese otro proyecto ha– bía fracasado, lo que ponían en mi conoci– miento para que yo prosiguiera en mi actua– ción militar con conocizniento del fracaso de la invasión..
Solamente habiendo estado en mi lugar en el momento preciso en que recibí aquel fa– tídico mensaje pudiera alguien darse cuenta exacta del tremendo choque que tal informa– ción me produjo. Recuérdese que estaba en la plenitud de mi juventud, con la fe ciega de que cada uno de los que invadían era un héroe invencible, por eso aquel fracaso lo ví como que si el mundo fuera a desaparecer con la derrota de la Revolución. Así es que mi exis-
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