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« Previous Page Table of Contents Next Page »dicha posición, seguim.os luchando sobre otras trincheras que habían adelante, arriba del ce– rro, de las cuales tBIllbién recibíamos fuego nutrido; pero mis soldados no se desanimaban. Veíamos caer a nuestros compañeros; pero al mismo tiempo parecía que oíros surgían de la tierra para luchar conmigo en aquel encarni– zado combafe; y así llegamos a ocupar la cuar– ta trinchera. Aquí ocurrió un incidente digno de znencionar: Los defensores de las frinche– i"asenemigas al verse escasos de parque, man– daron a un Ayudante a buscarlo, pero cuando regresó ya nosotros nos habíamos apoderado de las trincheras y de éstas le hacíamos fuego a otra de adelan:l:e desde donde nos griíó una voz muy fuerle: "No hagan fuego a esta trin– c;hera que somos los mismos". Yo esfaba cer– ca a ese individuo y al oírle su grito y verle el lazo rojo que tenía amarrado en el brazo me acerqué resueltamente a él, lo agarré del brazo, lo sacudí fueriemente y le dije: "Cálle– se, quién es Ud?". Su contestación fue la de tirarme un puntazo con una daga, el cual yo escurri con una tercerola que portaba y el Co– ronel Villafuerie que estaba allí también le puso su rifle en la frente y le dijo: "Si se mue– ve -lo tiro" y aquel quedó inmóvil, anfe la am.enaza de muerle y se dejó desarmar. Lo mandé amarrar para llevarlo al CBIllpamento General, pero el soldado hizo tan fuerfe la amarra que el prisionero se quejó de la faHa ele circulación de la sangre. Ordené que le aflojaran un poco y que lo llevaran al Campa– mento, respondiendo el custodio por la vida del prisionero que resultó ser nada menos que el coronel Paulina Montenegro, el mismo que nas había atacado en Pasle. Más tarde tuve la satisfacción de saber que el joven Monfenegro hizo siempre buenas referencias de como lo
traté, después que estuve a punto de ser muer– to por él. Terminado el incidente con Monte– negro, continuamos la lucha y acabamos por hacernos dueños de otras trincheras menos una o dos que estaban en la cúspide de la lo– ma. Cuando esto sucedía, yo me encontraba hecho Jefe de un montón de fuerzas que no eran las mías, pues éstas habían quedado re– ducidas a un pequeño grupo; y las otras que escuchaban que el co:mbafe iba cerro arriba, por su propia cuenia fueron buscando el lugar de la pelea y se fueron incorporando a mis fuerzas; por eso es que yo ienía más tropas que las que com.andaba al principio; :más en realidad mis soldados habían sido diez:mados en el rudo pleito
¡ por lo que dispuse un peque– ño alto para ir a buscar refuerzos, llegando hasta donde el Gral. Estrada que ocupaba las trincheras que yo había to:mado anfes y desa– lojado al enemigo de. allí. Le pedí fuerzas al Cnel. Estrada para continuar el co:mbate y que viniera él con:migo; y en vista de mi insisten~
cia para que me diera soldados de su bata– llón, me dijo: "Ve Emiliano, esa posición es into:mable, esíá muy fortificada y bien atrin– cherE}da y la orden que fenemos es la de solo
a:magarla". Yo le repliqué: "Coronel Esfrada, le aseguro que esa loma esíá ya tomada, solo me faHa la última trinchera de la cual estoy apenas a unas treinta o cuarenta varas para coronarla y ierminar la obra". El Coronel Gus– tavo Abaunza que estaba junto a él le insinuó la idea de que me diera apoyo y que si él (Es– trada I se sentía cansado y que no pudiera ir porque era algo impedido de una pierna, que le diera a él (Abaunzal las fuerzas que esta– ban allí, desocupadas. y así lo hizo Estrada. Abaunza se vmo conmigo a continuar la lucha para la torna definitiva de "El Obraje", lo cual sucedió cam.o yo se lo había asegurado al Co– ronel Estrada.
Deseo consignar un hecho, a manera de anécdofa, de un Sargento: éste, de mi compa– ñía, me había aco:mpañado durante todo el trayecto del combate, desplegando un valor inaudito, denodado, pero en esfa úHi:ma efapa fue tocado l~vernente, insignificantemente, por una bala y al sentir tal roce, :me dijo: "Capi– ián, ya me hirieron". Lo examiné y ví que en el pómulo tenía una heridita tan mínima que más parecía un rasguñito o una rayita de la espina de alguna zarza y continuó peleando pero como cinco minutos más tarde me volvió a llamar para decinne: "Capitán, fengo mie– do, quisiera quedarme aquí". Yo accedí a su ruego, pues el calor de la lucha había pasado. Co:mo lo había previsto, poco después de ini– ciado el combate, los leoneses abandonaron las últimas hincheras y me dejaron dueño ab– soluto de la loma de "El Obraje", habiéndome tocado en suerie ser herido en un dedo de la :mano yo también. Me llovieron felicitaciones de los jefes y de mis superiores por el iriunfo y aproveché ésto para pedir al Gral. Vásquez me concediera permiso para ir a Managua a curanne el dedo, pero el Gral. Vásquez me contestó diciéndome que no hiciera uso de ese per:mis o parque las tropas solo con:migo pe– leaban bien y estábamos en una zona muy pe– ligrosa, pues nos aproximábamos a Momotom– bo donde el enemigo podía echarse sobre nos– otros.
No he ocupado más tiempo en describir la batalla del Obraje a causa de que poco :me gusfa exaltar el cOInportaInienfo de las fropa= que andaban conmigo y la conducta propia mía; pero la verdad eS que tanto la acción dE armas de Ciudad Daría como la de "El Obraje' fueron dos acciones en que tuve figuración ca mo Capitán y que la de "El Obraje" fue san grienta y que si obtuve el triunfo fue por le energía que desarrollé para movilizar las fuer zas de ataque hasta el extremo de no darle: un zninuto de descanso en aquella ascensióz en que íbaInos ganando palmo a palmo e terreno en acr.'lella larga altura que obligó a enemigo a perder un buen sistema de sus pe siciones de atrincheramientos, cOInunicadas d· unas a otras por teléfono. Ror eso el combat de "El Obraje" mereció por varios días que 1.
prensa del país y centroam.ericana se ocupara.
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