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me de incógnito al puerío c;Ie San Carlos, para asegurar allí la taIna de dICho barco y no en el puerío de Granada.
No recuerdo exacíaInente la fecha en que, aCOInpañado d~ d~::m Fel~pe ~ha~orro, de Ri~
vas salí de incogn1±o hacIa Llbena, para luego
seg~ir para San Carlos, rumbo el río "Melcho~
ra" donde vivía don Salvador Bravo; pero sí
pu~do asegurar que fue durante la estaai.~n
lluviosa porque cuan~o llegamos a ~a bonlÍa población de Las Canas estaba llOVIendo te– rrencialInente. Desde un poco antes de llegar a esta población nos informamos de las casas en que podíaInos alojarnos, Inas habiendo lle– gado se nos negó el hospedaje en todas partes donde lo soliciíaInos. Ante esa negativa mi cOInpañero y yo resolvimos bajarnos de las bestias y guarecernos del aguacero. Quiso la casualidad que el lugar que escogimos para esto, y aun para pasar la noche, al aire libre en la plaza pública, tuera frente a donde resi~
dían unas señoritas de apellido Rojas, las. que seguraInente apenadas de ver nuestra triste si– tuación, nos llamaron para decirnos que ellas no nos habían dado alojamiento porque esta– ba su padre ausente, pero que estaban seguras que conseguiríaInos lo que necesitábamos en una casa que nos señalaron; pero nosotros ya habíamos solicitado en esa casa y fue allí don– de se nos negó primero el hospedaje, mas a pesar de que así se lo dijimos a las señoritas Rojas, ellas insistían en que debíaInos solicitar lo de nuevo porque allí era donde siempre da– ban hospedaje, por lo que al fin resolvimos ir otra vez a solicitarlo y en esta ocasión se nos concedió: era una casa con gente bastante hu– milde.
Ya ese día era muy tarde y no hiCimos otra cosa que buscar donde empotrerar las bes– tias, lo cual pronto conseguimos. Durante las primeras horas de la noche conversamos con la familia de la casa, contestando las pregun– tas que nos hacían y explicándoles que nues– tra presencia obedecía al empeño en buscar unas minas de oro que nos habían informado existían por esos lados, pues nosotros éramos mineros que pasaríamos en la montaña en busca de esos minerales hasta una semana, por lo que íbamos a procurarnos provisione;; de boca, corno en efecío lo l:1icimos al si– guiente día, saliendo a comprar lo necesario para llevar en el camino que emprenderíamos por montañas desconocidas, casi inexploradas hasta el "Río Frío" y habitadas por las tribus de los "guatusos".
Al tercer día de estar en Las Cañas sali– mos para nuestro destino. A cuatro leguas de este. lugar, no encontramos ya camino para bes±1as y tuvimos que dejarlas al cuidado de Un campesino, propietario de una pequeña
hu~rta, siguiendo a pie el viaje, por veredas, gUla.dos por un baqueano. Al segundo 'día de
ca~lno llegarnos a una laguneta a cuya orilla, l;legun el guía, habían estado unos indios gua-
tusos, por los restos que encontrarnos dé unos pescados. con escamas y tripas y esponjados, siendo así cómo ellos se los comían crudos. Continuamo.s la caminata por una montaña enmarañada, cubierta de árboles milenarios, lianas, gruesos bejucos y toda clase de extra– ñas trepadoras, hasta llegar a un caserío del mencionado Río Frío, habitado en su mayor paríe por nicaragüenses llegados del puerto de San Carlos.
Por aquella época se encontraban todavía vestigios y descendientes de caribes y de las tribus de los guatusos. Me parece que fue un ganadero llamado Francisco Solano, padre del Dr. Salvador Solano, progenitor de familia honorable granadi~a, el que abrió y estable– ció una ruta para llegar hasta Alajuela, for– mándose así una línea divisoria entre Nicara– gua y Costa Rica, y de este modo la faja de tierra que nos períenece se fue poblando de nicaragüenses.
Aunque mi compañero Felipe Chamorro era completamente desconocido por aquellos lugares, nosotros siempre tornábamos precau– ciones procurando evitar el contacto frecuente con la gente de aquellas zonas para no come– ter indiscreciones. Aquí tuvimos que alquilar un bote y buscar un nuevo guía para que nos llevara parte por río y parte por fierra, hasta llegar a una propiedad que queda sobre la margen izquierda del Río San Juan, que era entonces de un señor Medina y que fue más tarde del señor Kautz.
Al entrar la noche de ese día, esperamos que las gentes donde nos hospedarnos apaga– ran las luces y se retiraran a sus dormitorios para ir furtivamente a robarnos un bote que estaba a la orilla del río, cruzar éste y remon– tar el caño Melchora hasta llegar a la propie– dad de don Salvador Bravo, que era la perso– na tras la cual andábamos, para planear la torna del puerto de San Carlos y también la toma del vapor Victoria, y a quien felizmente encontramos en su casa.
Don Salvador Bravo, era un hombre de edad pues ya pasaba de los sesenia años. ama– nerado, de buenas costumbres y de muy buen juicio. Después de una conversación de tres horas, examinamos el pro y el contra de am– bos proyectos y concluírnos en que San Carlos era el mejor lugar para llevar a efecto la torna del "Victoria", ya que el puerto no ofrecía di– ficultad alguna, siempre que pudiéramos man– tener en secreto todas las operaciones por rea– lizar hasta el momento de operar. Convenimos en que después que tuviéramos una segunda conferencia, a mi regreso de Costa Rica, fijaría– mos fecha y recorreriamos de nuevo los deta– lles, a fin de que no se nos escapara nada para realizar con éxito la operación. Esa misma no~
che regresamos, don Felipe, el vaqueano y yo, dejando el bote en la hacienda San Francisco
y llevándonos el recuerdo de la magnífica ce– na con que nos obsequiaran don Salvador Bravo y su amable familia.
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